Las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos del sur no siempre han sido las mejores. En realidad estuvieron casi siempre plagadas de injerencias e imposiciones que generaron un comprensible sentimiento anti norteamericano, actitud que no siempre era exclusivo de las corrientes de izquierda.
La famosa y controversial “Doctrina Monroe” que en su concepto inicial significaba “América para los americanos” se convirtió en “América para los norteamericanos” y fue el pretexto para que los Estados Unidos se arrogara la potestad de intervenir cuando quisieran, política, económica y más de una vez, militarmente en los países al sur del río Bravo.
De ello son testigos México que perdió la mitad de su territorio a manos de su vecino del norte y no es arriesgado decir que ningún país centroaméricano o del Caribe puede jactarse de no haber sufrido, alguna vez, la incursión de los marines «yanquis».
No debe olvidarse que Estados Unidos en más de una ocasión apadrinó también las dictaduras que servían puntualmente a sus intereses económicos y políticos mientras los pueblos latinoamericanos se debatían en el hambre y la miseria.
La OEA fue en muchas ocasiones el instrumento con el que los Estados Unidos cubrían sus intervenciones. Uno de los resabios de esa política intervencionista es el bloqueo económico contra Cuba con el cual no se puede estar de acuerdo, de forma independiente al sentimiento que pueda producir el régimen político violador de los derechos humanos, imperante en esa isla.
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Si se toma en cuenta estos antecedentes resulta positivo que los pueblos latinoamericanos hayan decidido, finalmente, adquirir una personalidad propia y asumir los desafíos del presente. Hay que destacar que la decisión de crear una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELC) fue adoptada por todos los países sin distinción alguna y por tanto no puede ser considerado como triunfo de aquellos que se han adscrito a la corriente de los populistas «bolivarianos».
En este punto es necesario hacer algunas precisiones. La decisión de crear esta Comunidad responde a una racional necesidad histórica y por tanto no puede ser atribuida a la belicosa vocinglería chavista o de algunos de sus seguidores que cada vez se le están haciendo menos obsecuentes, excepto, claro está, Evo Morales.
Sin embargo siempre existe el peligro latente de que Hugo Chávez pretenda llevar agua a su molino como ya es su costumbre y mostrarse como un paladín “antimperialista”. En este caso se trata de una legítima aspiración de los pueblos latinoamericanos y caribeños que el sátrapa caraqueño estaría muy contento de poder mostrar como un triunfo suyo, como una consecuencia de los destemplados discursos con los que ya tiene hartos a los propios venezolanos y a sus colegas Mandatarios que lo deben soportar en los foros internacionales.
Si no es triunfo de Chávez, menos lo es de Evo Morales que obedece fielmente sus instrucciones. Los intentos que hace Alvaro García de mostrar a Evo como el gestor de la iniciativa resultan absurdos y están dirigidos a aparentar que el “guía espiritual” ejerce un liderato que está lejos de tener en la región.
Finalmente es de esperar que la creación de este nuevo organismo no resulte otro saludo a la bandera como ocurre con otras iniciativas de integración política y económica en la región. Recordemos a la Comunidad Andina que al parecer se encuentra en terapia intensiva y en peligro inminente de muerte; al Mercosur que no acaba de encontrar el norte; a la Unasur que nació muerta y ni que decir de la Alba que solo ha significado la ocasión para que un grupo de países ratones acudan a agradecer los petrodólares (que ya se acaban) que les envía Chávez.
Tal vez sería interesante seguir el ejemplo de la Comunidad Europea cuya conformación siguió un proceso largo, lento y sobre todo serio -alejado de las pasiones políticas de sus líderes- pero finalmente seguro y que a la fecha está arrojando resultados positivos para esa gran mancomunidad de países.