La comida en tiempos del virus

El coronavirus nos ha modificado la vida a todos y el encierro producto de la cuarentena ha cambiado algunas de nuestras costumbres. A una de ellas, la de alimentarse, se agrega la del barbijo, el gel, la distancia personal, tanto en lo familiar, como con las amistades, y por supuesto en el amor, cuando, cómo dice una simpática jovencita española en un link que nos ha llegado, hay parejas que están “cuarenta días sin follar”, lo que por estos lados ya deben haberse convertido en sesenta o más jornadas de abstinencia.

Pues en la alimentación el tema no es muy distinto, aunque no comer o comer mal debe ser tan desgraciado como no follar. En Santa Cruz existen hogares donde la peste china ha hecho pocos cambios, porque existen supermercados próximos, no han prescindido del servicio doméstico y pueden recurrir a los “delivery” para encargar viandas, lo que significa gozar de un buen poder adquisitivo. Otras familias han tenido que pasar haciendo todas las labores de la casa, aunque con suficientes recursos para que no falte nada en la olla. Y seguramente que la gran mayoría ha recurrido a préstamos entre vecinos, se ha beneficiado con los salvadores bonos que ha dado el Gobierno, o sencillamente, al no poder trabajar durante dos meses, han tenido que recurrir a las colas para poder recibir un plato de las ollas comunes o salir a las calles a buscarse el sustento. Total, que no todos están pasando esta cuarentena de la misma manera, porque unos están bien, otros la soportan y otros sufren mucho.

Guardar la comida en la heladera se ha hecho una práctica común, es decir cocinar guisos, sopas, arroces y pastas, en buena cantidad y guardarlos, para no tener que cocinar todos los días. Y lo mismo con el pan, que también se debe conservar al frío y luego calentarlo para que esté crocante a la hora del desayuno o del almuerzo. Las conservas de porotos, sardinas, atunes, calamares, mejillones, espárragos, pimientos y otros, son importantes, aunque en casa ni mi esposa ni mi hija son muy amantes de las latas. Pero no hay duda que sacan de apuro, como alivia el apuro tener unas tortillas mexicanas que se calientan en la hornilla y se las comen con frijolitos, guacamole, tomates y jalapeños, todo facilísimo de hacer y que ensucian poco la vajilla. Eso de lavar sartenes, ollas, cubiertos y platos, es una de las torturas de las amas de casa, por eso, mientras menos grasas y frituras haya, la felicidad es mayor para quienes están en la cocina.



Hay algunas frituras que son necesarias, sin embargo, como los huevos y plátanos fritos, que acompañan a un arroz blanco, otra de las comidas fáciles y que satisfacen. Hasta yo, buen comilón pero mal cocinero, puedo hacer, a falta de majadito, un arrocito blanco. Como también puedo preparar unos tacos mexicanos, teniendo unos cuantos aderezos a mano.

Ahora bien, no significa que nos hayamos pasado durante más de 60 días comiendo tacos, arrocitos, sopitas de sobre, y conservas. También he devorado suculentos manjares hechos en casa, y hasta me he dado el gusto de comer un cochinillo al estilo segoviano, que me hizo recordar las muchas veces que estuve en el bodegón allado del acueducto romano, de mi amigo el viejo y ya desaparecido Cándido, Mesonero Mayor de Castilla. Ahí, además del guiso de judiones de la Granja con patitas y hocico de cerdo, se come el tradicional cochinillo asado o tostón, que, crocante, se parte con el borde del plato en vez de trincharlo y acuchillarlo.

Aquí ha cundido, durante la cuarentena, la afición por el cochinillo al estilo de Cándido, debido a que el producto, o sea el tostón, se lo consigue, con solo pedirlo, de la empresa SOFÍA, igualito al que se ofrece en Segovia. Es decir que son cerditos de unas tres semanas de nacidos, de 4.5 o 5 kilos de peso, alimentados únicamente con leche materna. Se le pone algo de sal, aceite de oliva, y va al horno durante un par de horas. El resultado es una galleta sabrosa por encima y por dentro una carne que se deshace en la boca. Esto no va en contra de nuestro tradicional chancho relleno, que es sabrosísimo también, pero que ya ha comido barro y hasta un poquito de “puchi”, tal vez.