Pactos de imprevisible costo


En uno u otro caso, en el afán de mantenerse en el poder o de instalarse en él, lo normal, lo corriente, lo infaltable más bien, es la alianza, es el pacto que es válido, que se concerta sea con Dios o con el diablo y, por lo general, particularmente en nuestro singular país, casi siempre es con el señor que mora los ardientes y sulfurosos ámbitos del infierno.

Insuflándose ánimos con el sonsonete aquel de que el fin justifica los medios, los pactos se negocian y concertan hasta entre extremos opuestos diametralmente. Los malos y los buenos, los tipos de la película y los bandidos, el agua y el aceite, se tocan. Se juntan. Se mezclan cuando de por medio está el poder que, supuestamente, depara los mayores goces al ser humano. No por nada, en pos de aquel alucinante poder, hasta los enemigos más recalcitrantes terminan echándose flores e incluso agarrándose a besos, lo que no es mucho decir sin duda.



Pero a esos pactos, a esas alianzas que, en nuestro medio boliviano particularmente, adquieren singularidad y pertinacia, no hay que medirlos y pasarlos por alto como meros frutos de las circunstancias. No son los tales pactos el simple resultado de una transacción con un sujeto o con un grupo, en ambos casos de dudosas cataduras en que el factor decisorio ha sido tanto y tanto por el apoyo o más directamente por el voto en las urnas electorales. Si allí, en el tanto y el cuanto por el apoyo o por el voto, aunque inmoral, aunque inconsciente, terminase todo, el daño, la manifestación inmoral tendrían un margen de tolerabilidad.

Pero no es así. No se trata  únicamente de la condenable operación de compraventa al margen de básicos principios éticos. Generalmente el pacto no funciona ni se rompe, más bien finaliza con el pago del voto o el apoyo y la manifestación del trato en las urnas. La experiencia nos muestra lo contrario de modo reiterado.

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Quien o quienes compran el voto o el apoyo, generalmente de sujetos o de grupos moralmente descalificados, saben por largas experiencias que, con aquéllos a quienes compraron en el mercado de las venalidades, tienen que cargar en el futuro, casi de modo irrenunciable. Y, si logran ser poder o alcanzan a encaramarse en él, los que por dinero los apoyaron se mantendrán al pie del cañón, a la sombra o al lado más bien  de sus ‘amos’, de quienes se consideran instrumentos indispensables, claro que mientras reciban aunque sea migajas por su ‘lealtad’, si es que así se puede llamar a lo que es el resultado de una compra venta dentro de los marcos de las miserias humanas.

Negocio peligroso será, aparte de lo inmundo, el de la compra venta de votos o de apoyos, que vienen a ser la misma cosa.

De tales vendedores será muy difícil, casi imposible, sacudirse y ello obligará a crearles canonjías, a mantenerlos aceitados a expensas del maltrecho Tesoro Nacional.

El país, nuestro pobre país, siempre será el ‘paga patos’ por este comercio sucio de la compra venta de votos que, increíblemente, se da a la luz pública.

eldeber Editorial El Deber