Balance tras la huida de Morales – Parte 1

Susana Seleme Antelo 

En su ensayo ‘Sobre la revolución’, Hannah Arendt afirmó que “… ni la violencia ni el cambio pueden servir para describir el fenómeno de la revolución; solo cuando el cambio se produce en el sentido de un nuevo origen… para dar lugar a la formación de un cuerpo político nuevo, cuando la liberación de la opresión conduce al menos a la constitución de la libertad, solo entonces podemos hablar de revolución.” 

Entre octubre y noviembre de 2019, Bolivia vivió una revolución: recuperamos la libertad conculcada durante 14 años. Hoy vivimos un nuevo tiempo político, con un transitorio gobierno constitucional (Art.169 de la CPE) que tiene nombre de mujer: Jeanine Añez Chávez. Y caminamos hacia unas elecciones libres y transparentes, sin Evo Morales candidato.



Aquí hubo una revolución, no solo porque hicimos huir al autócrata y tirano. Hubo rebeldía y la rebeldía dio lugar a ‘un nuevo origen’: la liberadora revolución de “las pititas” *, con el grito “nadie se rinde, nadie se cansa, Evo de nuevo, huevo carajo”, que durante 21 días paralizaron el país.

Fue una revolución libertaria, pacífica, fundamentalmente urbana, con la ciudadanía empoderada de la política, como derecho democrático, en contundentes cabildos, paros, bloqueos, marchas, concentraciones, en todo el país. Se bloqueaba con sogas, que se convirtieron en “pititas” porque Morales se hizo la burla y dijo “Con pitita amarrada bloquean. Voy a hacer un taller o seminario sobre cómo hacer un paro o una marcha”. Experiencia tiene, pues cuando era diputado y presidente de los cocaleros -quienes cultivan la hoja de coca, materia prima de la cocaína- hizo violentos paros y bloqueos en su santuario, Chapare, con asesinatos nunca esclarecidos (año 2000).

La de 2019, fue una revolución gestada en el tiempo. Antes hubo el NO a la cuarta reelección inconstitucional de Morales, con el Referéndum del 21 de febrero de 2016. Y los otros NO, frente a las ‘arregladas’ elecciones para magistrados del Poder Judicial y al nuevo Código Penal en 2017.

Asistimos a la caída de Morales luego del grosero fraude tras las elecciones del pasado 20 de octubre. Los que fueron ‘indicios de irregularidades’, se confirmaron con los demoledores Informe Final de la OEA y de la Unión Europea: las elecciones tuvieron episodios “dolosos” a favor de Morales.  Aquí no hubo ‘golpe de Estado’, sino golpe de Morales contra el voto popular.

Querían el poder “para toda la vida”, merced a la sumisión del Tribunal Electoral, del Constitucional y de todos los poderes del Estado. Era la dominación total, sin división de poderes y el Judicial como guillotina asesina o extorsionadora. El desencanto del llamado proceso de cambio que no admitía ni ‘el cambio’ ni el traspaso del poder, activó la rebeldía popular.

Con nuevos liderazgos cívicos, aquí hubo una revolución de jóvenes y clases medias. Las otras también. Fue multiclasista y también plurinacional. No hubo apuesta conservadora o regresiva, a contrapelo de lo que digan los huidos, asilados, políticos populistas afines ideológicos de Morales y sus medios de prensa, mexicanos, argentinos y españoles.

Ya es hora de desmontar el mito Morales y su régimen autodenominado indígena-originario-campesino, izquierdista, socialista y etcéteras. En los hechos fue un régimen corporativo cocalero, cuyo presidente vitalicio es Morales. Con una élite blanca-mestiza al mando de la economía, no nacionalizó los hidrocarburos, sino que hizo un aceptable ajuste impositivo con las empresas extranjeras. El sociólogo estadounidense de izquierda, James Petras, hace un retrato devastador de Morales: es un maestro, sin par en Latinoamérica, en el dudoso arte de justificar políticas ortodoxas y reaccionarias mediante el uso de una retórica radical”, paladín regional del capital extractivo. Amén de cero transparencia y rendición de cuentas en sus 14 años represivos frente a las diferencias y las múltiples determinaciones de la realidad.

Morales impuso un corrupto modelo de gestión pública aupado en la apropiación de la riqueza social y sus recursos. Despilfarró la bonanza económica de los precios de materias primas (2009-2014) con elefantes blancos, hoy abandonados. No cambió el patrón de acumulación primario exportador, ni creó empleo productivo. La Población Económicamente Activa (PEA) se mantiene entre un 70% y 75% de informalidad, como estrategia de supervivencia, ante la ausencia de trabajo/empleo productivo estatal o privado. Tampoco se preocupó de la salud, ni educación de calidad en la era del conocimiento, la tecnología y la información, ni del desarrollo sustentable. No creó riqueza, pero echó mano de ‘bonos’, como política redistributiva, incrementando la economía rentista, pero que sí alivió a muchos pobres. Continuó y mejoró el de la tercera edad, aplicado desde hacía más de 20 años por un gobierno neoliberal. Creó otros bonos para niñas-niños en edad escolar, madres embarazadas y otro de lactancia. Pero dejó cinco años de déficit fiscal y otras pesadas cargas, como la economía coca-cocaína y sus secuelas.