Este primer llamado de alerta es suficiente para temer, por una parte, por la privacidad que se ha confiado en los soportes digitales e Internet y, por otra, para iniciar, de una vez, la tarea de legislar las comunicaciones electrónicas
Por Redacción Central – Los Tiempos
Hace algunos años, cuando el correo electrónico dejó de ser una novedad y se reveló como un eficaz instrumento de comunicación, se proclamó la resurrección del arte epistolar; es decir, de la práctica de escribir cartas que se extendió por siglos.
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Como muchos anuncios relacionados con la Internet, ese fue un error.
Hasta antes de la invención del teléfono y el telégrafo, la carta fue el medio de comunicación por excelencia. Para escribir una se tomaban en cuenta muchas cosas, desde la calidad del papel hasta la caligrafía del remitente. El contenido era, desde luego, lo más importante. En sus párrafos, el autor de la carta demostraba tanto sus conocimientos como su sensibilidad.
Los grandes romances de la humanidad se sostuvieron en gran medida sobre las cartas. Esos papeles cuidadosamente escritos eran enviados por los enamorados eludiendo, muchas veces, el férreo control paterno.
La aparición de la máquina de escribir le quitó la magia al arte epistolar. De inicio, escribir una carta a máquina fue visto como un acto de modernidad pero luego se convirtió en una falta de respeto porque había impersonalizado un medio de comunicación tan antiguo. El telégrafo obligó al uso de resúmenes o, peor, a epítomes y la popularización del teléfono le dio el tiro de gracia a la carta. Siguió existiendo pero en un nivel casi marginal.
Y en medio de una verdadera explosión de tecnología alimentada, entre otros adelantos, por el satélite o la fibra óptica, surgió la red virtual de computadores que hoy todos conocemos por Internet y con ella llegó el correo electrónico. Volvieron las cartas pero ya sin el soporte de papel ni el preciosismo de la caligrafía. Es cierto que en estos no sólo se puede enviar mensajes sino también imágenes (en fotografía y video), canciones, animaciones y muchas otras cosas pero no ha resucitado el arte epistolar.
Por el contrario, el "mensajeo" (deformación del español que se utiliza para referirse al envío de mensajes por celulares, generalmente eliminando letras de las palabras) incluso está afectando el idioma.
En los tiempos en que la carta era la reina de las comunicaciones, los países reglamentaron su uso. La legislación que rigió en España y sus colonias está en la recopilación de las Leyes de Indias y era tan detallada que hasta tenía disposiciones de cómo proceder en los diferentes puertos.
No era exageración ni mucho menos. Las autoridades coloniales le dieron la importancia debida y, aunque muchas de las leyes tenían, más bien, contenido de censura, sirvieron para normar las comunicaciones.
Gracias a la Internet, el envío de cartas o mensajes por correo electrónico se ha convertido en una actividad masiva que, empero, no está sometida a ningún tipo de control.
Ayer, las agencias de noticias informaron que los detalles de por lo menos 10.000 cuentas de Hotmail, un conocido servicio gratuito de correo electrónico, fueron publicados en un website. Los detalles incluían las contraseñas para ingresar a esos correos así que lo que ocurrió es que se posibilitó la figura penal que en muchos países se conoce como violación de correspondencia.
Este primer llamado de alerta es suficiente para temer, por una parte, por la privacidad que se ha confiado en los soportes digitales e Internet y, por otra, para iniciar, de una vez, la tarea de legislar las comunicaciones electrónicas.