Los 9 asesinos seriales más tenebrosos de la historia mexicana

Desde «El chalequero» en el siglo XIX a «La mataviejitas» a comienzos el XXI, un repaso por la historia de hombres y mujeres impulsados por una cruel pulsión de muerte

Lo llamaron «El Chalequero«. Mató a 20 mujeres en ocho años. Todas prostitutas que golpeó, estranguló y decapitó en zonas del centro de la Ciudad de México. Lo compararon con «Jack el Destripador» porque fueron contemporáneos y es el primer asesino serial del que se tiene registro en este país.

Su historia está contenida en el primero de cuatro volúmenes del Libro Rojo editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), que es una compilación de crímenes y criminales famosos en la historia de México. Pero no es el único.



Hubo antes otro Libro rojo publicado en 1870 por escritores liberales como Vicente Riva Palacio, Manuel Payno y se presume que hasta Manuel Zarco, quienes hicieron una recopilación de los crímines más sonados de su época.

La nota roja es desde entonces un plato fuerte en la oferta informativa mexicana, y los asesinos en serie son protagonistas principales. «A través del recuento de crímenes y asesinatos, tanto de los `clásicos individuales como de los colectivos que nos sacuden por oleadas, es posible narrar una crónica del país«, escribió el periodista y dramaturgo Vicente Leñero en el prólogo del primer volumen del Libro rojo de 2008.

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Aquí presentamos un recorrido por la historia de los asesinos seriales más famosos de México, desde «El Chalequero» hasta la «Mataviejitas» como bautizaron los medios a Juana Barrazas, una mujer detenida en 2006 y sentenciada a 759 años de prisión por el asesinato de 16 personas adultas mayores.

La literatura atribuye el término «asesinos seriales» a Robert Ressler, agente del FBI, quien en su libro «Asesinos en serie» (1998), narra que acuñó el nombre al recordar las series de aventura de televisión que veía cuando era niño, porque el final de cada capítulo dejaba al espectador en vilo hasta la siguiente semana. Asegura que esa sensación queda en los asesinos seriales cuando descubren que el crimen no ha sido tan perfecto como lo viven en sus fantasías.

Dice Ressler: «Tras cada crimen, el asesino serial piensa en cosas que podía haber hecho para que el asesinato hubiera sido más satisfactorio«. Esa es idea fija lo lleva a actuar de nuevo, escribe el ex agente.

En México, la psicología forense ha delineado algunas de sus características, pero el mejor conocimiento de los casos de asesinos seriales mexicanos es la prensa de nota roja o de sucesos, que ha servido para documentar sus historias. Aquí algunas que estremecieron en sus momento.

Francisco Guerrero, «El Chalequero»

 

Entre 1880 y 1888 este hombre mató a 20 prostitutas. Las crónicas de la época lo describen como un hombre que, a pesar de ser casi analfabeto, actuaba de manera muy educada con las mujeres para ganar su confianza. Pero en realidad era «un ser pendenciero, vil, ególatra y manipulador«. El mote de El Chalequero provino de su estilo de vestir, pues dicen que solía llevar pantalones entallados, fajas y un chaleco. La policía lo detuvo el 13 de febrero de 1888, tras ser denunciado por los vecinos de una de sus víctimas.

Las autoridades no pudieron comprobar su resposabilidad en el resto de los asesinatos, pero uno bastó para que fuera condenado a muerte. Sin embargo, el entonces presidente Porfirio Díaz revocó su sentencia y ordenó una pena de 20 años de prisión en San Juan de Ulúa, Veracruz, de donde fue liberado por error en 1904. Al salir de la cárcel tuvo una última víctima, Antonia, una mujer de edad avanzada a quien violó, golpeó y degolló. Su detención se atribuye a un reportero que investigó el caso y comparó el asesinato con los ocurrido años atrás. Volvió a la cárcel en 1908. Esta vez a Lecumberri, donde fue sentenciado a muerte en 1910 a los 70 años. Carlos Roumagnac, uno de los primeros criminólogos mexicanos, concluyó que el también llamado «Degollador del río Consulado» (porque allí encontraron a la anciana asesinada) era un criminal nato a quien describió como «un degenerado inmoral violento».

Gregorio Cárdenas «Goyo»

 

Conocido como «El estrangulador de Tacuba», cometió sus crímenes entre agosto y septiembre de 1942. Sus víctimas fueron una compañera de la carrera de ciencias químicas y 3 prostitutas. Con ellas primero tuvo relaciones sexuales y después las ahorcó y enterró en el jardín de su casa. En 1942 confesó sus crímenes luego de que su madre lo internó en un hospital psiquiátrico. Preso en Lecumberri, Goyo fue un personaje singular en la cárcel: asistió a clases de psiquiatría, recibía visitas familiares, sostenía relaciones con las enfermeras e incluso tenía licencia para salir cuando quisiera. Obtuvo su libertad en 1976 por un indulto del entonces presidente Luis Echeverría y ese año, la Cámara de Diputados le rindió un homenaje por ser un ejemplo de readaptación social, ya que durante su estancia en prisión aprendió el Código Penal y se convirtió en abogado de otros internos.

Higinio Sobera de la Flor «El Pelón»

 

Su primer asesinato reportado por la prensa ocurrió en 1952. Su víctima fue el chofer de la entonces Miss México, Ana Bertha Lepe. Se trataba de un capitán del Ejército a quien disparó en la céntrica avenida Insurgentes y la calle de Yucatán, en la colonia Roma. La prensa reportó que luego del crimen, El Pelón se refugió en los brazos de su madre, quien lo srobreprotegía de un padre violento, que algunos libros lo identifican como un industrial o hacendado del estado de Tabasco. La madre lo refugió en un hotel y de allí salió en busca de una mujer con quien tener sexo. Su siguiente víctima fue una mujer que no conocía y quien se negó a a tomar un café con él. La secuestró, la llevó a un hotel de paso y la mató. Las autoridades sólo pudieron comprobarle esos dos homicidios, pero sospechaban que era resposable de otras muertes. Ya en la cárcel de Lecumberri, los doctores Alfonso Quiroz Cuarón, Alfonso Millán, y José Sol Casao lo sometieron a exámenes y le diagnosticaron esquizofrenia paranoica. Fue enviado al manicomio de La Castañeda. Allí lo llamaron el «psicótico, muralista» porque con su propio excremento «pintaba» murales en las paredes. Al obtener su libertad, muchos años después, corrió la leyenda de que se le veía deambular por el bosque de Chapultepec, tirando migajas de pan a los animales.

Macario Alcalá Canchola «El Jack mexicano»

 

A este hombre sólo pudieron comprobarle el asesinato de dos prostitutas, pero siempre hubo la sospecha de que mató a 12 más, por lo menos. Sus crímenes ocurrieron en la década de los sesenta, en la ciudad de México y la prensa lo llamó el «Jack mexicano» porque él mismo se identificó así durante su juicio. Procedía de una familia de escasos recursos, cuando mucho cursó la educación básica y su vida estuvo marcada por un fracaso: durante un tiempo fue miembro de infantería de la Guardia Presidencial, pero fue despedido por su incompetencia e indisciplina. Después quiso dedicarse al boxeo, pero jamás logró destacar. Luego entró a trabajar como policía preventivo, bajó el nombre falso de Fernando Ramírez Luna, pero también fue despedido tras ser acusado y hallado culpable de los cargos de abuso de autoridad y uso excesivo de la fuerza durante un arresto. Estuvo casado y tuvo varios hijos. Durante las investigaciones de los homicidios y el posterior juicio, su esposa declaró que Macario «se siente superior a todo aquel que lo rodea«. Fue detenido por el crimen de una mujer de nombre Julia, quien fue hallada muerta en un hotel en septiembre de 1962. En el espejo, Macario dejó un recado escrito con lápiz labial que decía: «Jack mexicano, reto a Cueto», el entonces jefe de la policía. Ese mismo mes fue detenido y llevado a prisión, condenado a una pena de 60 años.

Las hermanas González Valenzuela «Las Poquianchis»

 

Así fueron conocidas las hermanas González Valenzuela –María Luisa, Delfina, María de Jesús y Carmen–, a quienes atribuyeron el asesinato de al menos 150 personas, la mayoría prostitutas que trabajaban en sus burdeles. Las autoridades presumieron que a muchas de sus víctimas las enterraron vivas. Eran originarias de El Salto, Jalisco, y durante su infancia fueron víctimas de violencia familiar. Para huir del maltrato de su padre, Carmen se fugó con su novio, cuando era una adolescente. Pero su padre la encontró y la encarceló en la prisión municipal.

Las hermanas trabajaban como obreras en una fábrica textil, donde recibían sueldos miserables. Al morir sus padres, recibieron una modesta herencia que ocupan para abrir un prostíbulo y comenzar con sus crímenes. Ganaron fama por su bar en San Francisco del Rincón, Guanajuato, donde las llamaron «Las Poquianchis». Reclutaban mujeres con engaños y las obligaban a dar sexoservicio. El 6 de enero de 1964 fueron detenidas después de que una de sus víctimas escapó y las denunció. Las autoridades encontraron un pequeño cementerio con restos humanos de sus víctimas. Su historia inspiró a Jorge Ibargüengoitia para escribir su novela «Las Muertas», que sirvió de guión para una película del mismo nombre dirigida por Felipe Cazals.

Juana Barraza Samperio «La mataviejitas»

 

Como luchadora se llamaba «La dama del silencio». Esta mujer fue hallada responsable de al menos 12 robos y 16 asesinatos de personas de la tercera edad cometidos entre 1990 y 2006, en la Ciudad de México. Entraba a su casa haciéndose pasar por enfermera y después los mataba y robaba. Por ello la prensa la identificó como «La Mataviejitas». Fue sentenciada a 759 años de cárcel y sigue presa en el penal de Santa Martha, donde ha reclamado su inocencia en distintas entrevistas con la prensa. Tras nueve años en prisión, en julio de 2015 contrajo matrimonio con otro interno pero un año después se divorciaron. Un dato llamaba la atención de ella: siempre vestía de rojo al cometer sus crímenes.

Raúl Osiel Marroquín «El Sádico»

 

Secuestraba a su víctimas, todos homosexuales a quienes ahorcaba, descuartizaba y colocaba su cuerpo en maletas que abandonaba en las inmediaciones del Metro Chabacano y la colonia Asturias, en la Ciudad de México. «No me arrepiento de lo que hice. De tener la oportunidad, lo volvería a hacer, sólo que sería más cuidadoso para no ser atrapado y no cometería los mismos errores que llevaron a mi captura. De lo único que me arrepiento es por lo que está pasando mi familia ahora», dijo luego de su detención en enero de 2006. Fue condenado a 288 años de prisión.

José Luis Calva Zepeda «El caníbal de la Guerrero»

 

Las autoridades lo señalaron como responsable de tres homicidios de mujeres: su pareja, una ex novia y una prostituta. Pero no sólo eso: comprobaron que se comía partes de sus cuerpos y por eso lo llamaron «El caníbal de la Guerrero», por que vivía y operaba en esa colonia del centro de la Ciudad de México. Fue detenido el 8 de octubre de 2007 y murió el 11 de diciembre de ese mismo año tras suicidarse en una celda de la cárcel con un cinturón.

Fuente: infobae.com