De convulsión en convulsión

El ex presidente argentino Juan Domingo Perón era famoso por sus ocurrentes sentencias, algunas propias y la mayoría hábilmente copiadas de pensadores de la antigüedad. Una de tales sentencias rezaba: “no se puede hacer una tortilla sin romper un par de huevos”.

eldeber Editorial El Deber

Expresaba así, gráficamente, que cualquier cambio implicaba rupturas de alguna naturaleza. En el caso boliviano que ahora nos ocupa, estamos embarcados en lo que el propio Gobierno llama “proceso de cambio profundo en el marco de una revolución democrática y cultural”. Gusten o no, varios de esos cambios ya están a la vista, incluyendo nada menos que una  -aún controvertida y discutida- nueva Constitución Política del Estado. Contra viento y marea, la administración del presidente Evo Morales avanza en la consecución de sus objetivos. El tiempo dará su veredicto. La historia será el juez final de la pertinencia  (o no) del conjunto de modificaciones al estado nacional.



Lo lamentable en todo este tiempo es que, aún teniendo en mente la metáfora de Perón, vivimos de convulsión en convulsión desde hace más de tres años. El pueblo ya está cansado de sentir en carne propia que todo el tiempo hay problemas, todo el tiempo surgen inconvenientes, todo el tiempo se prenden luces de alarma. El oficialmente impulsado proceso tiene naturales apoyos y resistencias, pero también hay que tomar en cuenta que nos encontramos en democracia, con –al menos formalmente- el pleno goce de la institucionalidad, del pluralismo y de la libre expresión. Consecuentemente, tenemos los derechos de opinar y de vivir en paz, de intentar progresar, de invertir y generar empleos, como la obligación de trabajar para sostenernos. Y todo esto requiere marcos de paz. Pero en la Bolivia  de hoy, si no es una cosa es la otra; todo es convulsión, todo es revuelo. Es casi imposible llevar una vida normal como país o como personas. Sucesos de diverso tipo y en diversos ámbitos nos llevan a situaciones de crisis que ocurren periódicamente con enorme revuelo, generando preocupaciones internas y externas. No incursionaremos en temas puntuales. El público los conoce y de alguna manera los sufre. El asunto de fondo es que debemos procurar un camino de entendimientos para no continuar en el actual estado de zozobra.

Es responsabilidad de quienes nos gobiernan hacer todos los intentos para calmar los ánimos, evitar pugnas regionales, afianzar la unidad de la patria con acciones fraternas (y no mediante amenazas), como también el brindar las condiciones esenciales de un estado de derecho de plena gobernabilidad. La comunidad mundial ya ha manifestado en reiteradas oportunidades su preocupación por la situación boliviana, teñida ésta de matices con sombras y luces, pero cuyo balance final del momento es una  convulsión casi endémica.

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La abierta animosidad gubernamental hacia el departamento de Santa Cruz es ya inocultable. Es otro elemento preocupante que tiene que solucionarse en un marco de conciliación y de armonía. No podemos seguir así, no debemos seguir por el sendero de las convulsiones. Una sólida y verdadera unidad solamente será posible mediante acciones concertadas en un ambiente de calma. A nada conduce la violencia, venga de donde venga. Tratemos los bolivianos de vivir tranquilos y no de convulsión en convulsión. Ojalá el Gobierno ponga su gran parte en ello. La ciudadanía aportará lo suyo.