Editorial de El Deber.
Quienes, entre los bolivianos de cualquier parte, hemos tenido la oportunidad de viajar más allá de nuestras fronteras, de trasponer montañas y cruzar mares, sabemos, porque lo hemos vivido en carne propia, que no somos bienvenidos en país alguno.
A la hora de enfrentar los controles de migraciones en los lugares de arribo nos damos cuenta automáticamente de que hay buen ambiente para recibir a negros, a cobrizos, a amarillos y hasta a caníbales, seguramente.
Pero la imagen de los controladores se torna hosca, desconfiada, inamistosa cuando toman noticia de nuestra calidad de bolivianos. Para cualesquiera otros, así tengan pintas de patibularios, los trámites migratorios marchan sobre ruedas. Mas para los bolivianos comienza el calvario de las largas e intolerables discriminaciones.
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Los documentos bolivianos casi son puestos bajo una poderosa lupa y no es con poca frecuencia que el empleado corriente de control llama a un colega o a un superior para que de igual forma echen el ojo a pasaportes y cédulas. Y todo ese trámite, ya de por sí ultrajante, va acompañado de un interrogatorio pertinaz. Motivo del viaje, cuánto va a durar la estancia, a dónde se va a alojar, trae comidas o bebidas y otras tantas cosas, cuánto de dinero lleva encima. De buena fuente supimos que a un compatriota, luego de mirarlo de pies a cabeza, le preguntaron sin ambages: ¿Mafioso? Y no conformes con tan cruel proceso, los bolivianos a continuación somos encarados en otra dependencia policial y de seguridad, En cambio el de trazas de atorrante vicioso, salva esas instancias sin que le muevan un pelo ni lo abrumen con cuestionamientos humillantes.
¿Algo que nos estigmatiza llevamos impreso en la cara o en alguna parte del cuerpo los bolivianos que tropezamos con migraciones en el otro lado de nuestras fronteras? Muchas veces nos hemos formulado preguntas así, por el estilo. Y ante la falta de respuesta clara y contundente, nos autoanalizamos,
En primer término vivimos abrumados bajo el peso estigmatizante del narcotráfico que tan encarnado nos acompaña por todo el mundo, porque Bolivia es el gran productor de coca, materia prima en la elaboración del universalmente requerido alucinógeno que es la cocaína, y porque además de ello, casi en toda información relacionada con elaboración y comercio de narcóticos, siempre aparecen uno o más bolivianos, hombres y mujeres, integrantes de la red comercializadora del polvillo de la más alta pureza. ¿Boliviano?, inquieren en Migraciones, y automáticamente nos identifican con los rasgos de los narcotraficantes y se estrechan los mecanismos de registro y de control.
Por otra parte, casi nunca faltan entre los bolivianos que incurren en delitos comunes, ya como residentes fuera del país, los implicados en crímenes pasionales, en hechos de violencia familiar, en comportamiento antisocial, en fin. De esos compatriotas y de sus actos, se hacen eco en grandes titulares los medios de comunicación y eso nos crea anticuerpos que redondean nuestra calidad de indeseables cada vez que trasponemos los ámbitos patrios.
Y nunca se ha sabido de un organismo público o privado nuestro que se preocupe de promocionar una imagen siquiera civilizada, del boliviano.
Los aplazados, también
Oso Mier * ®® Sonría plis
Mis tiernos, vagos del alma. Ustedes que ‘lanearon’ todo el año, que se fueron a los tragamonedas en vez de ir a la escuela, también tendrán su Juancito Pinto. Eso es para demostrar que el Gobierno cumple, hasta con los aplazados, para ser consecuente con su línea.
La idea, era que esos doscientos pesitos sirvan de incentivo. El terrón de azúcar al caballo que llega a la meta. Perdón por la comparación, no vaya a ser que se enoje algún caballo.
Como vivimos en épocas de cambio, el espíritu de Juancito Pinto también cambió. Por ahí cambia el nombre de Juancito por “Los Vagos también cobran”.
El cambio no nació del gobierno, sino de la carta de un niño que envió al gabinete, una nota que la reproducimos, pero corrigiendo las faltas de ortografía a fin de que usted, no se chipe más de la cuenta.
“Señores ministros, dice la nota. Soy uno de esos niños que se aplazó. No aprobé ni en educación física y cuando eso sepan mis padres me van a sacar la cresta, no porque haya perdido la oportunidad de ser un niño que aprenda, sino de ser un niño que no cobra. Esos doscientos pesos son necesarios en mi casa, ministros queridos y les rogaría que, siendo ustedes tan sensibles, discurseando tan bonito sobre sepultar para que los gusanitos se diviertan, ustedes que han aprendido a leer en las arrugas de sus abuelas, reconozcan en este impúber, una especie de colega.
Ustedes, señores ministros, también se han aplazado, como se han aplazado los ñatos de Yacimientos que no pueden ni administrar el gas o el diésel y sin embargo, nadie les ha quitado su sueldo.
Ustedes que hacen tantas chambonadas siguen aprovechándose de la mamadera y no es justo que nos priven del bono a quienes tenemos una niñez, igual que la de ustedes, donde no ha sido ni el aprovechamiento, ni las buenas notas, menos la buena conducta una generalidad, diríamos.
Colegas del alma, no, les prometo ser buen alumno el año que viene, pero entretanto díganle sí al Juancito Pinto, inclusive para los borregos que los admiran.
Con ese bono, más los viáticos que les han dado a mis papis para ir a cercar el Congreso en La Paz, podremos, sin mayor esfuerzo, hacernos de unos pesitos.
Bolivia cambia, yo me aplazo, pero Evo cumple.
Alan Jhonn Guembé
3ero de primaria (por dos veces consecutivas)
* Su vecino