Se intuía; ahora se confirma…

MarceloOstriaTrigo Marcelo Ostria Trigo

Una de las frustraciones de los bolivianos es intentar, en vano, comprender los propósitos, el programa, la esencia ideológica y los designios del gobierno del presidente Evo Morales. En verdad, desde el inicio no hubo claridad en sus planteamientos públicos.

Los jerarcas del régimen que influyen en la orientación populista del régimen, son muy variados en tendencias y en el grados de carencias democráticas, aunque está claro que populismo –o “neopopulismo”– no es una corriente política sustentada ideológicamente. Es un conjunto de movimientos heterogéneos caracterizados “por su aversión discursiva o real a las elites económicas e intelectuales, su rechazo a los partidos tradicionales (institucionales o ideológicos), su denuncia (fundada o no) de la corrupción por parte de las clases privilegiadas y su constante apelación al pueblo como fuente de poder”. Abundar en esto parece una inutilidad, pero hay algunos nuevos hechos que conviene mencionar.



En enero de 2006, fueron  pocos –si los hubo- los que percibieron la verdadera naturaleza del nuevo gobierno. El “instrumento” político de los sectores populares bolivianos, el Movimiento al Socialismo (MAS), ya había recibido en sus filas a  personajes de todas las tendencias y colores. Hubo, en realidad, una extraña mezcla de iniciativas. Por un lado, se reivindicaba un fundamentalismo indígena, que se reflejó en una curiosa “coronación” de un nuevo inca –¡aymara él- en las ruinas de Tiahuanaco, con todas sus incongruencias históricas. Por supuesto que esto influyó para que algunas figuras institucionales sean recogidas en la nueva constitución, como el reconocimiento de la justicia comunitaria, pese a su rezago de la modernidad jurídica.

Aunque ya en las elecciones de 2005 hubo injerencia descarada del chavismo en favor de Evo Morales, pocos creyeron que la influencia del extraviado presidente venezolano iba a ser tan decisiva en la definición de los lineamientos del MAS, dejando intocables, eso sí, los rasgos indigenistas anacrónicos.

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También hubo claros mensajes del candidato –hoy presidente- a una sociedad ávida de paz y unidad: “Somos de la cultura de la vida, no de la muerte”, prometiendo que en su gobierno no habría víctimas fatales atribuibles a los excesos de la represión oficial. Sin embargo, en estos tres años, ya se cuentan por docenas los muertos por enfrentamientos promovidos por los organismos de seguridad y por dirigentes y militantes del Movimiento al Socialismo (MAS).

Se habló mucho de la tolerancia, como un valor de la vida política. Por eso, tampoco se podía imaginar que el nuevo presidente se empeñara, con tanto ahínco, en la pendencia. Creó tensiones y buscó pleitos. Los principales blancos de sus agraviantes ataques fueron la iglesia católica a la que se intentó mostrarla como uno de los focos opositores al régimen; los neoliberales (se usa el término como insulto); los Estados Unidos, incluyendo a su embajador, la DEA, la CIA y USAID; el presidente peruano dedicándole ofensas, como “bromas” de mal gusto; la Unión Europea cuando ésta decidió negociar tratados de libre comercio (TLC’s) con los países andinos por separado ante una tozuda posición de la representación boliviana; los prefectos departamentales que ganaron en las elecciones a los candidatos del MAS y que gozaban –lo que persiste- de gran popularidad en sus distritos; los parlamentarios de oposición que “se atreven” a no secundar las propuestas del régimen; y los medios de difusión y periodistas que publican noticias que le molestan. Y muchísimos otros blancos de la ira presidencial.

Ahora se confirma que esa conducta se inspiró en las experiencias de una parte del mundo que abrigaba la esperanza de lograr la “gran patria socialista”, o sea la primera etapa en el camino hacia un comunismo, ahora imposible e inactual. Pero esto, lo que simplemente se intuía, o que supuestamente era parte de la propaganda contra el gobierno, muestra que la línea dura de los extremistas de izquierda ha prevalecido. El presidente, en la reciente reunión del ALBA en Caracas, acaba de declararse –lo que debe ser tomado como la línea de su gobierno- marxista-leninista, socialista (¿será el “socialismo del siglo XXI” inventado para Hugo Chávez por Heinz Dieterich Steffan?) y comunista. Este es su título, muy largo para una tendencia.

Hay que reconocer que en la Bolivia actual no hay lugar para el aburrimiento. Pero también hay que admitir que la recurrente sucesión de incongruencias, tropelías, detenciones, amenazas y acciones violentas, crean crispación en una sociedad ya abrumada.