La diplomacia de los «enemigos»

Hay que reconocer que el gobierno de Morales se está apuntando envidiables «éxitos» en diplomacia por su habilidad en buscar pleitos con países vecinos y con EEUU; en lo interno el asunto es aun mejor, pues mantiene perseguidos con juicios, chicotazos y expropiaciones a cuanto opositor político, cívico o empresarial se le ponga al frente.

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Nuestro gobierno y la cancillería en manos de un «hermano» indígena no podría hacerlo mejor. Mantiene «excelentes» relaciones con países sospechados de practicar el terrorismo internacional y con un vecino que nos arrebató la salida soberana al mar Pacífico, en tanto acosa con agresiones verbales y acciones debajo de la mesa, a vecinos con los que Bolivia debiera mantener las mejores relaciones económicas, más allá  de las diferencias políticas y los afectos  y desafectos personales que oprimen el cerebro del presidente Morales.



Lo que sorprende es que la diplomacia boliviana manejada a control remoto desde Caracas, no haya aprendido hasta ahora del pragmatismo del «maestro» Chávez que, por ejemplo, le declara guerra verbal todos los días a EEUU, pero mantiene intimas relaciones económicas y comerciales con el «imperio» y en el plano sudamericano anda a la caza del monopolio político por razones de hegemonía económica.

La Bolivia del MAS entiende la diplomacia a la inversa. Se alejó de EEUU por cuestiones políticas y por la defensa de la economía informal de los cocaleros que beneficia a los narcotraficantes, perdió un mercado invalorable para nuestras exportaciones, a cambio de nada.

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La administración de Morales actúa con torpeza también con nuestros vecinos. Con Brasil, en principio, bajo el argumento de la nacionalización se despachó militarizando las plantas de Petrobras, con gran despliegue publicitario, para ir después a rogar negociación con Brasilia y ahora critica al gobierno de Lula por dar refugio humanitario a los perseguidos políticos pandinos.

Con Perú, repitiendo el libreto «bolivariano», la bronca de Evo hacia Alán García se manifestó desde el principio, con ataques y alusiones personales al presidente peruano, lo que obligó al envío de diez notas diplomáticas de reclamo del vecino país al nuestro. Tampoco entendió nuestro gobierno el alcance del asilo político otorgado por Lima a ex dignatarios bolivianos que antes de ser  juzgados ya habían sido condenados como «delincuentes» por el propio Evo Morales.

Y el colmo de los colmos, doña Celima, la ministra de Justicia, cuya trayectoria en materia jurídica se hizo en los bloqueos del Chapare y practicando canto popular en las fiestas del trópico cochabambino, a nombre del gobierno acusó al presidente García de genocidio por lo ocurrido en la amazonia peruana (donde más son los muertos de la policía que de los campesinos). Cualquiera fuese la situación, un gobierno mediatamente serio puede lamentar los hechos, pero jamás anticipar criterios sobre problemas internos de otro país.

Con Paraguay, el problema suscitado por la supuesta incursión de militares bolivianos al territorio vecino y que puede ser resuelto con hidalguía reconociendo errores (si los hubo) y una excusa, va en camino de convertirse en un problema diplomático, por la serie de justificaciones y contradicciones en que incurren los ministros de Gobierno y de Defensa y que el presidente replica dando confusas explicaciones a su par Fernando Lugo.

Es que el gobierno de Evo Morales existe por y para la confrontación, sea interna o externa, lo cual es una premeditación para ocultar la creciente pobreza en el país, el desempleo, la alarmante inseguridad y la falta de un plan nacional que ofrezca certidumbre en el futuro a los bolivianos.