Cabe también preguntar si la oposición política no es, a su vez, la máxima expresión, y la única posible, de unas élites desfallecientes
Por Redacción central | – Los Tiempos – Editorial
Hace unos días, en esta misma página, se publicó un artículo titulado “Sociedades permisivas con el poder” en el que uno de nuestros columnistas, quien además es jefe de Redacción del matutino colega La Prensa, comentaba un reciente artículo del semiólogo italiano Umberto Eco a propósito de los constantes escándalos protagonizados por Silvio Berlusconi en su país.
En el artículo citado, Eco hace una afirmación categórica: “El problema de Italia no es el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, sino la misma sociedad italiana ‘enferma’ que le permite acumular poder”. Así, el autor de “El nombre de la rosa” respalda con su firma un muy viejo y conocido adagio según el cual “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.
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Como acertadamente hace notar el comentarista, las reflexiones de Umberto Eco son plenamente aplicables no sólo a su país, Italia, sino a cualquier sociedad políticamente organizada. Bolivia, por supuesto, no es una excepción, por lo que bien vale la pena reflexionar sobre el grado de responsabilidad que corresponde al conjunto de la sociedad por la calidad de sus gobernantes y sus instituciones políticas.
De lo que se trata, como indica el artículo que comentamos, es de que nos preguntemos “hasta qué punto las “mayorías”, esas a las que apunta el poder democrático y constitucional como la voz del pueblo y como soberano pleno de cualquier Estado, no forman parte —con sus consensos, respaldos y silencios— de procesos que, por largos periodos históricos, permiten a las élites políticas ejercer su poder con impunidad”.
Al aplicar ese razonamiento al caso boliviano, cabe preguntar: “¿cuán permisiva es la sociedad boliviana con el presidente Evo Morales? (…) ¿A cuántos realmente preocupan sus pulsiones autoritarias? ¿En qué medida esas mayorías que hoy lo ven como el único líder le permiten sus atropellos a los otros poderes, a la libertad de expresión y a los derechos humanos en razón de la política justiciera con el viejo sistema político?”, entre otras.
Como es fácil constatar, buscar explicaciones a los fenómenos políticos en el alma colectiva de una sociedad más que en las virtudes o defectos de los eventuales gobernantes puede dar lugar a muy fértiles reflexiones. Pero en el caso boliviano, el ejercicio resultaría excesivamente parcial, por lo incompleto, si no se lo aplicara también a las corrientes de oposición.
Así, si se asume que el gobierno del MAS, con todas sus cualidades y defectos, es la más fiel expresión de la cultura, los valores, las ideas y los intereses predominantes en la sociedad boliviana de hoy, cabría también preguntar si la oposición política actualmente existente no es, a su vez, la máxima expresión, y la única posible, de unas élites a las que la historia de su propio país les quedó demasiado grande.