La nueva Constitución no tiene futuro y está condenada al fracaso porque proyecta una comunidad de reglamento en lugar de una comunidad de principios.
Siguiendo las categorías del filósofo del derecho, Ronald Dworkin, en su libro El imperio de la justicia, existen tres modelos de comunidades o Estados: i) el de accidente o de facto; ii) el de reglamento o convencionalismos; y iii) el de integridad o principios.
En la comunidad de accidente no existe un compromiso entre sus miembros para proyectar el futuro en común; un accidente histórico los vincula dentro de un espacio geográfico en un marco de convivencia dentro del cual unos quieren aprovecharse de los otros para alcanzar sus fines y objetivos. Podemos asimilar a este modelo la situación anterior de Bolivia donde importantes sectores de la población estaban excluidos del sistema político, económico y social.
En la comunidad de reglamento, la convivencia se organiza bajo la aceptación convencional de determinadas reglas de juego bajo las cuales se desenvuelve una cruenta competencia entre actores y grupos rivales cuya única finalidad no es la construcción y desarrollo de un proyecto en común, sino la de ganar la competencia y conseguir el mejor resultado a cualquier costo, destruyendo o aniquilando al adversario. A veces, este compromiso superficial se expresa en reglamentos diferenciados que corresponden a los intereses de cada uno de los contendientes enfrentados.
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Esto es lo que sucede con la nueva Constitución que contiene dos reglamentos o constituciones dentro de la apariencia de una sola; establece unas instituciones para los indígenas y otras para los no indígenas. En la dinámica del régimen constitucional, bajo estos reglamentos diferenciados, se desarrollará una encarnizada competencia entre los dos segmentos; cada uno de ellos tratando de ganar el mayor espacio y terreno posible a costa del otro. La justicia indígena a costa de la republicana y viceversa, la autonomía indígena a costa de la departamental o municipal y viceversa. Este es el germen de la autodestrucción de la Constitución que impulsó el MAS.
En la comunidad de principio, la convivencia se organiza bajo el presupuesto de un compromiso auténtico y profundo de todos los ciudadanos con el principio de integridad o coherencia en los ámbitos de la equidad, justicia y debido proceso, que obliga éticamente a la comunidad o Estado, por encima de las diferencias y particularidades que caracterizan a cada grupo o sector. Cada una de estas parcialidades tiene y defiende legítimamente sus propios intereses y proyectos, pero por encima de ellos se impone como deber de la comunidad o Estado un trato coherente y razonable, igualitario, para todos sus ciudadanos.
Como modelo alternativo de país, a la comunidad de reglamento que nos propone el MAS, tenemos que plantear una comunidad de integridad y principios, para todos los bolivianos, sin exclusiones de ninguna naturaleza. Este es el cambio que necesita Bolivia.
*Carlos Alarcón es abogado constitucionalista.