Más apresuradas violaciones de DD.HH

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La muerte que se le propina al adversario nos da el perfil exacto de quien gobierna a los pueblos. Dentro de las tragedias griegas emerge en este tema la imagen de Antígona, hija de Edipo y Yocasta quien sufre la muerte de sus dos hermanos varones Eteocles y Polinices quienes tenían que alternarse el trono y a causa de que Eteocles decide quedarse en el poder después de haber cumplido su periodo, contradiciendo la ley de cumplir la alternancia, ambos mueren peleando. En la ocasión Creonte, tío de los muertos se convierte en rey de Tebas y dictamina que, por haber traicionado a su patria, Polinices no será enterrado dignamente y se dejará a las afueras de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros.

Los honores fúnebres eran muy importantes para los griegos, pues el alma de un cuerpo que no era enterrado estaba condenada a vagar por la tierra eternamente. Por tal razón, Antígona decide enterrar a su hermano y realizar sobre su cuerpo los correspondientes ritos, rebelándose así contra Creonte, su tío y suegro (pues estaba comprometida con Hemón, hijo de aquel). Este acto de desobediencia hace que Antígona sea condenada a morir enterrada viva, razón por la que ella para evitar el suplicio decide ahorcarse. Finalmente y después de otras muertes que se desencadenan a partir de este hecho  Creonte finalmente se da cuenta de su error y de que toda la tragedia ha sido desencadena gracias a su soberbia de querer pasar por encima de todos los valores religiosos y familiares, acarreando por esto una gran desdicha a su pueblo.



El hecho de enfrentamiento que tiene más sombras que luces del hecho que ocurrió al amanecer del jueves en el céntrico hotel Las Américas, no ha sido encarado dentro del debido respeto al marco jurídico. Es lamentable que todo el operativo haya ocurrido de manera tan oscura y hermetica, tal como se daban estos hechos en las dictaduras de Pinochet, de Banzer y de Videla. Es una versión de los muertos de la calle Harringtong con otros motivos y actores que tienen otra vez el uniforme puesto alegando otra ideología y las mismas maneras de operar y de generar masacres.

Los jóvenes que el gobierno sindica de terrorismo fueron tomados de manera desprevenida y muertos a sangre fría por los del grupo Delta. Vuelvo a recordar que el día que hizo su aparición el Grupo Delta y fueron presentados como los embanderados de la Seguridad Ciudadana y de la lucha Antiterrorista, un grupo de mujeres reunidas nos alarmamos y pedimos que las autoridades locales exijan una explicación o supervisión de este grupo pues expresamos claramente que habían sido instituidos para ajusticiar a los cruceños, pandinos benianos, chuquisaqueños, cochabambinos y a todos los que ofrezcan algún tipo de resistencia al gobierno.

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Las mujeres, como antígona en la tragedia griega, sabíamos que el crimen se había institucionalizado y traía la cara cubierta y ropa militar. El tiempo nos da la razón, pues los supuestos terroristas debieron ser tomados presos y no matados como animales que son cazados de manera imprevista.

El trato que les han dado a los cuerpos de los que no han sido aún reclamados nos resulta repulsivo, indigno de seres humanos y espeluznante. Hablamos de la noticia de que han ido a parar a una fosa común en La Cuchilla. Otra vez las fosas comunes, otra vez se instituye la práctica de tratar de manera indigna a quienes el gobierno identifica como sus opositores. Recordemos que sus cuerpos antes estuvieron más de 15 horas en el hotel antes de llegar a la morgue. Y que luego los despojos del rumano Mayarosi Ariad y el irlandés Duayer Michel Martin fueron inhumados en una fosa común del campo santo, explicando que la premura por inhumar los cuerpos antes que su familias los reclame es porque “no se puede mantener más tiempo los cadáveres afuera, por el asunto del clima y como no tenemos refrigeradores (para que los cuerpos no se corrompan) tenemos que enterrarlos”, explicó el administrador de la morgue, quien además dijo que nadie se había presentado para cubrir gastos de formolización.

La forma en la que se trata a los contrarios, a los opositores, marca claramente la línea divisoria entre un gobierno democrático y una dictadura.