Chávez está furioso, en primer lugar, porque Estados Unidos no le dio el gusto de sacar a Micheletti del poder como lo hizo con Noriega de Panamá.
“Maldito imperio”, vociferaba la semana pasada el presidente venezolano Hugo Chávez, horas después del estrepitoso logro diplomático conseguido por Estados Unidos en Honduras, donde el responsable para asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado, Thomas Shannon –muy conocido en Bolivia-, demostró su sagacidad al arrancarles un acuerdo salomónico a los irreconciliables Manuel Zelaya y Roberto Micheletti.
De un plumazo se resolvió todo: una restitución de Zelaya que será más simbólica que otra cosa; un fuerte respaldo a las elecciones del 29 de noviembre y por último, la suspensión de las sanciones que había impuesto el Gobierno norteamericano al régimen que sacó del poder al presidente constitucional el 28 de junio.
Chávez está furioso, en primer lugar, porque Estados Unidos no le dio el gusto de sacar a Micheletti del poder como lo hizo con Noriega de Panamá en 1989, tal como él y toda la claque de la ALBA lo venía solicitando con fervorosa insistencia. El acuerdo “Tegucigalpa-San José”, que tuvo la virtud de tomar como base los avances logrados por el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, ha dejado en manos del Congreso hondureño la decisión de restituir a Zelaya, medida que también debe lograr la aprobación del Tribunal Supremo, ya que el mandatario depuesto aún tiene asuntos pendientes con la justicia, por intentar subvertir el orden constitucional. En otras palabras, con el consentimiento propio, Zelaya está nuevamente en manos de las instituciones hondureñas, las mismas que dieron su aval para sacarlo de la presidencia. Estados Unidos se sacudió las manos, dio su “ok” a las elecciones y de premio, suspendió las sanciones.
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El acuerdo no podía llegar en el momento más justo. Chávez y compañía habían anunciado en Cochabamba que la resistencia zelayista estaba preparándose para ir a las armas, después de la fallida intervención de la diplomacia brasileña, que no hizo más que desgastar a Zelaya en su encierro en la embajada de Brasil en Tegucigalpa y llevar las cosas al terreno de la desesperación. Mientras tanto, la solvencia política de Micheletti y el respaldo de la institucionalidad hondureña lograron mantener la situación en relativa calma. Eso seguramente terminó de convencer a los norteamericanos a quienes nadie le puede reprochar su enérgico rechazo al golpe de estado y el mantenimiento de su política de no intervención. Shannon llegó a Honduras a pedido de Chávez y después del fracaso de la OEA, de Óscar Arias y de Lula Da Silva, con un lamentable estreno como aprendiz de líder continental.
Pese a que no todo está dicho en Honduras, hay algo seguro y es que el camino para Chávez ha sido cerrado en ese país, con lo que se consolida el golpe que recibió el 28 de junio. El líder venezolano, cuyo régimen está a punto de ser declarado como colaborador del terrorismo, ha reaccionado como fiera herida y reaviva el clima de guerra contra Colombia. El Gobierno de Evo Morales adopta otra actitud, pese a la reciente mala noticia de apellido Goldberg. Mientras algunos vociferaban por el ascenso del embajador, el canciller Choquehuanca practicaba la perfecta diplomacia en Washington. Las lecciones parecen aprendidas.