El giro peruano hacia Evo


Fernando Molina

MOLINA Alan García pidió a la justicia que permita la rápida salida de Perú de Luis Alberto Valle, yerno del ex presidente boliviano Hugo Banzer, detenido por Interpol en Lima. ¿Por qué hace esto ahora, si hace dos años, cuando varios ex ministros bolivianos escaparon de un linchamiento judicial como el que ahora amenaza a Valle, García les dio asilo? El argumento de sus voceros es que en este caso (y, un poco antes, en el del también ex ministro Guillermo Fortún) las acusaciones no tienen índole política, pero es un argumento que no se sostiene. En primer lugar, porque el juicio contra los ahora asilados también incluía cargos de corrupción; en segundo lugar, porque a veces el refugio político se otorga para evitar que sus beneficiarios sean procesados sin justicia, algo que sin duda ocurrirá con Valle y también, si se lo captura, con Fortún.

El verdadero motivo es geopolítico. Perú está ansioso de recuperar su influencia sobre Bolivia y sabotear el “romance” entre este país y su archirrival Chile. Tener a Bolivia de su lado ha sido su principal estrategia desde la guerra que enfrentó a los tres países a mediados del siglo XIX y normalmente funcionó bien. Por eso el distanciamiento ideológico que se dio entre los gobiernos de Evo Morales y Alan García, y que casi llevó al rompimiento de relaciones en 2008, constituyó un obstáculo imprevisto para la cancillería peruana.



Al mismo tiempo, Chile logró un inédito acercamiento a Morales, gracias al apoyo político que la ex presidenta Michelle Bachelet ofreció al boliviano en los “malos tiempos”, cuando éste resistía una fuerte oposición regional, y gracias a la sugerencia, probablemente fraudulenta, que hace de ceder algo en el contencioso que tiene con Bolivia en torno a la salida al mar que le arrebató en la guerra.

Pues bien, ahora, tras años de retrocesos en las relaciones trilaterales, los peruanos quieren volver a tener un papel en Bolivia y por eso han comenzado a girar hacia Morales, sin duda el único líder fuerte del país, como comprobó su reelección hace medio año. Poco después, Perú cambio de embajador, sustituyendo un liberal por un diplomático con fama de “humalista” (es decir, vinculado con el nacionalista radical y dirigente opositor Ollanta Humala), y por eso, se supone, capaz de simpatizar con el etnonacionalismo imperante en La Paz. Y ahora aplica la receta copiada de los chilenos: trocar apoyo político a cambio de un mejor relacionamiento internacional. El “affaire Valle” le ha dado una oportunidad: la cabeza de éste, envuelta en sedas, puede ser un buen regalo para Evo. (Pero el mandatario boliviano parece inconmovible).

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Éstos son “the facts of life”: los bolivianos que, decepcionados por Brasil y Chile, creyeron que en Perú ardía la llama de la libertad sudamericana, tendrán ocasión de decepcionarse. Sólo hacen política internacional “con causa” los gobiernos revolucionarios. Y, aún éstos, durante poco tiempo. Lo común, en cambio, es la indiferencia ideológica y el tráfico de mezquindades.

La situación de todos los políticos enjuiciados por el Gobierno se ensombrece. ¿Qué harán los gobernadores opositores que en este momento son procesados por corrupción, los ex presidentes que pronto serán acusados formalmente (entre otras cosas, también por corrupción)? ¿Irse a dónde? ¿O enfrentar un juicio con desenlace definido de antemano, del que pueden salir con condenas draconianas, recién implantadas por una ley que califica sus supuestos delitos de una forma retroactiva?

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