Creen que la madre sabía que Camila era vejada. La investigación devela que la niña fue asesinada y las sospechas apuntan al padrastro de la pequeña de 5 años.
Labor: un grupo de investigadores intercambia opiniones en la FELCC
La Prensa
La Policía cree que la madre sabía que Camila era vejada
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Investigación: La prueba de luminol y la inspección ocular develaron que la niña fue asesinada y las sospechas apuntan al padrastro de la pequeña de 5 años.
Camila tenía cinco años. Murió la mañana del domingo 26 de abril del año pasado. Claudia B.E., su madre, y Víctor Hugo R.Z., su padrastro, dijeron que la niña se había suicidado. La Policía llegó a la conclusión de que la pequeña fue vejada y asesinada con el conocimiento de su progenitora, aunque ésta negó la posibilidad y aseguró que desconocía el posible abuso.
Después de nueve meses, la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) arrestó el lunes al presunto autor del asesinato de la menor y el Fiscal ordenó la presencia de la madre en la audiencia de medidas cautelares que presidirá hoy en la mañana la juez Betty Yañíquez.
Claudia B.E. (23) estudia Turismo en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Ella tenía una niña de cuatro años cuando conoció a Víctor Hugo R.Z. (45), un destacado sociólogo, docente y padre de dos hijos. Pese a los 22 años de diferencia, en octubre de 2008 iniciaron una relación y decidieron vivir juntos.
Fue cuando, presumen los investigadores, la niña comenzó a sufrir un martirio. El forense, que practicó la autopsia, encontró que tanto la vagina como el ano de la pequeña estaban desgarrados y la ropa interior tenía rastros antiguos de semen.
Pero las huellas eran tan antiguas que resultaba imposible practicar exámenes de ADN para determinar a quién pertenecían aquellos rastros.
La Fiscalía supone que todos los vejámenes fueron consentidos por la madre de la infante.
La FELCC determinó que la pareja se había distanciado luego de siete meses de relación, pero el sábado 25 de abril de 2009 se reconcilió por tercera vez y para celebrar su reencuentro fue a bailar a La Hoguera.
Estuvieron en ese local hasta la 01.00 del domingo 26 y volvieron a su domicilio ubicado en la avenida Tito Yupanqui, de Villa San Antonio.
El departamento de la pareja estaba ubicado en una tercera planta, a 6,8 metros de altura de la calle.
Esa noche, la niña pernoctó en un ambiente casi vacío, sobre un colchón en el piso de parquet.
En el dormitorio contiguo, la hija del hombre dormía junto a su niñera.
Cuando los policías llegaron a las 11.00, en el ambiente donde Camila había dormido, hallaron la ventana abierta y una silla de color blanco, a un paso de los cristales. El padrastro aseguró que desde ese mueble la pequeña se había lanzado al vacío.
La menor cayó sobre la acera, estaba en medio de un charco de sangre a las 06.45. Murió cuando era traslada al Hospital del Niño. Tenía una herida en la parte posterior de la cabeza.
Suicidio, adujo la pareja. La versión no convenció a los abuelos.
El comportamiento de Claudia B.E. intrigaba a la FELCC. Abandonó el proceso y pidió a sus familiares que no se involucraran en la indagación.
Con un dejo de tristeza en la voz, Hugo B., el abuelo de la niña, recuerda que “Camila era una niña introvertida, a todo decía sí. Parecía que en otro lado la maltrataban, se quejaba pero su mamá no le daba importancia”. Al cabo de su tercera reconciliación, la pareja decidió que volvería a compartir techo. En el departamento, Víctor Hugo vivía con sus hijos, un varón de 12 y una niña de ocho años.
Julia E., la abuela, recordó que un día antes del suceso solicitó a su hija que no se fuera con Camila. “Qué va a ser de la wawa. Ella no quiere ir. Va a sufrir”.
La prueba del luminol reveló la presencia de manchas de sangre en un zapato del presunto asesino y otra en una pared. La hipótesis es que la pequeña recibió una patada que le causó la herida y su posterior deceso. La madre declaró ante la FELCC que no recordaba nada de aquella madrugada.
La madre de la menor abandonó la investigación por la muerte.
“Las parejas consienten por miedo”
René Calderón, médico, psicólogo y psicoterapeuta, afirmó que las parejas de los homicidas y violadores “consienten el delito por miedo a ser abandonadas, agredidas o víctimas de chantaje”. El especialista recordó que los parricidas no tienen remordimientos ni sienten culpa y que su agresión alcanza a la cónyuge.
“Las parejas que cubren estos homicidios tienen síndrome de víctimas y por ello se debe evaluar al atacante psicológicamente a través de una clínica forense”.
Añadió que las esposas o parejas tienen conocimiento de relaciones incestuosas, pero que no las denuncian y se convierten en “cómplices con miedo” y que este tipo de ilícitos se cometen donde existe promiscuidad y hacinamiento.