Un hecho notable, aunque no del todo inédito, es que la democracia en varios países de América Latina esté en proceso de producir exactamente su propia negación. Este es el caso de gobiernos considerados de la izquierda radical llamados “populistas”, o “neo”populistas, para diferenciarlos del populismo tradicional.
Estos gobiernos ciertamente reproducen atributos de los populismos del pasado, pero son mucho más que lo que prolongan. Lo que hace de ellos una categoría especial es que tienen una peculiar forma de hacer funcionar el gobierno. Son autoritarios, pero de una clase particular. Diríamos que son despóticos porque en palabras de Kant aplican de manera “arbitraria” las “leyes que el propio gobernante ha dado” .Esta característica esencial es lo que puede constatarse en el funcionamiento de los gobiernos de los países “bolivarianos”, que no sólo violan las leyes que les precedieron, declarándolas, “ moribundas”, “coloniales” “neoliberales” , violan también las leyes que ellos mismos hacen aprobar, como las nuevas Constituciones.
La idea de que están en “revolución” parece justificarlos para ponerse por encima de las leyes, cuyo cumplimiento sigue el ritmo de las necesidades del poder “popular”. La “ley” es la voluntad voluble de los que controlan el poder, que sólo sirve contra los enemigos. Esto explica que en el caso de Bolivia el parlamento “plurinacional” viabilice una “ley corta” que otorga poderes “transitorios” al presidente para controlar todo el poder judicial facultándole el nombramiento de ministros y magistrados del poder judicial y Tribunal Constitucional, violando la Constitución “plurinacional” que prescribe que deben ser elegidos por voto universal. Con la “ley corta” le será posible “legalmente” “tener todo el poder”, sin el tradicional golpe de Estado. Presentar esta acción como conforme el Estado de derecho sólo subraya el profundo desprecio que sienten por el “imperio de las leyes”, que es indisociable de la democracia, como lo afirman los convenios y resoluciones de Naciones Unidas.
Sin lugar a dudas, muchos gobernantes autoritarios del pasado en América Latina, encajan en este modelo, pero la novedad radical es que ahora estos despotismos son electivos, es decir, legitimados con el voto mayoritario de la población. Son los votantes los que votan gobiernos con inclinaciones despóticas, sabiendo que violan la ley y no respetan las garantías constitucionales, pero estas razones no parece importar. O mejor, son la prueba del “cambio revolucionario”. Apoyan más al “despotés”- que es la realización óptima del caudillo- que al Estado de derecho sin el cual no hay democracia posible, que no sea la “otra” democracia de la “muchedumbre” que , como diría el mismo Kant, es “necesariamente” despotismo. Es la patología de la democracia “plebicitaria”, con el voto del votante, que no es lo mismo que elector, y es menos ciudadano.
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Con todo, no es sólo cuestión de estilo, o de forma de gobierno sino de un nuevo régimen político, cuyos rasgos y riesgos se encuentran en la Constitución “plurinacional” de Bolivia. Por ello es que es un abuso de lenguaje calificar de democrático a este texto aprobado con “olor a pólvora”.
No es menos importante recordar que despótico viene de “despotés”, que en la Grecia antigua era el “patrón” que tiene “esclavos, y por ello empezó caracterizando al gobernante que manda súbditos. Por esta razón esta forma de poder fue atribuida principalmente a los despotismos asiáticos.
La execración a la democracia “neocolonial” occidental está conduciendo al absolutismo premoderno.