El hablador

Por Juan Boliviano

0905110801 Nadie se preocupa, cuando algún pelafustán habla mucho, con impertinencia y con furia. Desagradaría, porque la iracundia permanente causa molestia y rechazo. No se trataría de un sujeto respetable, digno de confianza; sería un hablador más y no trascenderían sus necedades. En este caso la solución es simple: evitarlo y no oírlo. Pero cuando quien se desenfrena, provocando, insultando, acusando, es decir denostando a tantos y amenazando con castigos terribles a sus enemigos reales, es el presidente, vemos con pena que estamos gobernados por un personaje que no nos merecemos, que no proyecta seriedad ni decoro, y menos sindéresis. Esto es particularmente notorio cuando entre los que lo escuchan –o están obligados a hacerlo– los únicos que lo aplauden son sus serviles áulicos y los sectarios irracionales.

El presidente de Bolivia –en campaña electoral anticipada– a diario contamina el ambiente con sus groseros e incendiarios discursos. Muchos no recuerdan una sola exposición del señor Morales en la que anuncie, avise, informe o trasmita algo a la ciudadanía, sin iracundia. Hay temas que pueden ser tratados sin agravios, sin las mentiras que a menudo son lanzadas sin pudor.



El lamentable estilo del señor Evo Morales no sólo se muestra en el país con odios irracionales; el mandatario exhibe su incontenible cólera, nacida del resentimiento perverso, en el exterior, especialmente cuando va las reuniones internacionales –no se pierde una– en las que los populistas como Hugo Chávez se refocilan con las demasías de quien llaman paternalmente “el indiecito”.

Por supuesto que muchas de sus rabietas provienen de la ignorancia. El presidente, por su estilo “cocalero”, no distingue la diferencia entre el trato respetuoso y la firmeza en el planteamiento que no es compartido por el interlocutor. Veamos: se arrebata cuando el gobierno del Perú, cuyo presidente conoce la institución americana del asilo político, concede ese asilo a un ex-ministro boliviano. Es que no sabe que es prerrogativa del gobierno que recibe la petición de asilo calificar la condición política del solicitante.

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Y vaya que el señor Morales tiene sentimientos negativos injustos hacia el presidente Alan García. Es notorio que la agresividad del gobierno –la del presidente y de los que lo imitan o siguen- se multiplica cuando se dirige a un presidente que derrotó a un rival populista prohijado por el chavismo. Eso sucedió precisamente con Alan García, que triunfó electoralmente sobre el indigenista radical Ollanta Humala, y con el presidente de México sobre el candidato auspiciado por Hugo Chávez. ¿Sucederá lo mismo con el nuevo presidente de Panamá?

El presidente Morales, ni aun cuando hace propuestas deja su cruda irresponsabilidad e incurre en bravatas que deben causar hilaridad disimulada (se proclamó marxista–leninista, socialista y comunista, todo junto). Ciertamente, no hay poder en el país que lo haga callar para evitar las vergüenzas a las que nos expone; claro que no está el Rey Juan Carlos para decirle: “¿Por qué no te callas?

Últimamente, en los discursos presidenciales, en las declaraciones de sus seguidores como el ex terrorista ahora vicepresidente, en la propaganda y los mensajes, se repite una infamia. Se insiste en un imaginario separatismo de Santa Cruz, procurando tapar la crueldad en el manejo del caso de los presuntos terroristas abatidos en un hotel de la capital oriental.

Este es el malsano estilo de Hugo Chávez, seguido fielmente por su protegido en Bolivia.