El gobierno de La Habana ha ofrecido en su réplica a las críticas sobre la muerte del disidente Orlando Zapata, tras 85 días de huelga de hambre, varios argumentos que es oportuno comentar.
Manifestó en primer lugar que se trata de un delincuente común. Pero, cómo, si en el 2003 lo condenaron a tres años de prisión por desacato, desorden público y resistencia. Todas, actividades propias de quienes protestan no de quienes delinquen.
Por lo demás en el resto de América Latina estas manifestaciones se sancionan generalmente, en el peor de los casos, con uno o dos días de arresto y, en el mejor, con una patada en el trasero y un par de improperios de grueso calibre. En Cuba son consideradas actividades contrarrevolucionarias.
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El gobierno también ha dicho que es culpa de los Estados Unidos, sugiriendo que el embargo, o el boicot, como prefieren llamarlo las autoridades cubanas arrojan estas secuelas. Existe consenso amplio de la comunidad internacional, excepción hecha del gobierno de Washington, que el embargo ha sido siempre un fracaso, resultado de consideraciones internas y no de política y derecho internacional, además de una excelente excusa para mantener en la isla medidas de “emergencia” reñidas con la convivencia democrática.
Pero de allí a concluir que la existencia misma de la disidencia, del opositor rebelde, del que piensa distinto y lucha para que las cosas cambien, sea producto del boicot, es una falacia de proporciones. Los disidentes surgen en Cuba no por creación de los Estados Unidos, sino porque no aceptan la dictadura en la que malviven. Con o sin apoyo exterior seguirán existiendo mientras el estado y el partido, el estado y el ejército, el estado y la seguridad, el estado y la justicia, sigan siendo la misma cosa. Que no tienen peso real por el momento es muy cierto.
Noticias de TV: CNN.