En algunos países, entre ellos Bolivia, es obligatorio votar. Hay argumentos a favor y en contra de esta exigencia legal. Pero este no es el tema central de esta nota. De lo que trata es de ver qué opciones tiene el ciudadano cuando ninguno de los candidatos satisface sus expectativas.
Algunos ciudadanos –quizá no son muchos– sienten que estar obligados a apoyar a un candidato –a cualquiera–, no es muy democrático. El ausentismo y la abstención, frecuentemente son producto de una actitud política y una muestra de insatisfacción, la que se debe expresar libremente, sin coacciones. A propósito resulta esclarecedora la opinión de Juan Hernández Bravo de Laguna de la Universidad de La Laguna (Tenerife): La “abstención electoral puede tener su origen en una discrepancia radical con el régimen político (o, incluso, con la democracia), en los que no se desea participar de ninguna forma, en un desinterés por la política o en un convencimiento de que nada puede cambiar realmente gane quien gane las elecciones, entre los principales motivos que fundamentarían esta actitud”. Sin dudas hay muchos que entran en la calificación anterior; son los que tienen “una discrepancia radical con el régimen político”, siendo también cierto que, con la fatiga electoral, ya no creen en la utilidad de este ejercicio cívico.
Se están haciendo conocer encuestas con la intención de mostrar las preferencias ciudadanas para las elecciones de diciembre próximo. Todas muestran el probable triunfo del oficialismo, claro está con distintos porcentajes, según la empresa encuestadora, el tamaño de la muestra y la extensión territorial de la misma. Y, con este triunfo cantado, sólo quedan las alternativas de uncirse al carro ganador, de apoyar a un candidato opositor, de ejercitar el “voto castigo” en favor de cualquiera, o de abstenerse, lo que supone otras tres posibilidades: no votar, exponiéndose a las sanciones legales, votar en blanco o anular el voto.
Así es cómo comienzan las dificultades, ya que, por cierto, se debe cumplir con la ley electoral vigente, mientras pesa en el ánimo la posibilidad de que, según los entendidos en los cálculos electorales, los votos en blanco o los nulos, favorecerán a determinado candidato, lo que pudiera no estar en su interés. Y lo peor: el fantasma del fraude se ha ocultado, no ha desparecido. En verdad, no solamente el fraude se comete en la inscripción de ciudadanos –ahora muy difícil con el padrón biométrico–, sino también con el declarado propósito de iracundos dirigentes del partido oficial que anunciaron que no permitirán –con violencia, por supuesto– que los opositores hagan campaña electoral en ciertos “bastiones” del MAS. Esto, añadido a las agresiones, hace difícil que sea una elección el acto de votar, que así será semejante a las candidaturas únicas de las dictaduras.
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Hilando más fino: se pone en evidencia que el porcentaje obtenido por Evo Morales en el referendo revocatorio, ciertamente de manera non sancta, fue un error; el presidente “obtuvo” alrededor del 67 % de los votos, superando en 14 puntos a lo obtenido en 2005. Esto supone que ahora, para no mostrar una sensible baja en el apoyo ciudadano, tendrá que esforzarse en alcanzar ese mágico 67 %. Entonces habrá nomás otro fraude y, si es así, el voto individual, aun sumado, de nada valdrá.
Es verdad que las protestas individuales, como la de abstenerse, no votando, o haciéndolo en blanco o anulándolo, será un ejercicio inútil.
Para muchos ya se nos presenta el peliagudo deber de votar.