Cuando se pierde la esperanza


Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo2_thumb Se dice que lo último que se debe perder es la esperanza. Pero, a veces, se la pierde muy temprano. El desencanto es el ineludible resultado de las promesas no cumplidas, del deterioro de la buena imagen que se intentó consolidar y de la ostensible ineficiencia.

Esas promesas incumplidas siempre se las recuerda a la hora de las dificultades. Esto se hace más grave cuando, en lugar de explicar con honestidad las causas de los presuntamente inevitables y frustrantes fracasos, hay mensajes de superlativo e imprudente optimismo. ¡Qué difícil resulta, en política, el justo medio, la mesura, la racionalidad y la seriedad en el juicio! Así se van malgastando esfuerzos, recursos y tiempo en el logro del bienestar colectivo, del bien común…



Los estadounidenses, por ejemplo, no han escapado al desencanto. El triunfo electoral del señor Barack Obama fue recibido no sólo con esperanza, sino también como el inicio de una nueva era; el nuevo mandatario, aun antes de ser electo, se había diferenciado completamente de su predecesor, el presidente republicano George W. Bush. Ahora, el presidente “Obama (está) en el centro de las críticas” y (cuenta) con “menos apoyo”, según Silvia Pisani, corresponsal de La Nación, de Buenos Aires, en Estados Unidos (18/07/2010).

Por supuesto que siempre hay un inevitable “desgaste” en quien ejerce el poder. Pero ahora sólo “cuatro de diez estadounidenses” confían en la habilidad (del Presidente) para manejar la economía, de acuerdo con un sondeo de la cadena ABC”. Esto, según se ve, es demasiado temprano para semejante deterioro de la imagen de un Presidente que despertó tantas expectativas. Quizá –se dice– falló al exagerar sus promesas de eficiencia y al no explicar que la tarea de salvar la crisis económica –desatada al final del Gobierno del presidente Bush– sería complicada, larga y que, en alguna medida, depende de factores externos.

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Más graves son otros casos, como el del Gobierno de Argentina, cuya Presidenta tiene una muy escasa aprobación ciudadana por el desgaste de tres periodos presidenciales compartidos conyugalmente, por sus promesas incumplidas y por su estilo autoritario. Pero allí también la oposición funciona y ya se apresta a enfrentar al oficialismo en las elecciones venideras.

Lo verdaderamente dramático es el deterioro de Venezuela. Ya no hay que recordar las promesas incumplidas de su Presidente, ni la carencia de habilidad de éste para explicar fracasos. Es notorio el mal manejo de la crisis, cuya raíz se encuentra en la irresponsabilidad y en el mesianismo del caudillo que abandonó las reglas democráticas y la sensatez. Su empecinamiento en eternizarse en el poder, su clara ineficiencia y abuso del poder, su histrionismo vulgar y su carácter pendenciero, han dividido a la sociedad venezolana entre los que medran del oficialismo y los demás, o sea, entre los ‘chavistas’ y el pueblo, que sufre los rigores de una crisis en medio de la marcha hacia la dictadura.

No estamos lejos de reclamar en Bolivia que se cumpla la promesa de 2006, cuando se dijo que íbamos a vivir mejor, sin violencia, en libertad y que, con el nuevo Estado –la hipérbole no tuvo límites–, en pocos años llegaríamos a alcanzar a Suiza en desarrollo y bienestar y, con ello, en democracia. En cambio, lo que ya predomina es la incertidumbre y la desesperanza.

La sociedad suele ser implacable cuando se da cuenta del engaño y la simulación.