Dos niños en las calles de Mosul (Irak). ROMENZI UNICEFPATRICIA PEIRÓUna nueva estimación calcula que vivir un conflicto bélico multiplica por cinco las posibilidades de sufrir depresión, ansiedad o bipolaridad. La OMS advierte de que también hay que prestar atención psicológica
Estos hallazgos se incorporarán a los protocolos de ayuda humanitaria actuales, que ya incluyen directrices sobre la atención psicológica. «Los trastornos aumentan a medida que las personas intentan seguir su día normal, encontrar comida y tratar de obtener ingresos en el conflicto. La pobreza es endémica en las guerras, y esto tiene fuertes vínculos con las enfermedades mentales», indica la autora. La investigación ha analizado países como Afganistán, Irak, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Siria y Yemen. En 2016, el número de conflictos armados alcanzó un máximo histórico, con 53 en 37 países. Actualmente el 12% de la población mundial vive en una zona bélica.
Hay que tener en cuenta que la guerra nomalmente acaba por destruir la escasa atención a la salud mental que en la mayoría de los casos existía previamente en estos países. «En cualquier comunidad habrá personas con problemas preexistentes, como la esquizfrenia y el trastorno bipolar y estas personas son muy vulnerables en situaciones de emergencia», apunta Van Ommeren. «Quienes están en tratamiento, lo ven interrumpido por el conflicto», señala su compañera.
Otro elemento que dificulta la correcta atención a estos problemas es el estigma. Algunas comunidades, particularmente las africanas, ni siquiera tienen traducción en su lengua para las enfermedades mentales, así que ni siquiera entienden por lo que están pasando. En otros casos, los efectos físicos de estas dolencias, como miccionar mientras duermen, contribuyen a la vergüenza y a evitar comunicar lo que les sucede.
La atención psicológica en los conlictos es una cuestión de voluntad política y para el coautor del estudio es importante dejar claro a las autoridades que un trastorno mental puede resultar en ocasiones tan grave como una amputación a la hora de salvar la vida. «Cuando el sufrimiento es tan grande, las personas pueden tener dificultades para funcionar lo suficientemente bien como para sobrevivir a la emergencia (por ejemplo, para huir). Así que esto puede poner vidas en peligro», resalta. En el mundo viven 41,3 millones de personas desplazadas por conflictos en este momento, más en ninguna otra época.
La OMS advierte de que, aunque las balas acaben de perforar los cuerpos y los misiles dejen de arrasar ciudades, los daños internos se prolongan muchos años más. Así lo resume Van Ommeren: «Cuando existe la voluntad política, las emergencias pueden ser catalizadores para crear servicios de salud mental sostenibles y de calidad que continúen ayudando a las personas a largo plazo».
Fuente: elpais.com