El monje budista que se convirtió en un apóstol del sexo

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«Las colinas y valles de un lugar añaden su belleza



Las espinas del pensamiento son la raíz de la enfermedad.

Para detener el pensamiento sin meditación,

para la persona común, solo aparece en la dicha del sexo

El sexo y la religión siempre han sido antagónicos. En todas las corrientes, tanto monoteístas como politeístas, las relaciones sexuales han sido condenadas o vistas como un acto impuro, una obsesión que pronto derivaría en una razón misógina callada a modo de vergüenza hacia el propio cuerpo y el de las mujeres. Estos versos pertenecen al volumen ‘Un tratado sobre la pasión’, escrito por el monje budista Gendun Chopel y publicado por primera vez en 1967. Por su belleza lírica, podemos intuir una clara predilección por la naturaleza («colinas», «valles»…) y una condena a la razón («detener el pensamiento») que deriva sorprendentemente en una apología del acto sexual como único sustituto de ese acto sagrado para el budismo: la meditación.El budismo tradicional define el coito sexual como «la penetración de un orificio hasta la profundidad de una semilla de sésamo»Todas las órdenes religiosas del mundo se rigen por una serie de reglas. Ambas coinciden en que si quieres merecer y llegar al Paraíso, tienes que cumplir, portarte bien y no ceder a la tentación. La budista, pese a todo lo libre que pueda parecer desde el prisma occidental, también. Existen muchas tradiciones, pero la mayoría de ellas tienen más de 200 leyes pronunciadas por el mismísimo Buda. Sin embargo, él no las emitió todas, sino que evolucionaron orgánicamente a partir de una primera ley. Esta tuvo su origen tras juzgar una acción individual como pecaminosa -al contrario que la religión hebrea y católica, cuyo momento viene representado por el descenso de Moisés del Monte Sinaí con las tablas de los Diez Mandamientos-.

El pecado, la ley y el tantra

Contra todo pronóstico, la primera ley que Buda dictaminó no fue el asesinato, sino el sexo. Así lo afirma Donald Lopez, profesor especializado en budismo tibetano en la Universidad de Michigan. «Todo se remonta a la historia de un hombre llamado Sudinna, quien dejó a su esposa y a sus padres para convertirse en monje», narra Lopez. «Tiempo después, llegó a casa e hizo el amor a su mujer por la insistencia de su madre para que dejara descendencia; a la progenitora le preocupaba que si ella y su esposo morían, el rey se apoderara de todas sus propiedades. Aunque no había ni una sola regla escrita que prohibiese las relaciones sexuales, Sudinna se sintió culpable y les contó a otros monjes lo sucedido». Posteriormente, «estos monjes invocaron a Buda», quien convocó a este primer pecador para echarle la bronca más grande de toda la literatura budista. Aquí podemos leer ese fragmento, recogido en un artículo del profesor publicado por la revista ‘Aeon’:«Hombre sin valor, sería mejor que tu pene se clavara en la boca de una serpiente viscosa y venenosa que en la vagina de una mujer. Sería mejor que tu pene se clavara en la boca de una víbora negra que en la vagina de una mujer. Sería mejor que tu pene se clavara en un pozo de brasas ardientes, llameantes y brillantes, que en la vagina de una mujer. Por esa razón sufrirás muerte o un sufrimiento similar a la muerte, pero no por esa razón, en la ruptura del cuerpo, después de la muerte, caerás en la abstinencia, el mal fortunio, el abismo, infierno».

La impresionante celebración budista del Magha Puja. (EFE)
La impresionante celebración budista del Magha Puja. (EFE)

«El budismo tradicional define el coito sexual como la penetración de un orificio hasta la profundidad de una semilla de sésamo», observa Lopez. Esta peculiar forma de describir la unión física de un hombre y una mujer deja patente el desprecio al placer orgiástico, condenando a todo aquel creyente budista, y en especial a los monjes, al ascetismo íntegro e incondicional. Pero la repulsa a la sexualidad no acaba aquí. Seguro que la mayoría conoce el popular escrito sánscrito llamado ‘Kamasutra‘, en el que se muestran ilustraciones de diferentes posiciones sexuales durante el coito. Pues dentro de la tradición, se podría decir que se encuentra su opuesto: el ‘Blood Bowl Sutra’, cuyas páginas tufan a misoginia monástica en la que la sangre está referida a la menstruación. Así, la religión budista original prohíbe cualquier contacto sexual, incluso el onanismo, de tal modo que todos los textos budistas asiáticos han presentado a los monjes como modelos de castidad. Sin embargo, «en las obras teatrales y en las novelas de la Europa medieval, emergió la tendencia de representar a los monjes como auténticos libertinos, surgiendo así un contrapuntosobre el sexo que apareció con el movimiento del tantra», apunta Lopez.El tantra emerge en el siglo XX después de que algunos monjes rechacen el celibato para buscar la paz espiritual en el éxtasis orgiásticoDicha doctrina surge en la India un milenio después de la muerte de Buda y transforma su significado negativo en «un camino hacia la pureza». Los textos tántricos hablan de los estados sublimes de felicidad en los que se sumían los sujetos a través del orgasmo. Además, crearon técnicas secretas para llegar a lo más profundo de la sensación, de ahí que en la actualidad se hable de él como un tipo de acto sexual excitante, relajado, alternativo al sexo ordinario en el que lo que más importan son los detalles: las miradas, las caricias, los besos y el descubrimiento del placer en partes del cuerpo inexploradas o sin una connotación propiamente sexual.

El primer artista profesional del Tíbet

Gendun Chopel, monje tibetano. (Wikipedia)
Gendun Chopel, monje tibetano. (Wikipedia)

El tantra busca alcanzar la paz y el bienestar espiritual a través del éxtasis orgiástico. No es hasta el siglo XX cuando empieza a ponerse de moda tras una serie de críticas a las leyes monásticas. Aquí comienzan a aparecer los primeros monjes que rechazan el celibato y que contemplan el sexo como una puerta para llegar al nirvana. Entre ellos destaca el humilde escritor tibetano Gendun Chopel y su ‘Tratado sobre la Pasión’, en cuyos hermosos poemas podemos encontrar un exquisito erotismo inédito en la vasta producción literaria del budismo tibetano. De igual modo, destaca por su espíritu iconoclasta y libertario, un auténtico adelantado a su tiempo, como dejan entrever sus numerosos escritos.Chopel se alzó como el monje más famoso del siglo XX, «pero también el más infame», tal y como valora Lopez. Por su estilo poético, podemos juzgar que fue un poeta simbolista, alejado de la tradición oriental del haiku, más próximo a nombres como Federico García Lorca o Antonio Machado que a Lao-Tse. Nació en 1903 en la provincia de Amdo, en plena invasión colonial inglesa en el Tíbet. «En 1927 se traslada a Lhasa, considerada el centro intelectual de la zona, para continuar sus estudios en el monasterio budista más grande del mundo», relata Mayda Hocevar, profesora de Filosofía en la Universidad de los Andes, en un fantástico trabajo recogido en el blog ‘Poetas del Siglo XXI’. Convertido en monje a la temprana edad de los 12 años, viajó a la India y a Sri Lanka para leer a los clásicos de la literatura sánscrita; de igual modo, escribió y pintó de forma extensa durante este período.Chopel fue un anarquista tántrico que renunció a las ataduras terrenales y se elevó gracias a sus placenteras experiencias de una vida libertariaUno de estos textos sánscritos fue el ‘Kamasutra‘. Al ver que era completamente desconocido en el lejano Tíbet, «Chopel decidió componer su propio tratado sobre la pasión contando su propia experiencia de los días y noches que pasó en los burdeles de Calcuta», según informa Lopez. «Acabó convirtiéndose en un apóstol, pero no en el sentido estricto de la palabra, sino en uno de la libertad sexual y la revolución: condenó la hipocresía de la Iglesia y del Estado, retratando el coito como una fuerza de la naturaleza y un derecho humano universal». De algún modo y por sus poemas, fue un anarquista tántrico que renunció a las ataduras terrenales y se elevó gracias a sus placenteras experiencias de una vida libertaria. Así lo podemos comprobar en este otro poema de su ‘Tratado de la pasión’, recogido en la web ‘Poetas del Siglo XXI’, editada por Fernando Sabido:

Con poca vergüenza en mí mismo y gran fe en las mujeres

soy del tipo de gente que elige el mal y abandona el bien.

Desde hace algún tiempo no he mantenido los votos monásticos en mi cabeza

pero recientemente detuve esta pretensión en mis entrañas.

«Gendun regresó a la ciudad tibetana de Lhasa en 1945, después de 12 largos años en el extranjero», cuenta Lopez. «Pero pronto, la Corona británica comenzó a sospechar de sus acciones tan impropias de un monje budista, y le arrestaron bajo la acusación de distribuir dinero falsificado. Así, fue encarcelado durante tres años en la prisión situada a los pies del palacio del Dalai Lama. El 9 de septiembre de 1951, las tropas del Ejército de Liberación Popular marcharon a Lhasa para exigir que su territorio volviera a ser parte de ‘la madre patria China’. Para entonces, era un hombre destrozado que tuvo que ser levantado de su lecho de muerte para contemplar el desfile de las tropas. Su tratado no se publicó hasta 1967, mucho después de su muerte. Probablemente le habría gustado que su obra hubiera contribuido a la libertad sexual que sacudió Occidente en los años 60″, concluye el profesor. Tal vez, medio siglo después, alguien se acerque a leer sus textos y predique sus enseñanzas, alcanzando el prometido nirvana por una vía muy distinta a la oficial, más rápida, más vital, más natural, más excitante.Fuente: elconfidencial.com