¿A dónde pretenden llegar?

MarceloOstriaTrigo Marcelo Ostria Trigo

Los gobernantes –parece innecesario decirlo– son los que conducen las relaciones exteriores y empeñan, en los acuerdos internacionales, la fe de sus Estados. Y, cuando hablan, comprometen a la Nación y definen las líneas de la política internacional de sus regímenes.

También aparenta ser innecesario insistir en que, cuando un gobernante carece de seriedad y mesura e incurre en la provocación con acusaciones infundadas –muchas veces ridículas-, se expone, junto a todo el país, a tropiezos y perjuicios indeseados.



Por supuesto que algunas denuncias causan hilaridad, como la del presidente venezolano Hugo Chávez de que el “imperio” ha ocasionado, con una formidable arma secreta, el reciente terremoto en Haití. Este personaje ya nos ha acostumbrado a oírlo culpar a los Estados Unidos por todos los males que sufrimos en este continente. Es el “escapismo” a nuestra responsabilidad por el atraso, el desorden, la corrupción, las luchas intestinas, la violencia y el matonaje de las autocracias, que a toda costa se quiere atribuir a otros. Es que, como lo afirmó muy claramente el presidente de Costa Rica, “algo hicimos mal”, y se insiste en negarlo. (Óscar Arias en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, 2009).

La suprema irresponsabilidad de buscar el conflicto, de acusar sin fundamentos, de aparentar fortalezas ocultas y aún de procurar la conmiseración por la conocida debilidad del provocador frente al mundo, hace que sea pertinente preguntar ¿a dónde estos jefes de Estado quieren llegar? Atizar el conflicto internacional sin medir consecuencias, resulta siempre peligroso. Precipitar la guerra contra Colombia, que el presidente venezolano pretende hacer ver como inevitable, sería de insanos.

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Es más: instar a los militares a “prepararse” para defendernos de un ataque armado de los Estados Unidos, es signo de paranoia, es decir que “puede referirse a un tipo de sensaciones angustiantes, como la de estar siendo perseguido por fuerzas incontrolables (manía persecutoria), o ser el elegido para una alta misión, como la de salvar al mundo (delirio de grandeza o grandiosidad, atribuido por algunos estudiosos a determinadas personalidades dictatoriales y gobiernos)”.

También hay disparates menos trascendentes, por ejemplo, aquello de que cuatro países del mundo del subdesarrollo (Venezuela que, pese a su petróleo, tiene carencias básicas, Ecuador, Bolivia y Nicaragua) van a acabar con el capitalismo, cuando las naciones más avanzadas, precisamente con este sistema, edificaron su poderío.

Si esto se limitara a la simpleza del denuesto, o a la expresión de deseos incumplibles, no parecería que tuviera consecuencias terribles. Pero aliarse con terroristas –los ayatolaes iraníes están acusados de causar cientos de víctimas con atentados anti judíos en la Argentina-, es muy peligroso.

Los anuncios de conflictos suelen usarse cuando los autócratas, ya acorralados, creen que cualquier acción extrema, como la guerra, servirá para evitar su ocaso y su caída, aunque debieran saber que corren el riesgo de ser enjuiciados y sancionados por sus tropelías, lo que hace pocos lustros era impensable.

Ha empezado un nuevo capítulo y se pone en evidencia el corsi e ricorsi en América Latina. ¿Será que hay quienes no están conscientes de que la ola populista se va disipando? Porque, si lo saben, ¿a dónde quieren llegar?