Los intentos de enajenación cultural


La expansión del Ekeko comienza no hace más de 60 años y lo hace con la necesidad de nuestros artesanos de abrir mercados para sus productos que no pudieron vender…

laPrensa Editorial La Prensa

Parece que los avatares con la diablada no concluyeron. Al contrario, ahora se vienen conflictos similares pues, según una nota publicada por La Prensa el domingo pasado, el Ekeko ya tiene un lugar preferencial en las calles de Puno, Perú, donde le han levantado un monumento por su generosidad. Esta vez las autoridades puneñas, al contrario de lo sostenido con relación a la diablada —de la que aseguran es una expresión nacida en esos lares—, dicen que el origen del llamado Dios de la Abundancia es binacional.



La misma nota recoge conceptos del antropólogo y pintor paceño Edgar Arandia, quien se refiere a un ídolo encontrado en Tiwanaku, una suerte de divinidad de la fecundidad cuyas características físicas son las de un enano con joroba, un ídolo que el ciudadano paceño puede conocer hoy en uno de los tantos museos de La Paz. De acuerdo con los antecedentes históricos, esta imagen fue recuperada por los paceños tras el histórico cerco indígena a fines del siglo XVIII, y habría reemplazado la imagen del diosecillo tiwanacota por la de quien era Oidor de la ciudad durante el acontecimiento.

Es a partir de la imagen de aquella autoridad española que nace el Ekeko tal y como actualmente lo conocemos, el cholo rechoncho y pequeño con el cigarrillo en la boca. Evidentemente, todo nos habla de un origen aymara y la ciudad de Puno es eso, una ciudad aymara como lo es La Paz, por lo que no extraña que el Ekeko se hubiera arraigado con facilidad allí. La cultura de los pueblos se ha creado para expandirse, no cabe duda, y es casi natural que un pueblo se apropie de una, lo que no quiere decir que deba necesariamente desconocer su lugar de origen.

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La expansión del Ekeko comienza no hace más de 60 años y lo hace con la necesidad de nuestros artesanos de abrir mercados para sus productos que no pudieron vender el mes de enero. Es así como llega a otras ciudades bolivianas y poblaciones fronterizas de Chile y Perú, donde se arraigan con facilidad no sólo por el origen étnico de sus pobladores, también por traducir un sentimiento de la condición humana como es el deseo de posesión o la ambición, tanto la Alasita como el Ekeko han sabido arraigarse con facilidad allí donde se les conoce.

Tal vez la fuerza de una expresión cultural radica en reflejar una característica de la naturaleza humana. Recordemos que, ya en los años 90, la venta vía internet del Ekeko obtuvo una admirable respuesta, especialmente en Norteamérica. El resto vino solo. Regiones como la altiplánica en Perú o Chile vieron la posibilidad de reflejar en estas imágenes —la diablada y el Ekeko— los símbolos culturales que de alguna manera representen a esas regiones secularmente olvidadas por sus gobiernos.

Un filón que, hasta hace poco tiempo, las autoridades de Bolivia preferían mantener semioculto pese a que, desde siempre, pudo ser gran atractivo para desarrollar la industria turística. Parece que hoy estos intentos de enajenación nos están obligando a modificar aquella inexplicable postura.