Todo parece indicar que no estamos ante un caso aislado, sino sólo ante una de las primeras manifestaciones de un fenómeno que se está incubando en nuestra sociedad
Un nuevo caso de linchamiento ocurrido el pasado lunes en Ivirgarzama, donde tres supuestos ladrones fueron salvajemente torturados y quemados vivos, volvió a llamar la atención sobre un fenómeno que, por lo frecuente que es en nuestro país, ha perdido gran parte de su capacidad para conmover a la conciencia colectiva. Tanto, que no dio lugar más que a las ya consabidas reflexiones sobre la necesidad de poner límites entre la “justicia comunitaria” y la creciente tendencia a que la gente haga justicia por mano propia.
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Pero durante las últimas horas ha surgido una serie de elementos que le dan al hecho una nueva dimensión y que no pueden dejar de ser tomados en cuenta. Es que si se confirman las hipótesis de los investigadores, estaríamos ante lo que probablemente sea la primera manifestación de una de las más previsibles y horrorosas consecuencias de la proliferación en territorio nacional de actividades ligadas al narcotráfico.
Como se puede recordar, son muchísimas las voces que desde hace ya mucho tiempo vienen alertando sobre la inminente posibilidad de que la violencia originada en los conflictos de intereses entre diferentes bandas de productores y comercializadores de droga explote de un momento a otro en nuestro país y nos conduzca a extremos indeseables.
Un antecedente de lo que eso puede llegar a significar lo tenemos en nuestra propia experiencia histórica. Cabe recordar, al respecto, que el auge del narcotráfico en el Chapare cochabambino durante los primeros años de la década de los ochenta dio lugar a cientos de asesinatos. Pero como esa época prácticamente no había presencia estatal en la zona, fueron cometidos sin que siquiera se tenga noticia de ellos.
El caso colombiano, donde desde hace ya décadas los asesinatos ligados al negocio de la droga se contabilizan por centenas, y el caso mexicano, donde la violencia durante los últimos años ha adquirido dimensiones espantosas, son otros antecedentes que debieran servir como advertencia sobre lo que nos espera si se permite que el narcotráfico continúe expandiéndose.
El asunto es mucho más alarmante aún si, como indican las primeras investigaciones, y lo corrobora infinidad de indicios, estos primeros brotes de violencia causados por el narcotráfico y las actividades que giran alrededor de él involucran no sólo a bandas delictivas, sino a sindicatos de productores de coca.
Por lo poco que aún se sabe del caso que comentamos, las personas involucradas son la más fiel expresión del nuevo perfil social y cultural que caracteriza a quienes tienen ahora a su cargo el negocio de la droga. Son campesinos originarios del valle cochabambino, con sólidos vínculos familiares con productores de coca, y con lazos igualmente estrechos con redes que operan en el exterior, en este caso, España.
Con todos los antecedentes que rodean el caso, no es nada difícil suponer que no estamos ante un caso aislado, sino sólo ante una de las primeras manifestaciones de un fenómeno que se está incubando en nuestra sociedad. Lo jóvenes que son los principales involucrados es un pésimo augurio sobre el futuro que se vislumbra.