Karen Arauz
Evo Morales Ayma, Presidente del Estado Plurinacional, ha sentenciado "aunque la oposición proteste, estrenaré nuevo helicóptero". Aplausos de la claqué, que es un grupo de aplaudidores profesionales contratados para las grandes representaciones. Yendo lejos, el emperador Nerón contrataba a unos cinco mil aplaudidores entre los soldados. Nerón, ese que dicen que incendió Roma y que le echó la culpa a los cristianos para deshacerse de ellos y aprovechó para mandar a construir un nuevo palacio. Se acuerdan de él? El del Imperio Romano, el mismo contra quien Evo Morales afirmó que sus abuelos lucharon. Ese Nerón. ¡La historia está plagada de casualidades tan interesantes!
Que el Presidente compre uno o dos helicópteros como es el caso, no es lo que molesta. Ya se compró un avión de 38 millones de dólares con el mismo asombroso argumento que aviones y helicópteros, son para él herramientas de trabajo. No deja de ser llamativo que el Presidente tenga tanto trabajo al aire. Suena más a herramientas de campaña. Víctor Paz Estenssoro, considerado por muchos el mejor presidente de Bolivia y con las mayores dotes de estadista, nunca abandonaba su despacho. Pero admitamos que hay estilos y estilos. La pregunta del millón es si tiene el estilo que ser tan dispendioso. En una red social hace unas horas, un conocido analista ironizaba que SE dice necesitar dos helicópteros porque considera bueno que si se cae en uno, se puede subir al otro.
Sabemos que para algunos éste es el país imaginado considerado de su propiedad. Pero resulta que no es tan así. Hasta donde sabemos, el voto democrático de cinco millones de almas, no es un cheque en blanco para que los elegidos, con total soltura, decidan gastar la plata de todos en adquirir bienes para uso exclusivo del Presidente. Que necesitamos helicópteros lo sabemos todos. Para rescate, para traslado de víctimas, para auxiliar a la población en momentos de crisis y acceder a lugares donde un helicóptero puede significar presencia de Estado. Y salta la pregunta fundamental: ¿será tan complicado entender que un presidente no es el Estado?
Las actitudes cotidianas pletóricas de soberbia, tienden un manto sombrío sobre demasiados aspectos de nuestra vida como país. Las declaraciones de cualquier masista que se cree con la autoridad suficiente para echar leña al fuego en el caso Roger Pinto por ejemplo, raya en el atrevimiento y absoluta falta de respeto. Calificar a la representación diplomática de un país tan estrechamente ligado a nuestro destino como es Brasil de "carceleta de maleantes", es inadmisible. Quiénes creen estos sujetos que son para avergonzar a todos los ciudadanos de este país -proverbialmente amistoso- de una manera tan desaprensiva. Pero claro, si las cabezas son los primeros en lanzar gruesas adjetivaciones, que podemos esperar de la tropa. Y lo más dramático, es que ninguno de los encargados de hacerlo, salen a desautorizar a sus lengüilarga conmilitones. Es inconcebible que nadie se dé cuenta que la ciudadanía en general, avergonzada ante el impudor que se está demostrando tanto para el manejo de los dineros públicos como para nuestro relacionamiento con el resto del mundo, está sentenciando la popularidad del presidente hasta niveles que en progresión de tiempo geométrico, puede convertir al país en un polvorín.
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Porque este país es de todos. Ya basta de fingir que no hay engaño. Pareciera que no importa que seamos etiquetados como un narco-estado además de ser observados como vulgares lavadores de sus ganancias. Pareciera que no es importante que la justicia esté a nivel de servidumbre ante el poder. Que se cierren filas ante las denuncias ya develadas de corrupción que enloda todo, no es algo que se deba cargar en las espaldas y las conciencias de todos. Como si no fuera importante que aviones, helicópteros, satélites, sean adquiridos en libre albedrío y los "préstamos" de nuestras reservas para empresas a ser desfalcadas como YPFB o para garantizarse la sumisión de los transportistas bajo turbio poncho de falacias y encubrimiento, tiene que activar la alarma de la conciencia ciudadana.
La falta de una oposición organizada en partidos políticos y la carencia de alternativas programáticas que esté preparada para esta decadencia, es materia de urgente análisis y consecuente toma de decisiones. Al menos, deben pensar- no en nombres- pero si en ideas aglutinadoras que vislumbre alternancia en el manejo del Estado. Las voluntades no pueden ni deben continuar dispersas. La vocación democrática y de respeto a las leyes, no se puede improvisar. Y la democracia requiere de una oposición responsable. No es dable admitir como axioma que la vida de diez y más millones de bolivianos comenzó en 2006. Y que se terminará con ellos.
Los constantes conflictos y malos ratos que pasivamente estamos aceptando todos los que vivimos bajo una misma bandera, está empezando a decir poco y malo, de lo que somos como sociedad.