Ya por allá en los años setenta, cuando la dictadura banzerista había culminado con el golpe del 21 de agosto de 1971, al gobierno del General Juan José Torréz González – que se debatía entre las fuerzas de la izquierda que exigían implantar la Asamblea popular y la derecha que le amenazaba frente a este intento – decidió usar el nacionalismo revolucionario como escudo de un proceso en el que el Estado seguía comandando la economía y el sector privado se constituía en su comodín pasivo.
A eso Marcelo Quiroga le denominó los siete años de farra militar empresarial, que tuvo luego que pagar el pueblo, al recuperar la democracia en 1978. La dictadura mantuvo el Capitalismo de Estado como proceso económico y uso de él en beneficio de una clase burguesa que desde entonces se acostumbró a medrar en licitaciones, compras estatales y políticas arancelarias y tributarias que les permitieran generar excedentes económicos, cuyo final era la expatriación de los mismos o el gasto en consumo suntuario.
Marcelo, Secretario Ejecutivo del PS-1 logró multiplicar el voto ciudadano en tres años de elecciones consecutivas, gracias a los golpes cívico – militares que se sucedieron para no entregarle el gobierno al Dr. Siles Suazo, colocándose como la tercera fuerza política nacional, en clara tendencia de confrontación con ADN que resultó ser la segunda fuerza en ese año de 1979.
Este choque ideológico y programático que se vislumbraba en el corto plazo, representaba la polaridad política que iba a producirse entre el sistema del capitalismo de Estado y el socialismo marxista- leninista. Marcelo, no negaba su visión socialista que significaba el control del Estado de los medios de producción estratégicos: minería, petróleo, comercio exterior, banca y seguros, Nunca trató de engañar a su electorado que se multiplicaba exponencialmente, y siempre les dijo con claridad, que además de todo eso, él iba a socializar la educación y la medicina.
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Esta claridad programática unida a su capacidad de expresión y didáctica política para interpretar el proceso boliviano desde el punto de vista materialista y dialectico, hacía que sus pasos tácticos en busca de la unidad de la izquierda no fueran de ninguna concesión al carácter programático que pretendía ejecutar.
Pero las balas asesinas truncaron a este líder en sus propósitos y determinaron que fuera la UDP, luego el MNR, luego el MIR y al final la ADN quienes, mediante pactos y alianzas impusieran el liberalismo económico como proceso de continuidad al capitalismo de Estado.
Queda entonces la incógnita de saber que hubiera sucedido de no haberse producido su asesinato el 17 de julio de 1980. Marcelo iba a ser gobierno. Eso parecía inevitable en aquel tiempo. Y claro se tenía ya la experiencia de lo sucedido a la Unidad Popular de Allende y el fracaso de la Asamblea Popular de 1970 – 71.
El proceso histórico ha tenido otro camino, y es el que ha demarcado al final los resultados que ahora estamos viviendo. En vez de socialismo tuvimos capitalización, participación popular y seguro universal materno-infantil. Ahí acabaron los avances sociales que permitió el sistema al pasar del Capitalismo de Estado a un liberalismo moderado, si somos realistas en la definición de las reformas.
El neoliberalismo, nunca existió en Bolivia como lo hizo con las privatizaciones que se produjeron, por ejemplo, en la Argentina, Chile y México. Y así como nunca tuvimos un neoliberalismo ortodoxo, tampoco tendremos ningún tipo de socialismo marxista – leninista. El tiempo del centralismo político y económico pasó, el programa socialista de Marcelo ya no es aplicable ahora y las privatizaciones tampoco.
De ahí que el M.A.S. camina en círculos sin encontrar salida al surco que le lleva al mismo punto de partida. No puede aplicar un programa socialista y no le alcanza el tamaño para aplicar el liberalismo económico. Se contenta con ponerle etiquetas a sus acciones de corte liberal. Nacionaliza el gas, pero paga las acciones de las petroleras y les devuelve sus gastos mediante contratos lesivos al interés nacional. Quiere explorar y perforar pozos petroleros y termina expandiendo las pozas de maceración de la cocaína. Quiere dar educación y acaba enseñándoles a escribir su nombre a los analfabetos. Quiere desarrollar el área rural y termina dando plata para construir canchitas de futbol.
No tienen un programa, sino actitudes y etiquetas. Y con este equipaje de contradicciones, de delirios grandilocuentes, y vacíos profundos, se presentan ante el pueblo declarando que son los únicos que saben qué hacer con el país. Y el país en realidad no sabe que quieren hacer con él. Los candidatos oficialistas están muy despistados, pero disimulan bien, lo penoso de todo esto es que los candidatos de la oposición andan peor que ellos.