Mientras la oposición continúe negando la seriedad de cuanto ocurre en Bolivia, no podrá superar su impotencia
Editorial Los Tiempos.
La promulgación de la nueva Constitución Política del Estado ha sido recibida en nuestro país de dos maneras diametralmente opuestas entre sí, como fiel reflejo de la polarización en que está divida la sociedad boliviana.
Por una parte, el gobierno del MAS y sus seguidores, como no podía ser de otro modo, celebraron el acontecimiento con el entusiasmo que corresponde a los triunfadores. Después de vencer un sinfín de obstáculos coronaron exitosamente su principal objetivo, y no hay por qué creer que exageran cuando afirman que se ven a sí mismos como protagonistas de un hecho histórico de gran trascendencia.
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No puede decirse lo mismo de la forma como reaccionaron quienes vieron frustradas sus expectativas. Perplejidad, confusión, miedo, desazón pero sobre todo indiferencia, son algunos de lo sentimientos que provocó el acto realizado el pasado sábado en El Alto. Pero no hubo una respuesta política que sobre la base de una interpretación seria de los acontecimientos, dé alguna coherencia a la manera como de ahora en adelante guiarán sus actos para afrontar la realidad.
Más que una respuesta política, que es lo que cabía esperar, lo que parece haberse puesto en funcionamiento es un mecanismo de defensa psicológica denominado “negación”, que consiste en “enfrentarse a los hechos indeseables negando su existencia o su relación o relevancia con el sujeto afectado”. Así, quien sufre una situación que le resulta dolorosa, en vez de afrontarla la elude negándose a reconocer la importancia de sus aspectos principales.
Si bien esos conceptos han sido desarrollados por la psicología para explicar la conducta individual, desde el punto de vista de la psicología social también son aplicables a la conducta colectiva. De ese modo, lo que vale para los individuos también puede ser aplicado a la manera de actuar de todo un grupo social.
Los términos despectivos con lo que los principales portavoces de las diversas fracciones en que está dividida la oposición boliviana se refieren a lo que ocurre en Bolivia desde hace algunos años, restándole toda importancia y seriedad al “proceso de cambio” y atribuyéndolo sólo a las ambiciones personales, “al mal asesoramiento”, o a una errónea comprensión de la realidad, dan razones para creer que estamos ante un típico ejemplo de “negación”.
Así, no es sorprendente que la capacidad de contrarrestar el permanente avance del proyecto político en actual proceso de ejecución sea poco menos que nula. Y mientras sigan subestimando el reto que tienen al frente, aferrándose a la idea de que estamos ante un accidente en el camino y no ante uno de los proyectos políticos más serios de la historia nacional, no se podrá esperar mejores resultados que los hasta ahora obtenidos.