¿Una nueva Internacional?

La “Internacional” es una canción de los trabajadores puesta de moda a fines del siglo XIX. En su momento se creó la llamada Internacional Obrera o Primera Internacional. Luego le siguieron la Segunda, Tercera y Cuarta Internacional, esta última de tendencia trotskista. Estos términos parecieron quedar en la obsolescencia de la historia desde la caída del Muro de Berlín (1989) y el posterior colapso del comunismo con la extinción de la Unión Soviética (1991).

eldeber Editorial El Deber



Hoy en día, vemos con asombro -y algo de temor- el auge y crecimiento de una nueva Internacional que, so pretexto de satisfacer postergadas reivindicaciones indígenas, pretende generar un inédito orden social en Iberoamérica a partir de postulados marxistas y populistas. Esta nueva Internacional reniega del pasado republicano, cuenta con fondos de ONG´s europeas cómplices que le hacen coro y habla reiteradamente de una “segunda independencia”. Uno de sus exponentes más destacados en la actualidad es el presidente boliviano Evo Morales.

Con el pretexto de “internacionalizar”  el movimiento, ahora se irrumpe y se interviene en procesos internos –a veces teñidos de sangre- de otros países. El propio Evo Morales ha llamado a la rebelión y posterior “revolución”, agregando así tensiones a la ya deteriorada relación con Perú.

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Lo sucedido en el Amazonas peruano no es ni casualidad ni un suceso trágico aislado. Se perciben hilos de planificación previa y sus alcances son preocupantes. La nueva Internacional en curso tiene  ramificaciones en muchas partes. Cuenta además con estrategas y voceros, hábiles en lo suyo y para exagerar las cosas.

Si mueren fuerzas del orden u otros grupos de personas, eso no importa, aunque hayan sido perversamente inmolados. Lo que importa es resaltar hasta el grado de la exageración todo aquello que tenga que ver con movimientos indigenistas y con su peculiar sentido de justicia comunitaria, la que apaña conductas reprochables en abierta contradicción con el desarrollo nacional e internacional del Derecho.

La propia Corte Internacional de Justicia reconoce en el inciso “c” del artículo 38 de su Estatuto, que decidirá las controversias según los principios generales del derecho de las naciones civilizadas. Nada se menciona en este importante documento de “usos y costumbres” o de “justicias” de otra naturaleza. El estado del mundo del presente impone pautas y a ellas debe acogerse la sociedad mundial en pleno.

Hay que ver la mejor manera de contrarrestar con medios institucionales, democráticos y pacíficos, esta nueva internacional que argumentando una “segunda independencia indígena” atenta contra la democracia y los valores esenciales del mundo civilizado. Lo de Perú es un aviso más, habrá otros. Debe procurarse un corte definitivo a este dañino proceso. El Gobierno boliviano tendría que dar el ejemplo absteniéndose de injerencias externas, sean cuales sean.

El método subversivo puesto de manifiesto mediante rebeliones, actos de sedición, bloqueos, atentados contra militares y policías, etc.,  para luego de provocada la violencia gritar “masacre” o “genocidio”, ya tiene un claro patrón instituido desde la bien planeada operación que derrumbó a un gobierno constitucional boliviano en octubre de 2003.

La solución siempre pasará por el camino del diálogo, pero al mismo tiempo hay que procesar a quienes infringen la ley. La nueva Internacional tendrá que ajustar sus actos futuros al grado de desenvolvimiento jurídico alcanzado universalmente y siempre en paz con democracia. De lo contrario, esta Internacional pseudo indigenista podría pasar a ostentar contenidos  subversivos y hasta terroristas.


El atraso como fruto de la mente

Dominicus

Allá por 1985 el profesor estadounidense Lawrence Harrison publicó su famoso trabajo ‘El subdesarrollo es un estado mental’. Diversos autores prosiguieron la senda y repitieron conceptos. Sin embargo, la explicación más contundente sigue siendo la inicialmente preconizada por Harrison: todo está en la cabeza, en el estado mental de un individuo y de la sociedad de la que forma parte. Solamente así se explican diferencias notables hasta entre poblaciones y territorios muy parecidos.

Veamos dos ejemplos clásicos. En primera instancia, Barbados y Haití. Ambas son islas del Caribe habitadas por descendientes de esclavos negros. Mientras Barbados prospera, Haití sigue sumida en desesperante pobreza. ¿Razones? Obviamente, una manera distinta de ver las cosas y de pensar entre las dos sociedades. El segundo ejemplo: Australia y Argentina son países con vastos espacios y poca población, mayoritariamente blanca. Australia prospera mientras Argentina decae y decae ¿Razones? Por encima de las similitudes, obviamente surge una manera colectiva e individual distinta de pensar y de proceder que hace que los australianos estén mejor.

Bolivia –más allá del arrastre histórico de injusticias o discriminaciones– persiste en su pobreza y cuando tenemos una riqueza (gas, litio, hierro, etc.) casi siempre ahuyentamos toda posibilidad de explotación racional que brinde prosperidad a largo plazo ¿Razones? Una trama cultural adversa en Bolivia que impide adaptaciones e innovaciones. Esto se acentúa notablemente en los tiempos que vivimos ahora mediante un Estado ‘plurinacional’ de gran pompa demagógica e incierto futuro, pues pretende –con el mero cambio de rótulo– ser un ‘nuevo’ país y reniega de su propio pasado.

Siempre he compartido la conclusión final de Harrison: no hay nada racial –ni otras tonterías por el estilo– en la diferencia entre desarrollado y subdesarrollado. Todo radica en la manera de pensar. Si se cambia una cultura del atraso y del resentimiento por una del progreso, las cosas pueden modificarse positivamente.

El subdesarrollo es al final, como repetía Harrison, un estado mental. Uno casi siempre es miserable por querer ser miserable y no por que lo obliguen a serlo. El resto entra en el terreno de las llamadas ‘teorías conspirativas’, meros pretextos para disimular las propias falencias de una sociedad.