El acuerdo militar entre Colombia y EEUU y la reciente y apurada gira de Uribe puso en evidencia una especie de mapa geopolítico, que delata las pretensiones de algunos gobernantes por constituirse en líderes de Sudamérica, afectada por la intensa disputa ideológica.
Es lamentable que una nación tan grande y próspera como Colombia no pueda librarse de una guerrilla que la agobia sin tregua. Ciertamente es una situación que tiene visos evidentes de estar inmersa en una auténtica guerra civil, que sufre durante décadas. Pese a todo, Colombia es una de las naciones más importantes de América.
La guerrilla aliada con los cárteles del narcotráfico es, nadie duda, su mayor problema. La unión entre la droga —cocaína en especial— y sicarios pagados es algo muy difícil de extirpar. Perú logró su aniquilación cuando la narcoguerrilla fue barrida, a sangre y fuego, en los años noventa. El ahora ex presidente Alberto Fujimori, pese a sus posteriores desaciertos, resultó decisivo en la destrucción de la nefasta alianza entre los cocaineros y el maoísta Sedero Luminoso.
El combate a la narcoguerrilla es la justificación que hizo conocer Álvaro Uribe para un acuerdo militar con EEUU que incluye la instalación de bases estadounidenses en el territorio colombiano y las reacciones negativas de Brasil y Venezuela obligaron al gobernante a llevar adelante una gira, país por país, antes de que se realice la Cumbre de Unasur en Quito.
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Es cierto. El gobernante de un país, en este caso el presidente Álvaro Uribe, de Colombia, no necesita pedir el permiso de nadie para tomar decisiones soberanas, con el fin, en este caso, de combatir a la narcoguerrilla, pero ciertamente el acuerdo con Washington es un asunto sensible en una región afectada por la intensa disputa geopolítica e ideológica. Precisamente por ello, Uribe decidió emprender la gira.
Quedó evidente que Uribe no recibió aplausos, pero volvió a Bogotá con el decisivo apoyo de Perú, el respeto de Chile, Paraguay y Uruguay a su decisión soberana; las observaciones de Brasil y el rechazo de Argentina y Bolivia.
Uribe no visitó Ecuador ni Venezuela por la tensión que Colombia tiene con sus vecinos a raíz de las FARC, pero su posición es previsible, rechazo total a la presencia de militares estadounidenses en la región.
El ejercicio hecho por Uribe terminó por conformar una especie de mapa geopolítico regional, que delata las pretensiones de algunos gobernantes por constituirse en líderes. Analistas y corrientes de opinión advierten que Venezuela, cuyo presidente tiene una fuerte influencia sobre sus pares de Argentina, Bolivia y Ecuador, espera controlar un bloque que haga frente al malhadado “imperio estadounidense”. Ante esa posición está la de Brasil que busca comandar una instancia de defensa de las naciones que conforman Unasur, por eso que Luiz Inácio Lula da Silva envió la consulta de Uribe al seno de la Unión Suramericana que se reunirá el 10 de agosto en Quito.
En Bogotá la actitud de Lula fue vista como muestra de su aspiración de liderazgo regional y periódicos de otros países señalan que Brasil no habría solicitado información por la vía diplomática. Como fuera, el Gobierno colombiano anticipó que no asistirá a la Cumbre de Unasur, que se realizará en Ecuador, país con el que interrumpió sus relaciones diplomáticas.
En ese contexto, Bolivia sigue la línea discursiva de Venezuela, cuyo Gobierno retiró a su embajador en Colombia, da rienda suelta a un discurso beligerante y da las pautas para que otros países de la Alba respalden la posición de Chávez.