Como a malhechores

No están del todo claras las circunstancias de que estuvo rodeado el brutal episodio de terrorismo y terroristas que fue supuestamente abortado aquí en Santa Cruz de la Sierra, antes de que diera sus primeros pataleos, según se puede colegir de los trascendidos hasta el momento.

eldeber Editorial El Deber



Sin necesidad de hilar muy fino y en razón del cauce que aparentemente toman las investigaciones, se llega a la conclusión de que el móvil de la acción terrorista era poner en marcha un plan de separatismo territorial y, naturalmente, consumarlo a rajatabla.

No se necesita llegar al fondo, al detalle de la versión sobre separatismo para concluir en qué sólo en mentes desequilibradas, obtusas, ignorantes de la realidad en que vivimos no sólo aquí, sino en todo el planeta, podía concebirse la idea de generar una fractura, un separatismo territorial consolidado, el territorio, tras doscientos años de integración, y nada menos que con  el apoyo de tres, cinco, diez terroristas que fueron buscados y comprometidos a miles de leguas de distancia, siendo que aquí mismo, al otro lado de nuestro patio, podíamos contratar, seguro, cientos y miles, tanto o más fieros y experimentados que aquellos infelices procedentes del Viejo Mundo.

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De principio el caso huele a fábula, tiene los matices de fantasía dramática, pero fantasía en fin. Y tan cabal se vuelve esta apreciación que ni en el ámbito local ni en el externo, del pretendido móvil separatista se ha hablado mucho, por el contrario, no se ha hablado nada. En cambio se sigue, aquí por supuesto, a la búsqueda de los que se da en llamar “cabezas de turcos”, es decir, individuos a quienes echar sin más ni más el perro muerto, como vulgarmente decimos.

No vamos a discutir sobre la legalidad de lo que se está haciendo con los presuntos separatistas complotados y asimismo presuntos incitadores o cómplices terroristas. Sin embargo, y sólo apoyados en el sentido común, nos parece que se está tratando tanto o más que como a malhechores  con todas las agravantes de ley,  y más allá aún, a personas, a ciudadanos y de paso a instituciones, por un hecho cuyas motivaciones y alcances aún no han sido expuestos de manera diáfana, a la luz pública que no tiene hasta el momento por donde despuntar sin sombras de dudas.

¿Será que se duda de la idoneidad de los tribunales ordinarios de la justicia que funcionan en nuestra cálida región? ¿Será que no es confiable la imparcialidad de los juzgadores instalados en esta plaza nuestra? ¿Será que nuestro togados no dan la talla de los fieles intérpretes de nuestro vetustos y remendados cuerpos de leyes? ¿Será que sólo en las alturas del altiplano brilla con luz de excelencia y equidad la ciencia de Justiniano?

No son personas desconocidas las que han sido metidas en el baile, medidas con el mismo rasero de sospechosos, que tienen que moverse de aquí para allá dejando con perjuicio sus quehaceres de todos los días. Y aunque el hecho de ser personas conocidas no las exime de juzgamiento, cuando menos que no se las zarandee, ya nomás, como a trapos viejos y sucios, como a malhechores sorprendidos in fraganti.