La ´doctrina Sinatra´ de Moscú despertó a las deprimidas sociedades del telón de acero hacia una movilización definitiva
50 % de los rusos no saben hoy quién construyó el muro de Berlín
Y EUROPA DEL ESTE DIJO: "A MI MANERA"
RAFAEL POCH – Berlín. Corresponsal – LA VANGUARDIA
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Hace veinte años, entre agosto y diciembre de 1989, en cuatro meses, cayeron o abdicaron los regímenes de Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Alemania del Este, Rumanía y Bulgaria. En verano se produjo la victoria de Solidarnosc en las elecciones polacas. En Hungría el partido de Estado se disolvió y dio lugar a un sistema pluralista. En octubre comenzaba la revolución de terciopelo en Checoslovaquia. En noviembre caían Teodor Zhivkov en Bulgaria y el muro de Berlín. En diciembre comenzaban los episodios de violencia en Rumanía, que acabaron con la caída de Ceausescu.
Los movimientos sociales desempeñaron un gran papel en aquel cambio. Desde la revuelta de 1953 en Berlín Este hasta la Polonia de 1980, pasando por el 68 checo y el 56 húngaro, la Europa del Este había conocido, durante más de treinta años, revueltas, movimientos y revoluciones, algunas armadas, otras pacíficas, mucho más poderosas que lo de 1989, sin alcanzar resultados. Todo se estrellaba contra Moscú. ¿Por qué no ocurrió eso en 1989? La respuesta estándar es: la sociedad civil. En realidad, lo determinante fue la actitud de Moscú y, en concreto, su doctrina Sinatra.
En los cinco años anteriores a 1989, fui, seguramente, el único free lance español en ocuparse intensivamente de la sociedad civil del Este, viajando por toda la región con documentos de identidad de camuflaje y alojándome en casa de la oposición. Me interesaba más la gente corriente, los estudiantes y los intelectuales que las personalidades, pero conocí a muchas de ellas, y a desconocidos que luego lo fueron.
El cambio viene de Moscú.Repasar las notas y recuerdos de aquella época matiza bastante la lírica sobre las revoluciones del Este evocada estos días. Cuando se produjeron, ya me encontraba en Moscú, de donde partían los impulsos determinantes del gran cambio europeo. Mis impresiones, atrapadas en la vorágine de los propios hundimientos soviéticos, fueron muy particulares, pero seguramente más realistas que las de quienes no descubrieron el Este hasta 1989, cuando la región se convirtió en un volcán en erupción social. Mientras en Occidente se afirmaba que el mundo libre había vencido la guerra fría, en Moscú se constataba un matiz importante: que Occidente vencía por retirada voluntaria del contrincante. Algo extraordinario que nadie tenía previsto, y de lo que la historia apenas ofrece precedentes: 58% una retirada DESINFORMACIÓN imperial pacífica y prácticamente incondicional.
Eso fue la doctrina Sinatra.
El término lo acuñó el portavoz de Exteriores soviético Gennadi Gerasimov, un liberal al que le encantaba el whisky y que había estado destinado en Washington muchos años. En contraste con el derecho a intervenir con los tanques cuando el gallinero del Este se le revolucionaba, lo que se conocía como doctrina Brezhnev,Moscú anunció con Gerasimov el derecho de cada país a gobernarse como quisiera, así de simple, y lo llamó doctrina Sinatra, por la canción My way (a mi manera) de aquel intérprete. A los antiguos vasallos se les decía que hicieran lo que quisieran. "A su manera". El mensaje dio alas a los regímenes potencialmente reformistas (Hungría, Polonia), tumbó a los que no querían reformas y cuyo principal apoyo era el tradicional inmovilismo moscovita (Checoslovaquia, Alemania del Este) y derribó mediante un golpe con la complicidad de Moscú a los que eran autónomos y dictatoriales, como Ceausescu. La doctrina Sinatra dio alas a la sociedad civil del bloque, que sin ella habría seguido languideciendo, como era el caso en los años anteriores al cambio, cuando yo la conocí.
Praga: bostezos y ´Gorbashow´. "El escepticismo, la pasividad y el cinismo político se han instalado en esta sociedad", escribía en mi primer informe sobre la sociedad civil checa de diciembre de 1984. "Cruzar la frontera es siempre posible", me decía irónicamente Petr Uhl, 43 años, entonces el ex preso político más conocido del país. "Lo malo es que sería para la eternidad", añadía.
Doscientos de los mil signatarios de la Carta 77 habían emigrado a Occidente. Uhl, que era ingeniero, se ganaba la vida revisando calderas de calefacción. Aleksandr Dubcek, el secretario general comunista de la primavera de Praga, era jardinero. Otros ex ministros y académicos trabajaban como fontaneros o taxistas por motivos políticos.
En Praga el equipo dirigente estaba compuesto por la gente que había desmontado la primavera de 1968 por orden de Moscú y con Gorbachov estaban descolocados, me explicó Jiri Hajek, el ex ministro de Exteriores de la época de Dubcek. En su piso modernista del centro de Praga, Václav Havel, que ya entonces era un liberal de derechas admirador de Thatcher y Reagan, consideraba lo de Gorbachov "un cuento". El brillante ex ministro Hajek fue el único que expresó esperanzas en la conferencia que el Partido Comunista de la URSS debía celebrar en junio de 1988, el gran evento que abrió la puerta al pluralismo en Moscú y al gran cambio en el Este.
"No creo que Gorbachov nos arregle las cosas", me dijo en diciembre de 1988 Ana Marvanova, ex periodista y metida a limpiadora de letrinas por haber firmado la Carta 77,en una entrevista en la que tuvo todo el rato el televisor a todo volumen por si había micrófonos en su propia casa. "Todo eso de Moscú es un show, un Gorbashow",dijo su compañero, el cartista Jiri Gruntorad.
¿Alemania unificada?: ni soñada. En Berlín Este, donde los dirigentes estaban aún más contrariados con Gorbachov, el escritor Stephan Heym me decía en julio de 1986 que pese a que la mayoría de la población era "crítica" hacia el régimen, no creía que "en los próximos tiempos" estallasen conflictos en la RDA. "Espero más bien que con el desarrollo de la técnica y los imperativos exigidos por una sociedad moderna, se produzcan también cambios en el espectro social", explicaba. Tres años antes de 1989 ni se soñaba con la unificación. En Berlín Este era uno de los temas sobre los que daba apuro preguntar, porque te tomaban por excéntrico. La escritora Christa Wolf, autora del célebre libro El cielo dividido, me dijo en 1986: "La unificación es absolutamente irreal, porque ninguno de los vecinos de ambos estados alemanes la desea, ni ningún poderoso quiere que vuelva a haber una gran Alemania". Wolf tampoco la deseaba, defendía la específica tradición cultural de la RDA de Bertolt Brecht y Anna Seghers, que daba "acentos diferentes" a la lite ratura germanooriental respecto a su hermana del Oeste. "No quiero renunciar a eso, ni que esa tradición sucumba a cambio de una gran ampliación del mercado", decía.
Hungría: ni rastro de Luckács. En la reformista y abierta Hungría de 1983 a 1986, escritores, estudiantes y activistas expresaban un enorme bostezo. En la filosofía nacional, no había rastro de György Luckács, el gran autor de Historia y conciencia de clase.Sus discípulos György Markus, Mihaly Vadjda, Agnes Heller y otros habían emigrado a Occidente en los setenta. Heller calificaba a Gorbachov de "maquiavélico" y no esperaba nada de él. Recuerdo haber interrogado a un filósofo local sobre la vigencia de Luckács. No mostró el menor interés, y me hizo un apasionado elogio de… Ortega y Gasset.
Janos Kis, uno de los animadores de la revista clandestina/ tolerada Beszél? (locutorio), que luego sería líder de los liberales húngaros, no veía grandes posibilidades de evolución en el régimen y se confesaba "pesimista" sobre Gorbachov, igual que su compañero Miklós Haraszti, entonces un melenudo inconformista. El más optimista de todos resultó ser el escritor György Konrad, que hablaba de una "finlandización de Europa del Este".
La afirmación más esperanzadora la encontré en Viena, donde Zdenek Mlynar me dijo, en octubre de 1985, que la llegada de Gorbachov al poder en Moscú podía dar lugar a "un desarrollo dinámico de la situación" en el Este que abriera "nuevas posibilidades". Mlynar había sido uno de los dirigentes de la primavera de Praga en 1968 y antes había sido compañero de estudios de Gorbachov en el Moscú de los cincuenta. Fallecido en 1997, Mlynar era un "animal político". Su diagnóstico fue el más certero, pero llevaba diez años en el exilio vienés.
Polonia, eterna.
¿Y Polonia? Seguía siendo aquella inconfundible gran nación inquieta, la Italia del Este, pero el tópico romanticismo suicida polaco se había replegado. Un realismo frío y paralizador parecía haberse apoderado de sus gentes. Jóvenes estudiantes veinteañeros me decían que Solidarnosc había tenido razón, pero que su proyecto era "geopolíticamente inviable".
"La solución a nuestros problemas está fuera de nuestras fronteras", era la conclusión para varios de mis interlocutores, en Varsovia, Gdansk y Cracovia, aquel invierno de 1986, entre ellos el simpático y brillante Adam Michnik y el campechano Lech Walesa. La clave era la URSS, pero nadie se hacía ilusiones. Al hablar de Gorbachov, Michnik me dijo que sus reformas eran "una estrategia preventiva contra la crisis del estancamiento". Jacek Kuron, una de las mentes más preclaras de la disidencia del Este, que admitía ciertos cambios, concluyó: "Pero, naturalmente, no esperamos lo imposible, como por ejemplo que la URSS nos entregue a Occidente". Y eso fue precisamente lo que pasó.
Nadie contaba con la doctrina Sinatra.
Rescatada de los márgenes de la Europa del Este, Rumanía vive preocupada por su imagen exterior
Un lugar en el mundo
FÉLIX FLORES – Bucarest Enviado especial
LA VANGUARDIA
En noviembre de 1989 ni siquiera se planteaba la ‘perestroika’, hoy Rumanía es un fiel aliado de EE. UU.
eun régimen totalitario, paranoico D y absurdo, corrupto, el de Nicolae Ceausescu, a la Unión Europea en diecisiete años. En noviembre de 1989, los intelectuales que escuchaban en Radio Europa Libre y La Voz de América lo que ocurría en los países vecinos rabiaban de desazón. Tras las huelgas de Brasov e Iasi de 1987, reprimidas brutalmente, para muchos la única opción era intentar huir a través de Hungría. La aislada y autárquica Rumanía no participaba del proceso que barría la Europa del Este; distanciada de Moscú, ni siquiera se planteaba la perestroika.Nadie imaginaba entonces que el país sería un día rescatado de los márgenes de Europa, y que además se convertiría en uno de los más fieles aliados de Estados Unidos.
Antes tuvo que caer Ceausescu, fusilado el 25 de diciembre, sin juicio previo. El ajusticiamiento, único en la Europa del Este, marcó de algún modo a los rumanos ante el mundo. El depauperado país empezó su travesía del desierto hasta ser empujado, con ayuda del vínculo transatlántico y el ingreso en la OTAN en el 2004, hasta el club europeo. El ingreso en la UE, junto con Bulgaria, en el 2007, fue polémico en la Europa comunitaria: un regalo a dos países poco preparados, con instituciones disfuncionales y abundante corrupción. "En este país no te fíes de nadie mayor de 50 años, porque posiblemente tendrá un pasado", dijo a este periodista un diplomático europeo.
Aún es posible escuchar a algún funcionario de esa edad, que hace compatible función pública y negocio privado en el mismo ramo decir:
"¡La caída del comunismo fue como la resurrección de Cristo!".
Ante las elecciones del 2004, entre los rugidos fascistas de Corneliu Vadim Tudor (antes poeta dedicado a adular a Ceausescu y perseguir escritores disidentes) y la rigidez del primer ministro socialista Adrian Nastase (hoy perseguido por corrupción), Traian Basescu tuvo el coraje de recordarle a este último en televisión: "Usted y yo somos comunistas". Catarsis. Basescu ganó.
La enésima crisis política desde el 2004 se suma hoy a la crisis económica, que ha pegado fuerte. Planea un sentimiento de depresión. Los informes de Bruselas siguen señalando déficits – en la administración de justicia, entre otras cosas-,surgen conflictos relacionados con la emigración – sobre todo en Italia-y se oyen comentarios despectivos de políticos europeos. A Rumanía le obsesiona cómo la ven fuera.
Hasta el joven secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Bogdan Mazuru, afirma: "El año próximo tendremos mejor imagen". Pese a que uno de los puntos débiles en el proceso de integración europeo es la gestión de los fondos agrarios comunitarios, Bucarest aspira a tener un comisario de Agricultura en Bruselas.
Paradojas de la política rumana.
Pero si en Europa no nos aprecian… nos queda EE. UU. El presidente Basescu recibió encantado, el 21 de octubre, al vicepresidente estadounidense, Joe Biden, que visitó también por aquellos días Polonia y la República Checa. Rumanía tiene 1.100 soldados en Afganistán, presta a EE. UU. una antigua base aérea – que según varios informes fue cárcel secreta de la CIA-y allí se va a construir una base nueva, según el Pentágono con un coste de 50 millones de dólares. Rumanía insiste en albergar el futuro sistema alternativo al "escudo antimisiles". Tendrá un lugar en el mundo…
La policía, para dar mayor empaque a la visita, tomó las calles de Bucarest. Días antes, el premio Nobel a Herta Müller ("técnicamente, una escritora alemana", nos comenta un crítico literario) no hizo mucho por elevar el ánimo de la sociedad bucarestina. –