Rusia: el ex imperio que quiere volver a ser


a_saavedra3 Agustín Saavedra Weise * en El Deber

A 20 años de la caída del infame muro de Berlín, recordemos que dos años después de ese acontecimiento colapsó el comunismo y en su centro vital: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Al respecto, vale un breve comentario acerca de Rusia, su heredera política tras fragmentarse la URSS en 15 repúblicas.

A lo largo de doce husos horarios -desde Europa hasta la lejana Asia en Vladivostok- se extiende la enorme Federación Rusa. Aun luego del colapso de la URSS en 1991, el gigantesco país eslavo siguió siendo el estado de mayor superficie de este planeta. Como alguna vez dijo Henry Kissinger, “es difícil apreciar acciones y conductas rusas sin percatarse, a priori, de su gran tamaño”.



Hasta hoy, en pleno siglo XXI, la debilidad intrínseca de Rusia sigue siendo su geografía, más allá de los grandes recursos naturales que posee. Aunque la teoría del Heartland de Sir Halford Mackinder ponía en manos rusas el llamado “pivote geográfico de la historia” y los avances tecnológicos del pasado siglo XX le dieron adicionalmente al corazón terrestre mucha movilidad y expectativas geopolíticas –algunas válidas hasta hoy-, Rusia sigue siendo una cárcel territorial inmensa como producto de las limitaciones de su inmenso hinterland. Tiene un solo puerto que no se congela jamás y sus salidas al mar están controladas por otros.

Cuando cayó el comunismo, el sistema reventó desde adentro hacia fuera. Era el principio de la globalización, el pueblo soviético se cansó de escuchar y esperar por más de 70 años falsas promesas e ilusiones incumplidas. Además, ya se tenía acceso a lo que sucedía en el resto del mundo; los contrastes eran evidentes. Con tal motivo, el régimen tuvo una implosión, se desmoronó. Hubo un desgaste previo, motivado por la carrera armamentista con los Estados Unidos y por la crisis de la llamada Nomenklatura, pero el dato básico es que el sistema se derrumbó por el conjunto de sus propias falencias.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Junto con la desaparición de la URSS se sucedieron varios problemas. Previamente, infinidad de libros y tesis discurrieron acerca de la llamada “Transición del capitalismo al socialismo” pero nadie escribió al revés, esto es, cómo realizar la transición de un sistema comunista arcaico a un sistema capitalista democrático moderno. Es más, mucha gente pensó que por arte de magia -tan pronto cayó el comunismo- iban a pasar todos los habitantes de la ex URSS a tener automóviles, cocinas, refrigeradores, en fin, lo que es normal para la clase media occidental. Nada de eso ocurrió. Muy por el contrario, surgió una pequeña élite fruto de la anterior corruptela comunista, un grupo de enormes medios económicos que acaparó rápidamente el poder financiero y hasta el poder político. Ocurrieron varias crisis y una sucesión de devaluaciones del rublo que dejaron al pueblo ruso mayoritariamente empobrecido y desencantado. Muchos llegaron inclusive – no sólo en Rusia sino en el resto de la ex Unión Soviética- a añorar el antiguo régimen comunista que -en su chata mediocridad- les ofrecía por lo menos un mínimo de seguridad en materia de alimentos, viviendas y trabajo.

Todo ese álgido panorama se ha revertido positivamente en los últimos años con el reverdecer de una Rusia que aspira a ser nuevamente poderosa mediante el uso de sus ingentes recursos: hidrocarburos, minerales, armas e industria pesada. Autoritaria pero efectiva, la dupla Putin-Medvedev ha sabido poner las cosas en orden. Aunque con sospechas de corrupción y algunas acusaciones de violar derechos humanos, los gobernantes actuales de la Federación Rusa la yerguen nuevamente como gran contendora en el ajedrez de la política mundial.

*Ex canciller, economista y politólogo –www.agustinsaavedraweise.com