Por: Mario Rueda Peña
Los Tiempos
En política, lo de «querer» no siempre rima con «poder». Es normal que un líder o partido político confronten graves dificultades en el cumplimiento de ciertas decisiones. Frenan en seco sus pasos los riesgos agazapados en los escollos. No pocas veces estos tienen mucho que ver con la solidez estructural de su propia base social, cuya integridad se resiente si la medida adoptada no es del agrado de cuantos sectores pertenecen a ella. Mucho más todavía, si el partido no es tal, sino «movimiento» de parcialidades sociales ostensiblemente desconectadas entre sí, en lo ideológico y político, principalmente a causa de que apuntan a intereses económico-sociales muy diferenciados.
Es el caso del actual partido de gobierno respecto a los cambios substanciales de la Carta Magna de la Glorieta que le exige la oposición, tanto regional como político-partidaria, como primer paso para llegar a un acuerdo nacional que ponga fin a la crisis que vive el país.
Evo Morales responde negativamente a esta demanda. Afirma que solo aceptaría «cambios secundarios» que no menciona. Suponemos que se refiere a mudanzas menores que de modo alguno despojarían a su proyecto de Ley Fundamental de las charreteras de supremacía con las que orla al Poder Ejecutivo respecto a los demás poderes, ni de los caóticos abalorios con los que se marca el fin de principios universales de la democracia moderna, como la independencia y coordinación de los Poderes del Estado, así como de igualdad de todos ante la ley o de que en el pueblo, en su conjunto, al margen de ya intrascendentes diferencias de tipo étnico-cultural, sea la fuente suprema de la soberanía.
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Si Evo y los máximos dirigentes del MAS no quieren cambiar su proyecto de Carta Magna a uno que no sólo ajuste sus principios a la modernidad democrático-constitucional sino satisfaga a todo el país, es simplemente y llanamente por temor a las reacciones de la base social que le apoya. Gente procedente de ONGs financiadas por fundaciones del exterior , en alianza con ultraindigenistas bolivianos, ayudaron a Evo a construir el partido que luego llegaría al gobierno por el voto mayoritario de un pueblo cansado de los políticos tradicionales, desarrollaron en los «movimientos sociales» del MAS la misma «Visión de País» (radicalmente nativista) que con asesoramiento foráneo lograran estampar en la Carta Magna de la Glorieta. Esta se ha convertido ahora, para los líderes masistas de los campesinos que apoyan al MAS en poco menos que el Corán de los aimaras y quechuas del altiplano, los cocales del Chapare de Cochabamba y de zonas rurales de Potosí, Oruro y Chuquisaca, así como de algunos enclaves masistas de Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando («colonos» procedentes del occidente).
El gobierno teme que los dirigentes de sus «movimientos sociales» le enseñen el puño si respecto a la Carta Magna da un paso atrás para concertar con la oposición un texto constitucional coherente y ajustado a la moderna doctrina constitucional. Sin duda que le inspira terror la posibilidad de que a tal señal de amago suceda una serie de bloqueos de caminos y otras acciones de presión para que no se modifique ni una sola coma en la Carta Magna de la Glorieta. Obviamente que su aprehensión asume rango de pánico colosal ante la perspectiva de que el malestar interno derive a fractura o división. Algo parecido, pero por otras causas, ocurrió en el primer gobierno del MNR, poco después de la Revolución del 9 de Abril de 1952. A los movimientistas se les fue de las manos sus bien organizadas y mejor financiadas organizaciones sindicales «campesinas». Primero se enfrentaron entre sí con fiereza propia de Laimes y Juckumanis. Después arremetieron contra el propio gobierno que les había favorecido con el reparto de tierras, llegando inclusive a victimar, en los lares altiplánicos de los «Ponchos Rojos», a un miembro de la cúpula movimientista de mando. Por último, dejaron a Victor Paz Estenssoro por René Barrientos Ortuño, a quien sirvieron de principal «base social» del partido que creara y con el cual gobernara hasta su trágica muerte en el valle alto de Cochabamba, cuando se estrelló el avión en que se desplazaba todas las semanas a diferentes lugares del país, repartiendo, no «cheques», desde luego, sino plata sonante y contante entre los dirigentes campesinos.
Será difícil, en consecuencia, que Evo acepte cambiar la Carta Magna de la Glorieta. Tratará de imponerla a toda costa. Le teme más a sus movimientos sociales que al resto del país.