Hay una constante histórica: las revoluciones, para mantener el fervor de sus sostenedores, tienden a radicalizarse. Y en esta radicalización cruel se cometen atentados contra la vida, la dignidad y la libertad de los “reaccionarios” y, ahora, en Bolivia, de los “enemigos del cambio”.
Por Sergio P. Luís – Profesional independiente
Pero en el desenfreno extremista no solamente caen los esos reaccionarios y los enemigos de cambio, sino también los propios revolucionarios, y así se actual la dramática exclamación de Georges-Jacques Danton, antes de morir en la guillotina: "…la revolución es como Cronos, siempre termina devorando a sus propios hijos".
Es verdad: la revolución es más cruel con los que ayer fueron amigos, es decir con los revolucionarios en desgracia; éstos reciben los castigos antes reservados a los no revolucionarios, todo como resultado del odio que exaltó Ernesto “Ché” Guevara, en un mensaje “a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar …un pueblo sin odio no puede triunfar…”. Los revolucionarios que se quedan en el camino son los que caen presos, los torturados y los asesinados por sus propios camaradas.
Como es pública la admiración del presidente Evo Morales Ayma a la revolución cubana (“Hace 50 años el pueblo cubano se libera del imperio norteamericano, por tanto Cuba, su pueblo y sus comandantes son símbolo de la liberación de los pueblos del mundo”, dijo el 23 de febrero de 2009), vale la pena recordar a algunos de los revolucionarios cubanos caídos: la misteriosa desaparición de Camilo Cienfuegos, los horrorosos 20 años de cárcel de Huber Matos pagando su disidencia, los fusilamientos de los comandantes William Morgan y Humberto Sori Marín, y los del general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia, así como la sospechosa muerte en la cárcel del ex ministro del Interior José Abrahantes.
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Pero no todos fueron apresados o asesinados. Algunos salvaron la vida y evitaron la prisión auto inculpándose, como el escritor Heberto Padilla, que pidió perdón por supuestos crímenes contra la “patria socialista” y, recientemente, los dos últimos defenestrados por Raúl Castro: el ministro de relaciones exteriores Felipe Pérez Roque, y el vicepresidente Carlos Lage, que también se echaron culpas y “errores” pero sin revelar qué hicieron para merecer ese destino.
Ahora, con el llamado “socialismo del siglo XXI” que sigue el eje Managua–Caracas–Quito–La Paz, los gobiernos populistas articulados con el ya vetusto castrismo, siguen las prácticas represivas del sistema brutal del régimen comunista. Se sacrificaron y se sacrificarán a muchos Dantones.
¿Será que los masistas realmente creen que son inmunes a la persecución y que nunca serán devorados por sus compañeros revolucionarios? En verdad, muchos de éstos, tarde o temprano, serán inexorablemente perseguidos en oleadas, mientras los que queden insistirán en consolidar la dictadura.
Quizás uno de los fundadores del Movimiento al Socialismo, Román Loayza, es el más listo: se separó de esta maquina terrible antes de ser defenestrado.
El populismo, primitivo y desenfrenado, contagiado del odio castrista, devorará a sus hijos…