Los diabólicos del gobierno

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Son varios, de frente unos hacen el trabajo sucio, y los otros, atildados de voz suave con sello de intelectuales, desde atrás. Los une el afán autoritario de imponer por cualquier medio el proyecto político del MAS y son expertos en la creación de conflictos para seguir siendo indispensables en el esquema de poder.

Unos vienen de la «derecha» y los otros de la amplia gama de la izquierda, radicales con pasado de terroristas y militantes de organizaciones populares y de ONGs especializadas en disfrazar su labor política con «trabajo social».



En medio de estas dos corrientes que conviven en el gobierno, está don Evo Morales, que no es una «victima» de los entornos como algunos analistas y comentaristas creen todavía, por el contrario, el Presidente es un hombre surgido del conflicto y la confrontación. Es lo que sabe hacer mejor. Es un duro de la política y la esta aplicando con todo el poder y los medios que dispone.

Las pruebas sobran: los muertos de la Calancha en Sucre, en el Chaco, en el propio Chapare, en Huanuni, en conflictos y regiones diferentes y ahora decenas en Pando, centenares de heridos en todo el país y todo, porque el Presidente y el MAS no quieren el consenso democrático para viabilizar el cambio que prometieron.

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El terrorismo de estado no tiene limites en el actual gobierno, en forma práctica, utilizando militares, policías y grupos de choque de las llamadas organizaciones sociales; e ideológico, a través de lavados cerebrales de las masas mediante persistentes y abrumadoras campañas por todos los medios de comunicación del país. Al parecer la chequera de recursos del TGN y del patrón Chávez es inagotable.

El asedio y animadversión que el gobierno ha practicado en forma inclemente desde el primer día de la presidencia de don Evo, contra las autoridades, dirigentes cívicos y los ciudadanos de cinco departamentos, por el «delito» de pensar diferente, ha motivado que quienes se sienten constantemente amenazados reaccionen, lamentablemente, también con violencia.

El luto que hoy sienten en sus corazones los bolivianos por las decenas de muertos en Pando, no ha hecho mella en el Presidente y su entorno. «Vencer o morir» fue el grito de guerra de don Evo en las ultimas horas, en tanto su vicepresidente y otro grupito de palacio distraen la atención de los prefectos opositores haciéndoles creer en un inicio de diálogo.

Y aquí surgen los nefastos mariscales de la muerte.

Juan Ramón Quintana encabeza la lista, organizó personalmente y con anticipación lo que ha ocurrido ahora en Pando. Estuvo el 1 de septiembre en el municipio del Sena, pretendía llevar 2.000 personas desde Riberalta, llevaron 500, los dejaron en una propiedad de Chiquitin Becerra, para la marcha hacia Cobija, según la denuncia comprobada de uno de los periodistas mejor informados del país, Carlos Valverde.

Quintana ha desplazado del mando a los ministros Rada y Walker San Miguel, al alto mando militar y policial, ahora comanda personalmente la represión en Pando con todo el apoyo y las prerrogativas dadas por el Presidente.

El derechista converso -gozó de toda la protección de la familia Banzer y fue brazo derecho del entonces ministro Kieffer- es hoy el superministro de un proyecto que se reclama socialista.

Rada, San Miguel, algunos parlamentarios, dirigentes sindicales y viceministros, se desplazan por otras regiones organizando las próximas arremetidas del gobierno contra la media luna.

En tanto, los ideólogos «intelectuales» como Garcia Linera, Sacha Llorenti, Fabian Yaksic, los Peredo y otros, no se ensucian las manos, meten la cizaña desde atrás y ayudan a distraer a la oposición con falsas promesas de concertación, mientras trabajan apresuradamente en la campaña para imponer la Constitución masista que de aprobarse prorrogará a Evo y el conflicto por 20 años.

El presidente Evo hace lo suyo, recibe plata de su mentor Chávez para seguir comprando lealtades de militares y dirigentes, reparte recursos aprovechándose de las necesidades del empobrecido pueblo boliviano y, lo mas importante, en lo interno exacerba el racismo indígena, con la consabida frase: «quieren tumbar al indio» y en lo externo convence a la comunidad internacional que es una victima de las «oligarquías».

 

 

 

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