Según el virtuoso y bien ponderado Daniel Ortega, sus correligionarios Hugo Chávez y Evo Morales no viajaron a la toma de posesión de Mauricio Funes, porque estaba en marcha un plan para asesinarlos.
Cuando lo escuché, se apoderó de mí eso que los entendidos llaman un deja vu, porque hace apenas unos meses, Chávez dejó de asistir a una cumbre presidencial en El Salvador, justamente por ese mismo motivo. “Podría inventarse otra excusa”, me dije.
Minutos más tarde, el erudito canciller de la Patria, Nicolás Maduro, añadió que entre los sospechosos del "magnicidio" estaría el “ultraderechista” Alejandro Peña Esclusa.
“¿Cómo le explico esto a mis colegas de Academia Brasileña de Filosofía, que me acaban de otorgar el título de miembro de esa organización?” -pensé- “¿Qué irán a decir los compañeros del prestigioso diario argentino La Nueva Provincia, del cual me honro en ser corresponsal?”. En cuanto a mis familiares y amigos, no me preocupo en dar explicaciones; ya están acostumbrados a que los chavistas me endilguen cuanto "golpe" y "conspiración" se desate en América Latina.
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“Vaya” -me dije- “ya van dos magnicidios, porque hace apenas un mes me acusaron de orquestar el asesinato de Evo Morales”.
Debo confesar que una sonrisa burlona afloró en mis labios, “tengo aversión a la pólvora” -pensé- “además, con la actividad tan intensa que desempeño ¿En qué momento podría organizar no uno, sino dos magnicidios?”.
Se nota que Maduro jamás ha escrito un artículo, mucho menos un libro, porque de haberlo hecho, sabría que el número de caracteres que escribo por mes no dejan tiempo para aventuras bélicas, sobre todo si tengo que viajar constantemente para fundar capítulos de UnoAmérica en diversas ciudades del mundo.
Decidí descartar el tema, considerándolo otro episodio más de propaganda revolucionaria, pero los chavistas insistían tanto, que terminé sospechando que quizá sí había algo montado.
“¡Qué locura!” -me dije- “¿Habrá alguien tan insensato que pretenda matar a Evo y a Chávez?”. Siento escalofríos ante la sola idea de la muerte de un ser humano; pero en este caso se cometería, además, un grave error histórico y político.
Dentro de pocos meses, Chávez y Morales estarán “muertos“, pero no físicamente, sino políticamente. Basta esperar a que la crisis económica y la pésima gestión administrativa de ambos gobernantes los lance por el foso de la ignominia y del rechazo popular. Asesinarlos significaría, sin duda, añadir nuevos Ché al panteón de la revolución.
Si algún terrorista está preparando magnicidios, ruégoles -queridos lectores- hacerles llegar éstas mis palabras de consejo: “Tengan paciencia, no recurran a la violencia; la revolución está moribunda, no solo en Bolivia y en Venezuela, sino también en la patria de Sandino, y en cualquier otro lugar donde se levante la bandera del Socialismo del Siglo XXI?… Entonces, ¿Para qué gastar pólvora en zamuro?” (1).
(1) Zamuro: Buitre, zopilote, gallinazo.