Terrorismo, ¿razón de Estado?

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(Editorial 308, 01/05/09)

Voz compartida



“Todos los abusos que a diario, y cada vez con más saña e impunidad, comete el Gobierno central a través de sus portavoces, movimientos sociales y fuerzas represivas, están fríamente calculados en su proyecto político… No hay errores, ni casualidades. Hasta hoy, le han dado resultados, como lo demuestra una oposición dispersa y prácticamente paralizada por el terror.”

Nada de lo que está ocurriendo hoy en Bolivia es fruto del azar. La muerte de tres hombres a manos de la Policía, ordenada por el Gobierno central bajo el argumento de que eran miembros de una supuesta célula terrorista, tampoco lo es. Todo, absolutamente todo guarda una relación directa con la guerra de poder que libran varias fuerzas antagónicas en el país. Una guerra en la que, sin duda, hay un ejército que lleva ventajas sobre los demás porque tiene en sus manos el control hegemónico de las fuerzas represivas.

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Ese ejército es el que comanda el Gobierno central. Y lo hace con la prepotencia del que se sabe vencedor, ordenando el ataque “implacable” contra todos los que osen disentir de él, contradecirle o criticarlo. Implacable quiere decir severo, inflexible, no tener piedad ni clemencia de nada ni de nadie. Implacable ha sido el Gobierno en su ataque a Pando y a sus autoridades legales y legítimas. Implacable es ahora en su arremetida contra Santa Cruz, repitiendo excesos y abusos que hasta hace poco eran bandera de lucha de las organizaciones de derechos humanos. Ya no lo son más.

En el ejercicio de ese su ataque implacable, el Gobierno no ha evitado las muertes de civiles. Todo lo contrario: parece buscarlas, provocarlas, consumirlas. Siempre, argumentando una razón de Estado, bien a la usanza de remotas dictaduras, militares o no, que consolidaron su poder recurriendo a razones de Estado para justificar el silenciamiento de las voces disidentes y el cercenamiento de los derechos y garantías constitucionales que le dan sentido a una vida en libertad y democracia. Ahora, el pretexto es la lucha contra el terrorismo, aunque en un espectacular juego maquiavélico lo que hace es precisamente abrir el camino para el ejercicio, desde el poder central, del terrorismo de Estado. ¿O alguien duda que en Bolivia ya se vive un terrorismo de Estado?

Para aclarar dudas, es bueno recordar que basta una de las siguientes formas para saber si una sociedad padece o no de esa lacra: a) uso de la coacción o persecución ilegítima, secuestro, tortura, asesinato o ejecución extrajudicial utilizando recursos policiales, parapoliciales o paramilitares; b) creación de organizaciones terroristas clandestinas convencionales -reales o simuladas-, apoyo a las mismas o negligencia deliberada en su persecución (a veces, estas organizaciones se presentan como extremistas de las fuerzas opositoras, lo que otorga mayor justificación a sus promotores de cara a la opinión pública); c) instrucción o inducción a la tropa propia para que actúe de tal manera que cause terror en la población civil del enemigo, o negativa a introducir medidas que limiten o persigan tales acciones (la Escuela de las Américas ha sido criticada por entrenar a militares latinoamericanos, entre otros el actual Ministro de Gobierno); d) realización abierta de operaciones militares con el mismo objetivo, que se suelen denominar “encaminadas a romper la moral del enemigo” mediante el uso de armas estratégicas u otras cuyas características produzcan un grave estado de inseguridad y temor en la población civil; y, e) creación de una política de emigración que impida a la población el abandono del país, bajo pena de prisión o muerte.

Excepto la contenida en el inciso “e”, en Bolivia están presentes todas las otras formas descritas como evidencias de terrorismo de Estado. Y es bueno insistir: nada de ello es casual. Todos los abusos que a diario, y cada vez con más saña e impunidad, comete el Gobierno central a través de sus portavoces, movimientos sociales y fuerzas represivas, están fríamente calculados en su proyecto político de control hegemónico y totalitario. No hay errores, ni casualidades. Hasta hoy, le han dado resultados, como lo demuestra una oposición dispersa y prácticamente paralizada por el terror.