“Las puertas de los comienzos y los finales”

image Marcelo Ostria Trigo. Columna Mi Opinión.

Jano fue el dios romano con dos caras, que miraba hacia ambos lados de su perfil. Fue el “dios de las puertas de los comienzos y los finales” al que Saturno dotó con el doble conocimiento de lo pasado y lo futuro.

Parecería que, en anticipo milenario, Jano –dios pagano ahora redivivo- fue la representación de esta Bolivia de las dos miradas al pasado y de las dos visiones del porvenir. Pero siempre hemos evitado reconocer a este Jano colectivo de los dos rostros, de las dos miradas, de las dos naturalezas, esforzándonos en negar ostensibles diferencias. No es bueno ni malo ser diferentes; resulta de la realidad. Lo preocupante es que simulemos que somos idénticos, negando distintas esencias individuales y colectivas, cuando en verdad no nos parecemos en apariencia, en costumbres, en nuestras creencias, en nuestra adaptación a disímiles entornos y en la manera de alegrarnos y de sentir nuestras penas.



Cuando se abrió la puerta de los “comienzos”, es decir cuando se empezó el proyecto de una republica en el “hinterland” sudamericano, había que recorrer muchos caminos para concretar un ideal de “unidad en la diversidad”. Queríamos ser exitosos como muchos países en los que conviven distintas razas, costumbres y lenguas. Esperábamos que se nos abriera la puerta de los finales, para la definitiva conformación de una sociedad unida y… feliz. Feliz, a su modo, y respetuosa de su variedad.

Pero hubo indolencia, errores y ceguera. Se sucedieron las corrientes de los que buscan la hegemonía. Ahora con el intento de nuevo predominio impuesto, se aleja el propósito de la unidad armónica y del respeto convergente. Simplemente, es la reiteración de la incuria, del fanatismo. Lamentablemente, no hay vocación de solidaridad.

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Cada día –ahora palmariamente- se trabaja con ahínco para la mayor división y para incitar al enfrentamiento fraticida, como resultado del empeño en consolidar una sola visión, un solo proyecto de futuro, mediante una ley constitucional espuria y racista, que tiene el sesgo de la imposición.

Abrir la puerta al pasado para desandar caminos volviendo al incario, no hace desaparecer la realidad de lo vivido; no ayuda a la búsqueda de la unidad. Se acentúan los resentimientos y, pese a un Jano abriendo puertas, es imposible regresar al pasado. La revancha tampoco hace desaparecer la historia; sólo crea condiciones para la  violencia.

Hay dos visiones diferentes; no dos Bolivias. Imponer una de las visiones, en nombre de la revancha andina, incitando a la destrucción de la otra, es terminar con el proyecto que pretendimos edificar. Así, tarde o temprano, estallarán nuevas revanchas. Si a este cuadro desolador se agrega el creciente odio incitado por el oficialismo encabezado por el jefe de estado, el futuro se hace más sombrío. Las secuelas siempre son más duraderas que las crisis. El odio no es fácil de eliminar, especialmente cuando la prédica de los circunstancialmente encumbrados ha sido constante y ha envenenado espíritus y alentado conductas cerriles. Si por algún milagro conseguimos unir los despojos del enfrentamiento, la tarea de superar la inquina será gigantesca.

Cuando arrecian las arengas de odio del presidente Morales, se publica un artículo del analista político argentino Mariano Grondona: “El primero o el último de los ‘odiadores’?” (La Nación, Buenos Aires, 8.II.2009). Es la dolorosa historia del odio de los Kirchner que está enfermando a la sociedad argentina.Y se aplica a la Bolivia del populismo desbocado. Grondona dice: “Competidores hay siempre. Es más: debe haberlos porque sin competencia no habría excelencia. En la política, como en el deporte, el aliento en la nuca del competidor nos presta el servicio de esa exigencia sin la cual nunca nos superaríamos. Pero una cosa es la rivalidad política o deportiva entre amigos que, porque se quieren, se exigen mutuamente en el marco de las reglas comunes que aceptan, y otra muy distinta es la enemistad que se nutre de la intolerancia. En la competencia reconocemos que nuestro rival es necesario. En la enemistad, querríamos destruirlo. Kirchner no quiere simplemente ‘ganarle’ al campo; quiere ‘ponerlo de rodillas’”.

Con esto, viene a cuento aquello de que, con odio, se aleja el entendimiento; con insultos, se pone barreras al diálogo; con incitativas a la violencia, se destruye. Ni el odio, ni el insulto, ni la violencia, hacen desparecer realidades. Las furiosas arengas presidenciales y de sus áulicos, dividen más. Los caminos cada día son más divergentes.

Jano ya mira, con sus dos perfiles, a estos dos senderos atormentados…