¡Este mundo no se acaba!

Existe un afán perverso de aterrorizarnos con la peste china, diciendo que el mundo será distinto a partir del Covid-19, y que quienes tengamos la suerte de sobrevivir a la plaga, ya no podremos ir a un restaurante, ni al estadio, ni de vacaciones al campo, ni tomar un vuelo de avión, ni siquiera asistir a misa para agradecer al Señor. Según algunos analistas y hasta algunos científicos, a los viejos por lo menos nos espera el encierro y la oscuridad, cuando no la sepultura. Y lo cierto es que nos estábamos convenciendo de ese drama, hasta que, por lo menos a mí, el propio enclaustramiento me ha hecho pensar que todo eso es un acabado disparate.

Esto no es el fin del mundo, ni mucho menos. No fue el fin del mundo para la Europa arrasada durante la Segunda Guerra Mundial, cuando desapareció Berlín bajo las bombas y quedó arrasado Japón en el Lejano Oriente. No llegó el Apocalipsis cuando murieron alrededor de 50 millones de personas y dicen, sin embargo, que ahora sí llegará el final de una etapa cuando han muerto algo más de 200 mil humanos por un fatal guiso de murciélago devorado en Wuhan. Aunque fallezcan dos millones de personas o 20 o 200 millones, la vida no va a cambiar en los extremos que vaticinan los agoreros. ¿Si no cambió el mundo con la mil veces más mortífera gripe española, por qué ahora?

Es necesario combatir la plaga y para eso habrá que soportar las cuarentenas y las normas de higiene que imploran cumplir las autoridades. Todo lo que se haga en ese sentido será parte de la solución. Habrá que ser responsables para evitar que nuestra sociedad, que nuestras familias, sufran pérdidas de vidas. Pero eso pasará y aunque sobreviva una tercera parte de la Humanidad, las dos terceras partes restantes, inmunes a la peste por vacunas o antídotos, se volcarán a las calles a abrazarse, besarse y hacer el amor.



El hombre es gregario desde el comienzo de los tiempos y no será una sopa de murciélago la que nos convierta en sujetos lejanos, ariscos, asustados, que saludemos con venias, que vivamos midiendo los dos metros de distancia con nuestros congéneres, que pasemos la existencia como si fuéramos extraterrestres en nuestro propio planeta, con escafandras y trajes espaciales.

Yo, que ya tengo algunos años encima, estoy seguro que pronto iré a deleitarme comiendo en Zanella, Miguelángelo, La Casona o El Arriero. Que en España hasta el último arroz entrará en la paella y que no faltarán ni las angulas de Aguinaga, ni quedarán cerdos pata negra que no provean jamón para los millones de turistas de siempre. Que la bella París no será una ciudad apagada sin gente ni perros en los Campos Elíseos, como si hubiera recibido una bomba de neutrones. Que la Fontana di Trevi romana y la escalinata de la Plaza de España, estarán llenas de juventud y que exquisitos viajeros seguirán enamorándose de la Toscana. Que volveremos a ver colmado el estadio de River en Buenos Aires, y los teatros de Corrientes, y locales en Puerto Madero y la Boca. ¿Acaso todo aquello se va a terminar por culpa del virus?

El hombre ha hecho demasiado en este planeta a lo largo de miles de años y eso no concluirá por la imprudencia de una sopa de murciélago enfermo. ¿Qué no va a haber carnaval en Santa Cruz ni el Río de Janeiro? ¿Y qué no veremos a nuestras Magníficas desfilar por las pasarelas? ¡Pamplinas! ¿Qué los estadios estarán vacíos cuando se juegue la Champions? ¡Parece un chiste! ¿Qué en las bibliotecas habrá cuatro “nerds” hojeando toda la cultura a cinco metros uno del otro? ¡Tonterías! ¿Qué la Gran Manzana neoyorquina, no cobijará a la multitud diaria conformada por todas las razas existentes? ¡Joder! El mundo no se terminará por un guiso de ratón alado comido en mala hora.

Así que, seamos pacientes, aguantemos el encierro, soportemos la dieta, y cuando todo esté bien tendremos que salir a votar multitudinariamente, pero con una ley electoral modificada que elimine el vergonzoso “fraude escondido”. Y las calles volverán a estar insoportablemente atestadas de gente y vehículos, los boliches llenos a rebosar, los hoteles repletos de turistas, y en los moteles las camas quedarán desguañangadas…