¿Qué hacemos con México?

Manfredo Kempff Suárez

México debe ser una de las naciones que más admiramos los bolivianos, empezando por su fantástica y monumental cultura prehispánica, siguiendo por el Juárez implacable por independizarse de Europa, y más tarde, durante la Revolución, por Madero y los machotes Zapata y Pancho Villa. ¿Y la genial y sufrida Frida? ¿Y Diego Rivera y Alfaro Siqueiros? Pero, además, somos unos enamorados de Cantinflas, María Félix, Agustín Lara, Jorge Negrete y muchos otros artistas y cantores de antaño, asimismo de intelectuales y escritores como Vasconcelos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, la Poniatowska y la Mastretta. Y si más apura, dentro de tantas figuras descollantes que ha dado ese país, admiramos también al que fuera astro del Real Madrid, Hugo Sánchez, y sobre todo a la investigada pero ultra sexi Kate del Castillo, cuyos encantos provocaron estragos. ¿Cómo no amar a México aún por encima de tanto sicario mafioso que también existe?

Vivir en México y conocer a su gente maravillosa, pasando de Acapulco a Mazatlán, de Cancún a Puerto Vallarta, siempre oyendo mariachis y marimbas, devorando enchiladas, posole, burritos, mole poblano y huachinango del golfo, es inolvidable. Como beber en la plaza Garibaldi tequila y mezcal, con sangrita, limón y sal y un sombrerote de charro.



Nación generosa con los desamparados, amante de las causas justas, refugio de miles de españoles que huían de la persecución de Franco, firme frente a los gringos en el bloqueo a Cuba, ahora nos asombra porque se pone del lado del codicioso y fraudulento Evo Morales. El presidente López Obrador se deja convencer, por su propia Cancillería que parece mal intencionada, que se produjo un golpe de estado en Bolivia; entonces acoge al autócrata como si fuera un mandatario derrocado por las fuerzas del mal, le ofrece el cielo y la tierra, y se resiste a reconocer al gobierno democrático y constitucional de la presidente Jeanine Añez.

Pero Evo Morales nunca deja de mostrar la hilacha de malagradecido, no evita dejarse descubrir en sus mañas porque son parte íntima de él; entonces defrauda, desencanta, decepciona. Fueron suficientes unos cuántos “twiters” que alguien se los redactó mal y un par de entrevistas en la televisión, para que los mexicanos, que aún creían en la fábula del pobre indiecito acosado por unos arios espantosos, se dieran cuenta de que no había tal cosa, que la tomadura de pelo era evidente. Observaron que Morales no era un Juárez, el zapoteca sabio, porque había siglos de diferencia en educación y en conducta entre uno y otro. Ciertamente, sería humillante para México, intentar siquiera una lejana comparación entre ambos personajes: uno corrupto e ignorante y el otro ilustrado e incorruptible.

Nadie cuestiona el derecho que tiene la embajada de México en Bolivia de asilar a quienes considera perseguidos políticos. Eso tiene un tratamiento de acuerdo a las convenciones internacionales. Pero ya se darán cuenta a qué “joyitas” cobijan bajo su techo. Nuestra Cancillería cumple con su deber, es decir garantizar la seguridad de la misión azteca y otorgar los salvoconductos que corresponda y negar los que no. Así lo ha hecho. Y en ese sentido México no tiene derecho a protestar nada.

Morales, como es su costumbre de hombre malcriado, dejó México por la puerta trasera, sin despedirse de sus anfitriones y huyó. Ya había huido de Bolivia dejando colgados a sus fieles cocaleros. Lo venció el pánico. ¿Por qué huye si nadie lo persigue? ¿O él sabe que ha cometido algunas fechorías? Habría que investigar qué tiene escondido en su conciencia el expresidente, para que se sienta perseguido en todas partes. Algo grave debe guardar en su alma para que lo sofoque tanta angustia.

México está ahora tratando de provocar situaciones complicadas a Bolivia en el campo internacional, pero no vamos a cederle terreno. Por lo menos al señor López Obrador, cuyo buen juicio está en duda. Enfrentaremos a México como lo estamos haciendo con Argentina, ahora mexicanizada, mal que nos pese.