Pablo Stefanoni
En 1985, el caudillo nacionalista y nuevo presidente, Víctor Paz Estenssoro, exclamaba “Bolivia se nos muere”. Con esa frase tan simple como dramática, se pondría fin al modelo de capitalismo de Estado que, con vaivenes, había sobrevivido desde la revolución del 52. El proceso será similar al del peronismo en Argentina, el APRA en Perú y otros “populismos” latinoamericanos, que desde mediados de los ochenta, en un contexto de fuerte inestabilidad macroeconómica (hiperinflación en los casos de Bolivia y Argentina) viraron hacia un neoliberalismo dogmático, acorde a la hegemonía mundial del “consenso de Washington”, la crisis terminal del socialismo real y la victoria ideológica del liberalismo económico. Aunque las transformaciones globales comenzaron en los años setenta, sería entre los ochenta y noventa que éstas se expresarían con mayor magnitud. En este sentido, como ya mencionamos, Bolivia no hacía más que alinearse con el modelo de acumulación de capital que comenzaba a ser adoptado por sus vecinos, aunque junto con Chile sería la pionera en ese viraje hacia el achicamiento del Estado y las reformas estructurales.
En efecto, la estructura social del país –y sus actores políticos y sociales— se transformaron violentamente. La empresa insignia –la Corporación Minera Boliviana— sucumbiría ante el derrumbe de los precios internacionales del estaño y la ola antiestatista. Junto con ello, los mineros, columna vertebral del movimiento popular boliviano desde los años cuarenta, dejaron súbitamente de existir como fuerza social. En 1986, la derrota gubernamental de la “Marcha por la vida” y la posterior relocalización (despido) de más de 20.000 trabajadores del socavón acabaron con la “visión proletarizante” del mundo” que detentaban los sectores subalternos y condenó a la otrora poderosa Central Obrera Boliviana (COB) a ser una organización testimonial, cargada de radicalidad retórica pero sin capacidad para articular un movimiento obrero que había perdido su núcleo organizativo e identitario y comenzaba a estallar en una numerosa pero inasible clase obrera precaria e informal. Era el fin del “marxismo minero”, en cuyo seno trotskistas, comunistas, nacionalistas de izquierda y de otras tendencias del campo popular discutían –y buscaban legitimidad— para sus programas políticos; cada congreso de la COB era el escenario de esas disputas políticas e ideológicas a cerca de la caracterización del período y de las estrategias destinadas a buscar transformaciones políticas y sociales.
Como en otros países de la región, el neoliberalismo no careció de apoyos. La combinación del trauma de la hiperinflación y el trauma de la ingobernabilidad –que obligaron a la salida anticipada de la Unidad Democrática Popular en 1985 — habilitó una fuerte legitimidad social al retiro del Estado y la promesa de modernización, mediante la inversión extranjera en lo económico y la “democracia pactada” en los político, a través de la cual el Congreso daba luz a mayorías que el electorado no había construido en las urnas . Por esta razón, como recuerda Carlos Toranzo, en Bolivia, democracia pactada y ajuste estructural se volvieron casi sinónimos . Este régimen procreó a cuatro gobiernos, además del de Paz Estenssoro: Jaime Paz Zamora (1989-1993), Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997), Hugo Banzer/Jorge Quiroga (1997-2002) , Sánchez de Lozada (2002—2003). Sin tomar en cuenta el último periodo de Sánchez de Lozada puede considerarse que el pactismo generó un período de inédita estabilidad política en un país conocido por la cantidad de golpes de Estado en su historia política reciente, al punto que resulta difícil recordar los presidentes entre 1978 y 1982, debido a la escasa duración de sus turbulentos mandatos.
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La izquierda implosionó, la caída de la UPD arrastró a todas las tendencias, desde las más moderadas hasta las más radicales, y los intelectuales progresistas pasaron a formar parte del neoliberalismo multiculturalista (que, como señalamos, amplió las bases sociales, étnicas y geográficas de la institucionalidad democrática con la Ley de Participación Popular) o se atrincheró en ONG, muchas de las cuales pasaron a asesorar a las organizaciones campesinas .
La dispersión de la izquierda fue la norma, en paralelo a fuertes estrategias en torno a la lucha política en un contexto hostil y de dispersión táctica y estratégica. Una parte de la izquierda se alió pragmáticamente con los partidos sistémicos. Los debilitados kataristas (después del declive de su hegemoníaa en la CSUTCB) promovían estrategias de alianza con sectores de la izquierda y más tarde, la rama de Víctor Hugo Cárdenas se aliaría con el MNR de Sánchez de Lozada . Los Ayllus rojos (liderados por Felipe Quispe, y donde militó –e incidió ideológicamente– el actual vicepresidente Álvaro García Linera, proclamaban (sin demasiada incidencia) la autodeterminación indígena, a partir del nacionalismo aymara, y defendían la lucha armada como forma de contribuir a generar una insurrección comunitaria . Finalmente, la izquierda marxista conformaba un verdadero archipiélago de pequeños grupos, en medio de divisiones y e intentos de recomposición. Uno de ellos fue la conformación del Grupo de los 17, un variopinto nucleamiento de pequeñas expresiones de la diáspora de la izquierda partidaria , que durante los años cincuenta se articulaba en torno al Partido Obrero Revolucionario (POR), el PCB y el ala de izquierda del MNR a la que ya en los años sesenta se sumó el maoísmo y el guevarismo. Algunos de los nombres de estos años, sonarán con fuerza (ya como ministros, diputados o senadores) luego de 2002.
Es a fines de los ochenta cuando comienza a sonar la idea del “instrumento político” de los sindicatos agrarios. En el mencionado congreso de 1988 se votó el retorno de los dirigentes a las bases, el rechazo a los partidos tradicionales y la idea de “organizarnos [políticamente] nosotros mismos” . Luego en 1989, se aprueba en Tarija la “Asamblea de unidad de los pueblos y naciones originarias” con una idea de contra—Parlamento en la tónica de la Asamblea Popular de 1971. Y, como ya señalamos, los “500 años de resistencia”, celebrados en 1992, darán nuevos bríos al discurso étnico.
Una idea más precisa del “instrumento político” iba madurando con apoyo de la federación campesina de Cochabamba, cocaleros, la Frutcas, y los sindicatos yungueños, liderados por Dionisio Núñez y Lino Vilca, pero aún predominaban visiones enfrentadas, incluyendo a quienes aún creían en la lucha armada y soñaban con crear una guerrilla en el Chapare o buscaban alianzas con corrientes emergentes como Condepa o UCS (ver capítulo xx). Algunos comenzaron a incluir la terminología “multinacional”, o plurinacional. Como citamos en la página xxx, el propio Cárdenas acuñó el término “plurinacional” para definir el proyecto democratizador. Pequeños grupos como Patria Socialista—Movimiento Guevarista, que editó el Libro rojo de la Patria Socialista Multinacional, planteaban posiciones en este sentido , mientras los Ayllus Rojos planteaban una posición semisecesionista.
La “cochabambinización” de la izquierda
Fue en 1995 cuando la idea del “instrumento político” fue ganando fuerza efectiva. En Santa Cruz, un congreso campesino, denominado “Tierra, Territorio e Instrumento Político”, aprobó –otra vez, pero con mayores niveles de consenso— la Tesis del Instrumento Político, dando lugar, finalmente, a la ansiada y compleja construcción política, erigida a partir de las estructuras de los sindicatos campesinos. El núcleo duro de esta articulación de organizaciones rurales eran, y siguen siendo hasta hoy, los cocaleros del Chapare, los colonizadores (ahora llamados, acorde a los vientos de descolonización, “comunidades interculturales”), los campesinos de los valles de Cochabamba y la federación de mujeres campesinas Bartolina Sisa. No obstante, esta alianza, recubierta con un discurso etnicista potenciado por la mencionada campaña “500 años de resistencia”, contra los festejos oficiales por los cinco siglos de la conquista de América, expresaba un fuerte “entronque histórico” con la cultura sindicalista tradicional en el movimiento popular boliviano, ya advertida por René Zavaleta . Una suerte de Tesis de Pulacayo campesina, adecuada a los nuevos tiempos: fuerte hegemonía del neoliberalismo, el propagandizado fin de las idelologías y luchas defensivas, y a menudo derrotadas, de los sectores subalternos bolivianos, golpeados por la crisis sin retorno de la Central Obrera Boliviana (COB), que durante décadas actuó como entidad matriz articuladora del movimiento popular boliviano. Si en 1947 la federación de mineros logró ingresar diputados y senadores, en base a su influencia en Oruro y Potosí , el MAS-IPSP consiguió avanzar hacia la arena política nacional desde el Chapare cocalero y desde los valles de Cochabamba, a partir del liderazgo, al principio compartido, de Alejo Veliz y Evo Morales. Como los mineros de entonces, los cocaleros comenzaron a considerarse la vanguardia del movimiento popular. La visión “proletarizante” de lo popular iba tornando en una visión “campesinizante”. Así, inéditamente en América Latina, un partido campesino se fue desbordando hacia las urbes, en un país ya mayoritariamente urbano o semiurbano, dado que muchos habitantes de ciudades como El Alto mantienen tierras en sus comunidades de origen.
Desde mediados de los años ochenta, las políticas de erradicación de la hoja de coca –impulsadas por los sucesivos gobiernos bajo presión estadounidense– generaron una geografía política y electoral sui géneris en la región cocalera del Chapare: allí la izquierda mantuvo su hegemonía pese a su retroceso nacional. La “defensa de la hoja de coca” –sintetizada en la consigna kawsachun coca, wañuchun yanquis (viva la coca, mueran los yanquis)– y el rechazo a la flamante Ley 1008 (1988) junto a la denuncia de la intervención estadounidense determinaron una estructuración del campo político local teñida por los intereses corporativos de los cultivadores de coca, lo cual explica el triunfo local de Izquierda Unida –una alianza cuya fuerza más importante era el Movimiento Bolivia Libre (MBL), un desprendimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria [MIR], apoyada por los sindicatos agrarios– en las elecciones de 1989 varias localidades del Chapare.
Con la crisis del movimiento obrero, la votación de la izquierida se campesinizó, y Salvador Romero Ballivián observa una correlación de la votación de IU con los municipios pobres, rurales, privados de educación, salud e infraestructuras. Los datos dibujan una izquierda presente en las zonas marginales del desarrollo económico y social de Bolivia . Por esta época resultaba clave la incidencia del MBL en el Norte Potosí y en el centro de Chuquisaca (zona campesina de habla quechua) mediante la ONG Instituto Politécnico Tomás Katari, cuya sede estaba en Chayanta, a lo que se suma el efecto de las normales rurales en el apoyo electoral a la izquierda. De hecho, el caso del MBL ilustra a su vez la “oenegeización” de las nuevas izquierdas, y la creciente influencia de esas nuevas ONGs sobre el movimiento sindical –cuando no su papel protagónico en la creación de las organizaciones indígena—originarias, como la Cidob en el Oriente y Conamaq en el Occidente . Al mismo tiempo, la alianza con los cocaleros proveyó a la izquierda una fuerte base sindical/electoral, con las características de zona de solidarides fuertes que ya habían desarrollado los mineros; en este caso debido a la represión estatal, que se agudizaría en los siguientes años.
Es decir, se trató de un apoyo bastante instrumental de los cocaleros (pequeños propietarios rurales con cierta movilidad social) hacia una izquierda percibida como opuesta al “imperio” que los acosaba y permitía una expansión política del activismo sindical, cada vez más politizado en cuestiones nacionales . Y, de paso, la posibilidad de poner los pies en la arena política, en un aprendizaje que culminará con la puesta en marcha del propio “instrumento político” de los campesinos, cuya columna vertebral serían los sindicatos cocaleros fogueados en las cotidianas y cruentas batallas contra las fuerzas militares y policiales erradicadoras.
Como se observa a partir de la sociología electoral de Romero, en los años siguientes operó una “cochabambinización” de la izquierda, cuya votación tiende a concentrarse en este departamento, en lo que incidió la ruptura de la alianza con el MBL y el declive de esta fuerza que giró hacia el centro, para terminar siendo parte del primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997). De esta forma, se pierde gran parte de la votación en Chuquisaca y Potosí, pero también en medio de rupturas y recomposiciones va desapareciendo la votación en Beni, sustentada en viejas tradiciones comunistas locales (el PCB romperá con los cocaleros en 1999, para apoyar a Alejo Véliz y volverá a adherir al evismo ya en 2005).
Un análisis detenido permite subrayar una interesante correlación entre los niveles de represión en la erradicación de los cultivos de coca y la cohesión corporativa/electoral cocalera. El “relajo” que siguió con Jaime Paz Zamora (1989—1993) a las políticas “duras” de Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) y la Ley 1008 (1988) provocó una participación electoral más deslucida de los cocaleros en 1993, con Evo Morales como candidato a diputado del Eje de Convergencia (con menor votación que la IU del ‘89), en tanto que en 1997, ya reactivada las políticas anti—coca digitadas por Estados Unidos, el sindicalismo cocalero se relanza, nuevamente con Izquierda Unida, ante el no reconcimiento por la Corte Nacional Electoral de la sigla del “instrumento político” Asamblea por la Soberanía de los Pueblos, fundado en 1995. Ya sin el MBL, IU quedaba compuesta por el Movimiento al Socialismo—Unzaguista de David Añez Pedraza (MAS—U, un desprendimiento “de izquierda” de Falange Socialista Boliviana) y el Partido Comunista (PCB) en el nivel partidario, y los campesinos de los valles de Cochabamba (Alejo Véliz y Román Loayza) y los cocaleros (Evo Morales) como base social efectiva, y una expansión relativa con la incidencia de los Yungas de La Paz.
En ese nuevo contexto, Evo Morales será elegido diputado por la circunscripción uninominal 27, con el porcentaje más alto de votos del país (61,8 por ciento) y, en poblaciones nítidamente cocaleras, la votación de IU bordeó el 80 por ciento, es decir, un voto de características plebiscitarias, no por razones “ideológicas” en general, sino por ser percibida como un representación gremial de los cocaleros en el Congreso: todo el capital organizativo de los sindicatos era volcado a la lucha electoral . Esta elección adelantó el divorcio Morales—Véliz, en medio de denuncias de este último sobre un acuerdo entre Evo Morales y Paz Zamora.
Finalmente, luego del divorcio político entre Véliz y Morales, en 1999 se constituye el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) liderado por el segundo, que dado el no reconocimiento por la Corte Electoral se presentará a elecciones, hasta hoy, con la sigla MAS (Movimiento al Socialismo) –cedida por el viejo dirigente David Añez Pedraza— ya sin la molesta U de “unzaguista”, convenientemente retirada en un congreso partidario , que mantuvo, no obstante, el azul como color partidario, obviamente sin ninguna consecuencia ideológica, pese a las acusaciones de Felipe Quispe y otros detractores .
Alejandro Almaraz, que formó parte de la dirección nacional del MAS y luego fue viceministro de Tierras con Evo Morales, recuerda que “el color que se quería era algo próximo a la wiphala […] pero tampoco lo permitió la Corte Electoral; se intentó con [color] café, tampoco se pudo, y sólo quedaba el color del corporativismo fascista, el azul”. Y agrega que “se lo hubiera podido cambiar, pero [los compañeros] se cansaron […] y dijeron: ‘nos damos por satisfechos con haberle eliminado la U y nos quedamos con [el] MAS azul falangista” .
Autorrepresentación y cerco electoral a las ciudades
Son varios los dirigentes que se atribuyen la “paternidad” de la idea del Instrumento Político (uno de ellos es Filemón Escobar, proveniente del sindicalismo minero y asesor de la Coordinadora de las Seis Federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba) . Pero, sin duda, también fue decisiva la influencia de una serie de ONGs, articuladas en el programa de capacitación Nina –“Fuego”– conformado por el consorcio integrado por IPTK, Cipca, Unitas, AIPE y Fundación Aclo, y cuyo director era el actual canciller David Choquehuanca, que organizó decenas de talleres y congresos campesinos que permitieron la articulación de sindicatos campesinos y organizaciones indígenas de tierras altas y bajas, y, adicionalmente, la ampliación del liderazgo de Evo Morales hacia la escena nacional e incluso internacional. Es probable, que sea por esta vía, que haya llegado el discurso étnico/culturalista a un Evo Morales moldeado por una tradición más campesinista, en la tradición del sindicalismo revolucionario de los años cincuenta.
Pero los éxitos electorales del MAS—IPSP tuvieron un efecto adicional: alinear al nuevo movimiento en la lucha democrática—electoral, debilitar las opciones por la lucha armada (con alguna influencia en el Chapare) y dejar atrás el discurso anticapitalista de la vieja izquierda en favor de un programa básicamente antineoliberal centrado en el rechazo a los efectos de las políticas de privatización (y/o capitalización) aplicadas desde 1985 y de denuncia del sometimiento nacional a las transnacionales y al “Imperio”. Como ha señalado el periodista y escritor Rafael Archondo, debilitada política –y teóricamente— la izquierda boliviana tomó (casi acríticamente) el etnonacionalismo como tabla de salvación , lo que le permitirá a varios de sus ex dirigentes volver a la palestra, primero en el Parlamento y luego en el Gabinete nacional.
Fue bajo un clima ideológico crecientemente nacionalista que se potenció el crecimiento electoral de la candidatura de Evo Morales –expulsado en enero de 2000 del Parlamento, acusado de alentar los cruentos conflictos de entonces entre cocaleros y fuerzas policiales y militares– quien finalmente consiguió el sorprendente segundo lugar en las elecciones de julio de 2002 con casi el 20 por ciento frente al 20,8 por ciento de Sánchez de Lozada, candidato del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) . Así, el MAS se aprovechó del declive del MNR, en medio del malestar campesino por el giro neoliberal del partido del ‘52, y de Conciencia de Patria (Condepa) y Unidad Cívica Solidaridad (UCS), ambos partidos en crisis luego de la muerte de sus respectivos líderes, el “Compadre” Carlos Palenque y el empresario Max Fernández. UCS consigue en 2002 un modesto 5,1 por ciento y Condepa un intrascendente 0,3 por ciento de la votación. El MAS logra conquistar nuevamente el Norte Potosí mediante una alianza con el Movimiento Originario Popular (MOP), de Féliz Vázquez, el brazo político de los campesinos de la región, anteriormente aliado del MBL. Y Evo Morales logra expandirse hacia el Altiplano, disputándole votos al Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) de Felipe Quispe.
Es interesante destacar, como señala Romero, que la votación masista en las ciudades provinciales (Achacachi, Copacabana, Viacha, Patacamaya) y pueblos de esta región estuvieron por encima de la votación que el MAS logró cosechar en el área rural/comunitaria, fiel en ese entonces al MIP de Felipe Quispe. Pero además de desbordarse hacia las urbes, el MAS logró, adicionalmente, la unidad del voto cocalero: en los Yungas (La Asunta, Caranavi, etc.) triunfó el MAS con más del 45 por ciento. Y acá vale el argumento señalado respecto de la correlación represión/cohesión electoral: bajo la gestión de Hugo Bánzer/Jorge Quiroga (1997-2002), por primera vez en los últimos años se intentó erradicar coca en esta región, donde convive la coca tradicional con la excedentaria, lo que también marca divisiones entre los cocaleros.
Se profundizará, así, el proceso que Moira Zuazo denominó la ruralización de la política boliviana, y que tendría su momentuum en el triunfo electoral de Evo Morales, el 18 de diciembre de 2005 con casi el 54 por ciento de los votos , bajo una distribución sociológica/territorial similar a la de 2002, pero obviamente, con más del doble de votos.
No obstante, la idea del “instrumento político” (expresada en la frase de Evo Morales: “Donde las organizaciones sindicales funcionan bien, no hace falta una organización del MAS por separado” ) mostraba sus límites: en las urbes –60 por ciento de la población nacional– existe una masa de ciudadanos individuados al los que el MAS debía interpelar para conseguir una hegemonía nacional. Y es así como emerge una fuerza masista urbana, heredera en gran medida de partidos como el MNR, Condepa y UCS, especialmente entre los gremiales, una enorme fuerza política—electoral y de movilización en las urbes. Pero, además, como se expresó en las elecciones municipales de 2004, el MAS necesitaba atraer a figuras de las clases medias, para, a la postre, debilitar su identidad de partido campesino y seducir a los votantes citadinos.
Concebido en gran medida como un partido indirecto (en el cual, al menos en teoría, los militantes acceden a él a través de sus organizaciones sindicales, como fue el caso originalmente del Partido Laborista inglés ), el hiato entre partido de los sindicatos y partido hegemónico se intentó resolver mediante la figura del “invitado” (especialmente para los candidatos o funcionarios) lo que deja de inmediato en evidencia el carácter subordinado de estas incorporaciones. Así, el novelista Gonzalo Lema fue candidato a alcalde por Cochabamba y el ex rector de la UMSA Pablo Ramos postuló al mismo cargo en La Paz. Aunque ninguno de los dos fue elegido (lo que revela la aún escasa fuerza masista en las grandes ciudades), el 18,5 por ciento de los votos en todo el país catapultó al MAS como primera fuerza nacional (lo que hablaba más de la debilidad del sistema de partidos que de su propia fuerza) pero, más importante aún, el “partido de los cocaleros” conseguía aparecer, por primera vez, como un partido urbano—rural que lograba articular a campesinos, profesionales y trabajadores. En el área rural se consolidó de manera apabullante: a modo de ejemplo, el MAS obtuvo el 52 por ciento de los concejales en el departamento de Cochabamba ; una metáfora del “cerco maoísta” de las grandes urbes, sólo que en esta estrategia que combinaba movilización social, incluso violenta, y participación electoral, el poder no nacía “de la boca del fusil” sino del conteo de los votos; de la transformación de los sindicatos rurales (y también de los ayllus) en fuerza electoral. Por eso, en 2002, el electo senador Filemón Escóbar, señaló que Quienes han entrado a la campaña electoral han sido ellas [las organizaciones] sobre todo las centrales campesinas. En el Norte de Potosí el trabajo lo hicieron los ayllus, que operaron con el nombre de MAS. En el trópico cochabambino no es que gana el MAS, ganaron las seis federaciones [cocaleras], que son lo fundamental del instrumento político y que le dan a Evo Morales una victoria increíble” . A partir de estas imágenes se construirá el “mito fundacional” del MAS, como el instrumento político de las organizaciones sociales, basado en la autorepresentación, y la negación de que constituya un partido político. Idea que luego se proyectará en la definición de la administración de Evo Morales como un “Gobierno de los movimientos sociales”, tema que discutiremos más adelante.
No obstante, esta lógica de construcción política produjo un efecto paradójico y fuente de tensiones internas: en esferas como el Parlamento, tradicionalmente espacio de valorización de capitales sociales, escolares y étnicos, los invitados pasaron a hegemonizar y ser la voz pública de la bancada masista; pese a que la misma contaba con una gran cantidad de campesinos. En efecto, figuras como Antonio Peredo, Gustavo Torrico o Manuel Morales Dávila lograron acaparar la función de portavoces ante los medios de comunicación, en detrimento de liderazgos supuestamente más representativos de la matriz campesina del MAS. Intentos autónomos, como la propuesta de constitución de una bancada indígena multipartidaria, fueron desbaratados por el propio Evo Morales por considerarlos “divisionistas”.
Así, sin una estructura partidaria orgánica y efectiva (la dirección nacional del MAS es incapaz de contener la diversidad interna), los avances masistas fueron derivando en una suerte de estructura “satelital”, donde la bancada parlamentaria, las organizaciones sociales, la bancada constituyente o las direcciones urbanas del MAS, se vinculan entre sí a través de la mediación carismática de Evo Morales, quien funge de árbitro entre estas diversas esferas político—sociológicas.
Empero, o quizás por ello, es bastante sintomático que en los ampliados del MAS no se produzcan verdaderos debates ideológicos y que cada delegado le hable a Evo Morales más que al público, sin polemizar con otros oradores aunque estos hubieran expuesto posiciones contrapuestas e incluso antagónicas (la langue de bois nacional-popular indígena ocupa, además, un lugar no despreciable en los discursos). Como ocurre a menudo, los momentos de “debate ideológico” no atraen a la audiencia tanto como las estratégicas elecciones de dirigentes, cuando los adormecidos delegados recobran una inusitada fuerza. Y esta descripción general se verifica en cada reunión partidaria , aunque ello no impide que cada investigador del MAS que busca enfrentarse al espinoso objeto de la ideología partidaria encuentre la misma respuesta: “en el MAS hay una corriente marxista, una corriente indianista y una corriente proveniente de la Teología de la Liberación”.
Sin embargo, las investigaciones de campo permiten constatar que ninguna de estas corrientes existen como tales pero que, sintomáticamente, nadie refiere al nacionalismo popular como una de las supuestas facciones, cuando la matriz discursiva heredera de los años cincuenta es la más productiva en términos político-electorales: “recuperación” de los recursos naturales, organización del campo político como un clivaje entre el pueblo y la oligarquía (lo que conlleva el enfrentamiento entre “clases nacionales” y “clases entreguistas”) y una fuerte dosis de antiimperialismo, fundamentalmente antinorteamericano.
Así, resulta bastante exagerado señalar a los hermanos Antonio y Osvaldo “Chato” Peredo como los referentes de una “corriente guevarista” o a Rafael Puente como animador de la facción de la Teología de la Liberación. Tampoco David Choquehuanca expresa estrictamente una corriente indianista al interior del Instrumento Político, sino que ha construido una efectiva de red de apoyo en las zonas aymaras difíciles de reducir a cuestiones ideológicas. En todo caso, resulta más productivo un abordaje sociológico, que permite dejar emerger una serie de tensiones, luchas, y alianzas a veces imprevistas por el control de las candidaturas y los cargos (pegas) en el Estado o en el propio aparato del MAS (Hervé Do Alto ha señalado, por ejemplo, la importancia de las alianzas con dirigentes campesinos para los militantes urbanos que buscan escalar en el MAS) . Además, esta aproximación ayuda a la comprensión de lógicas no precisamente “ideológicas” de la rotación entre sectores, distritos o incluso regiones (por ejemplo, en la circunscripción electoral 20, entre Nor Yungas, Sud Yungas e Inquisivi) para mantener ciertos equilibrios inestables, en el marco de prácticas asamblearias mediadas por maniobras dirigenciales de diversa naturaleza –no extentas de clientelismo y prebendalismo– para incidir en las decisiones. Parafraseando a Partha Chatterjee, podemos pensar al MAS como un partido en tiempo heterogéneo , atravesado por culturas políticas, temporalidades, prácticas sociales, tradiciones ideológicas y hasta cosmovisiones divergentes.
Sin duda, el avance hacia el poder del MAS tiene como sustrato sociológico la Reforma Agraria de 1953: la conformación de una base social de pequeños propietarios rurales y la constitución de una cultura política sindicalista revolucionaria. Y como sustrato político, la Ley de Participación Popular y la institución de las diputaciones uninominales en los cercanos años noventa . Es decir, el resultado de la combinación de una serie de luchas políticas, reformas institucionales, reactivación de ideologías sedimentadas en el imaginario popular y aprovechamiento estratégico de una novedosa estructura de oportunidades políticas nacionales e internacionales . Un juego de identidades a geometría variable, interacciones entre el Estado y la sociedad, aprovechamientos inesperados de ciertas reformas neoliberales (como el hábil uso campesino de la Participación Popular que ciertos intelectuales indianistas rechazaron sin matices) bastante alejados de los enfoques que leen la emergencia indígena—popular como el despertar del “Gran Otro” radical del Estado colonial, que habría estado durmiendo desde el levantamiento de Túpac Katari en 1782.
El MAS o la etnización de lo nacional-popular
En este sentido, creemos que el abordaje del MAS como un caso de nacionalismo plebeyo que planteamos en 2006 mantiene su vigencia y habilita un equilibrio realista entre rupturas y continuidades. Es cierto, como advierten Komadina y Geffroy que hay que prestar atención a las “fronteras identitarias” aunque consideramos que lo plebeyo en Bolivia está fuertemente etnizado, por lo que a título de simplificación podríamos denominarlo nacionalismo indígena. Es claro que el nacionalismo en el siglo XXI no es igual que el de mediados del siglo XX, en término de reconocimiento de las diferencias, y habría que tomar con cuidado los programas electorales masistas, especialmente frases como: “somos adversarios del siglo de las luces encarnado por John Loke, Thomas Hobbes […] y de los fundamentos económicos de Adam Smith, todos ellos ideólogos de la actual sociedad industrial, de la llamada sociedad moderna”, temáticas utilizadas especialmente en la etapa previa a 2005. A menudo, la redacción de los programas del MAS era bastante azarosa y desvinculada de sus políticas efectivas, por ejemplo en el Congreso. Incluso el Che Guevara o el diputado socialista (asesinado en 1980) Marcelo Quiroga Santa Cruz son incorporados a la iconografía masista en su faceta nacionalista/antiimperialista más que socialista stricto sensu.
Para captar el núcleo nacionalista del actual Gobierno basta echar un vistazo a la relación de Evo Morales con las Fuerzas Armadas (al menos su ala nacionalista) a las que, en línea con el nacionalismo popular latinoamericano de mitad del siglo XX, considera una de las “patas” del proceso de cambio, junto a los movimientos sociales (el pueblo) y los propios “empresarios patriotas”.
La nueva Constitución define a Bolivia como “un Estado pacifista, que promueve la cultura de la paz y el derecho a la paz, así como la cooperación entre los pueblos de la región y del mundo, a fin de contribuir al conocimiento mutuo, al desarrollo equitativo y a la promoción de la interculturalidad, con pleno respeto a la soberanía de los estados”. Más importante aún, en el actual contexto regional, el artículo 10 prohíbe la instalación de bases militares en territorio nacional. No obstante, la administración Morales ha fortalecido el rol de las FF.AA. en sus políticas sociales y en las nacionalizaciones (que suelen incluir una ocupación militar transitoria de las empresas), lo que permitió a los uniformados mejorar significativamente su imagen luego de la represión a la guerra del gas de 2003, con decenas de muertos y heridos. Hoy Morales saluda a los verdeolivo con un “Patria o Muerte” que estos responden con un “Veneceremos” con aire a la revolución cubana. Y esta consigna vinculada a la revolución cubana va ocupando espacios al interior del MAS, que suele repetirla luego de aprobación de leyes difíciles o en otros momentos de lucha contra la oposición.
En este marco, algunos militares o ex militares pasaron a ocupar cargos políticos, como el gobernador de Pando (el almirante Rafael Bandeira) luego del arresto de Leopoldo Fernández en 2008; el ex presidente de la Aduana, el ex general César López; o el ex cónsul en Chile (embajador en la práctica dada la inexistencia de relaciones diplomáticas formales) y actual senador del MAS por Beni, el ex Comandante del Ejército Freddy Berzatti. Cada lunes a las 7 de la mañana, Morales se reúne con el Alto Mando militar, que en muchos sentidos actúa como cualquier corporación sindical en término de reclamos gremiales.
La política gubernamental fomenta un reequipamiento de las Fuerzas Armadas, cuyo material bélico no se renueva desde los años setenta (bajo la dictadura de Hugo Banzer), y para ello se negoció un crédito de más de 100 millones de dólares con la Federación Rusa, para compra de armas, aviones y helicópteros; estos últimos para la lucha antinarcotráfico. La política de enjuiciamiento a militares de la época dictatorial no es un eje del “proceso de cambio”. Pese a que la Fiscalía exigió a las FF.AA. la entrega de los archivos de los ochenta para tratar de ubicar los restos de varios desaparecidos, entre ellos el ex diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, y el Gobierno sostiene retóricamente que debe investigarse la represión ilegal, el vicepresidente García Linera defendió la versión de que “no hay nada en los archivos” y Morales ha señalado que las FF.AA. no fueron las verdaderas responsables sino la derecha y el imperialismo, por lo que los familiares de detenidos desaparecidos cuestionan la escasa firmeza oficial sobre el asunto.
En gran medida, es posible sostener que los éxitos de Evo Morales y el MAS frente al MIP de Felipe Quispe puede leerse como un triunfo de la visión campesinista/mestiza/nacional de los campesinos cochabambinos frente al localismo identitario de los comunarios del Altiplano, centrado à la limite en el nacionalismo (secesionista) aymara.
Pero, adicionalmente, la apuesta a la perspectiva plebeya puede aparecer, al mismo tiempo, tanto más productiva como menos “tranquilizadora” (que la perspectiva comunitarista) en términos de la ambivalencia implícita en relación a la democracia, la igualdad, las ilusiones desarrollistas y la construcción de nuevas instituciones que den base estatal a las perspectivas emancipadoras que anidan en las luchas recientes. Las economías familiares (urbanas y rurales) constituyen la base del MAS, que bien podría ser descripto como un partido de pequeños productores, que a menudo viven en los límites de la legalidad (en el complejo universo de la economía informal o cocalera), conformando un sujeto político social que al tiempo de reclamar la intervención redistributiva del Estado (su cara “simpática”) y buscar acceder a un empleo público, rechaza su cara “fea”: el Estado regulador (que, por ejemplo, imponga la tributación universal o el respeto a los derechos laborales). Es por ello que el discurso socialista o anticapitalista resulta bastante retórico y que el nacionalismo popular (precisamente por sus flexibles marcos ideológicos) constituya hoy la mayor fuente de legitimidad y apoyo social y electoral del gobierno de Evo Morales. Un nacionalismo capaz de representar a esta Bolivia en tiempo heterogéneo, a la que los sucesivos esfuerzos desarrollistas (liberales o nacionalistas) no lograron incluir en el “tiempo vacío” del capitalismo.
La autorepresentación como mito fundacional
Como hemos señalado, la “autorrepresentación” constituye la huella genética del MAS. No obstante, el continuo crecimiento masista y la posibilidad de sus candidatos de acceder a los puestos postulados y, crecientemente, el empleo público se ha transformado en el “pegamento” de la unidad interna y en un fuerte incentivo para el ingreso al hoy partido de Gobierno. Como hemos planteado en otro trabajo , las oleadas de militantes hacia el MAS se verifican en mayor medida antes de los procesos electorales que en momentos de rebeliones sociales, donde las luchas se emprenden desde sindicatos, juntas de vecinos, ayllus, y otras “organizaciones sociales”. La militancia en el MAS no está vinculada, en el imaginario popular, a “las luchas” sino a las pegas (empleos en el Estado), y a menudo –entre los propios simpatizantes del proceso de cambio— el MAS es considerado un partido de peguistas.
En la campaña electoral de 2005, en medio de huelgas de hambre para obtener candidaturas que habían caído en manos de los aliados del Movimiento sin Miedo, Evo Morales decidió que quien se declarara en huelga de hambre sería inmediatamente expulsado del partido, lo que frenó las protestas internas. En 2007, García Linera desató una fuerte reacción de los militantes del MAS al reclamar que el Estado necesita “compañeros comprometidos pero compañeros que sepan”: los militantes masistas respondieron con cánticos como “somos capaces” o, simplemente, acusaron de racista al Vicepresidente.
Ya en 2009 se tomó la curiosa decisión de que “los militantes del MAS no pueden ser candidatos”. Además, el vicepresidente García Linera precisó en una entrevista que “En abril del mismo año, se expulsó a quienes querían continuar con el viejo hábito de la militancia como acceso a un cargo público [la dirigente cruceña y hoy diputada opositora Adriana Gil]” –señaló el vicepresidente García Linera en una entrevista en 2009. Y agregó que “A partir de ese momento, el propio presidente no solo que ha puesto en pie una ética política de la gestión pública como servicio, sino que además ha sido clarísimo que los compañeros que reinscriben como militantes del MAS no deben esperar formar parte de las estructuras administrativas del Estado y que, por el contrario, deben esforzarse por fortalecer la estructura organizativa e ideológica del partido”. En realidad, los considerados “militantes masistas” son los militantes urbanos que no forman parte de organizaciones sociales y que suelen ser considerados popularmente como buscapegas. Como ha observado Do Alto en una etnografía de dos años en el barrio paceño de Pasakeri, casi la totalidad del tiempo de las reuniones partidarias se dedica a concebir estrategias para conseguir empleos estatales.
¿Pero hasta qué punto funciona la autorrepresentación en la selección de candidatos al interior del MAS? En líneas generales, las lógicas de selección de los postulantes buscan lograr un equilibrio corporativo/gremial y territorial, para lo cual, a menudo, se utiliza la lógica de la rotación. El objetivo e máxima en palabras de Evo Morales, es que cada organización tenga su candidato. Pero esto no siempre es fácil de conseguir, y el Presidente boliviano es el árbitro en última instancia que, mediante su liderazgo carismático, logra que este complejo e inestable tinglado, basado más en usos y costumbres bastante informales que en reglas institucionales claras (más allá de los propios estatutos partidarios) se mantenga en pie. Hasta ahora, este “carisma situacional” fue efectivo para mantener unido al partido y marginalizar a los disidentes y, como señala el dirigente universitario César Escóbar, la clave es que “Evo toma las decisiones pero, como es hábil, hace que parezca como si otros las hubieran tomado” . Y hay que hacer notar aquí que este tipo rotación (“ahora nos toca a nosotros”) de la que Evo Morales está excluido no es la repetición tout court de la rotación de cargos en la comunidad: si en esta última, ser autoridad suele aparecer –al menos en teoría como una carga, y como el momento de la redistribución (mediante la organización de las fiestas)– no ocurre lo mismo con alcaldías o diputaciones, que son percibidas claramente como espacios de ascenso social económico y simbólico (incluyendo la mudanza a la gran ciudad).
Esta democracia corporativa es intrínsicamente inestable. Un buen ejemplo son los Yungas de La Paz, donde el esquema de elección de candidatos se basa en la rotación entre Nor Yungas, Sud Yungas e Inquisivi. Allí bastó para que esta última región –a la que “le tocaba” la candidatura a la diputación uninominal por la circunscripción 20 en 2009- presentara a un minero para que el sistema entrara en crisis, ya que se apartaba del acuerdo implícito de que “la C. 20 es cocalera”. A menudo, la mezcla de maniobras de los dirigentes intermedios, diversas “vivezas criollas” para manipular las asambleas y las redes clientelares al interior de los sindicatos y del MAS hace que muchos queden disconformes con la elección y que las quejas sobre imposición de candidatos no elegidos por las bases abunden. Y en varios análisis se menciona que en el MAS se habría perdido la democracia basista de sus orígenes . Uno de los representantes de estas críticas es Oscar Olivera, ex dirigente de la Coordinadora del Agua y la Vida, quien, como otros “desplazados” suele hablar de la “confiscación del instrumento por el MAS” (una diferencia que no deja de ser simbólica) y que no se respeta la decisión de las bases.
Pero más allá de los juicios normativos, la dinámica interna del MAS obedece a ciertas lógicas, que no justifican pero sí explican los “dedazos” presidenciales. Al funcionar mediante adhesiones no programáticas sino corporativas/gremiales, el debate político—ideológico se debilita sensiblemente al interior del MAS. Pero hay una cuestión adicional: la democracia sindical/comunitaria que predomina en el partido de Gobierno es utilizada para seleccionar candidatos que luego competirán en un mercado electoral “liberal” sujeto a una serie de reglas propias, donde la adhesión a los candidatos no es corporativa sino ciudadana, al menos para gran parte del electorado, especialmente urbano. Entonces: ¿qué pasa cuando “las bases” eligen a candidatos que –en virtud de los estudios y encuestas previas- carecen de posibilidades de ganar en sus distritos?
Esa tensión predominó, por ejemplo, en el oriente boliviano, donde el MAS compitió con invitados, en muchos casos ex dirigentes de partidos tradicionales, para poder ganar esos territorios hostiles y “fortalecer el proceso de cambio” en el ámbito nacional. Un caso extremo es Pando, donde fuentes de la campaña electoral de 2009, señalaron que “la instrucción de Evo Morales es que los candidatos no fueran del MAS”.
El Presidente boliviano tiene una visión menos idealizada de las bases (y de sus motivaciones políticas) que muchos análisis intelectuales, lo que introduce una discusión sobre las formas institucionales que debería asumir la “democracia directa”, en el contexto de un Estado corporativo/rentista. Y lo mismo ocurre a la hora de pensar a la actual administración como el “Gobierno de los movimientos sociales”.
La apuesta original de nombrar a los funcionarios bajo consulta con las organizaciones sociales se desvirtuó al conocerse que algunos dirigentes vendieron “avales” en varias oportunidades, a lo que se suma el bajo desempeño de varios ministros puestos en sus cargos por “las bases”, que mostraron escasa capacidad de gestión y/o un exagerado apego corporativo . En ese marco, se observa una vuelta silenciosa a cierta lógica “legal-racional” weberiana —con los límites que tal lógica de gestión estatal encuentra históricamente en Bolivia— en detrimento del movimientismo social y el “cogobierno” con las organizaciones está relegado a algunos viceministerios, como Coca —en permanente conflicto—, Defensa Social (control del narcotráfico) o Microempresa. Contrariamente, el área económica del gabinete fue “blindada” y su acceso fue vedado a las organizaciones sociales. Un ejemplo adicional de las tensiones existentes entre el mando-obediencia estatal y la acción colectiva sindical es la declaración de ilegalidad sobre casi todas las huelgas en la era Evo, especialmente médicos y maestros (considerados sectores privilegiados por los campesinos), al tiempo que se descontaron los días no trabajados. Todo lo cual no impide que Evo Morales siga presidiendo la Coordinadora de las Seis Federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba, lo que al igual que la presencia en cargos estatales de varios líderes sindicales, deja en evidencia un doble movimiento: la penetración del Estado por las organizaciones sociales y la “estatización” —real o potencial— de sindicatos y otros “movimientos sociales”.
¿Socialismo comunitario?
Posiblemente por las transformaciones socioculturales operadas en Bolivia en las últimas décadas, las lecturas “socialistas comunitarias” –sustentadas en gran medida en la Carta de Marx a Vera Zasúlich – no resultaron muy productivas políticamente, como lo reconoce en una entrevista el actual Vicepresidente al defender la perspectiva del “capitalismo andino” . En una entrevista en 2008, García Linera se distanció de cierta nueva izquierda romántica, y de formulaciones aún muy incipientes del socialismo del siglo XXI , para definir un proyecto viable. Vale la pena citarlo en toda su extensión:
“Creo que el concepto de capitalismo andino—amazónico ha resistido su prueba de fuego y lo considero un concepto teóricamente honesto y comprensivo de lo que puede hacerse hoy. No le hace concesiones a los radicalismos idealistas con los que se ha querido leer el proceso actual, estilo James Petras, porque interpreta la posibilidad de las trasformaciones en Bolivia no a partir del deseo ni de la sola voluntad. El socialismo no se construye por decreto ni por deseo, se construye por el movimiento real de la sociedad. Y lo que ahora está pasando en Bolivia es un desarrollo particular en el ámbito de un desarrollo general del capitalismo. Bolivia es capitalista en el sentido marxista del término, aunque no plenamente capitalista y esa es su virtud. A esa particularidad del capitalismo local que combina procesos de subsunción formal y subsunción real lo hemos llamado capitalismo andino—amazónico. Puede ser frustrante para las lecturas idealistas pero creo que es un concepto honesto intelectualmente, que ha resistido el debate y la realidad. No es que sea lo que uno quiere, nuestro objetivo, lo que decimos es que las posibilidades de transformación y emancipación de la sociedad boliviana apuntan a esto. A reequilibrar a las formas económicas no capitalistas con las capitalistas, a la potenciación de esas formas no capitalistas para que, con el tiempo, vayan generando procesos de mayor comunitarización que habiliten pensar en un poscapitalismo. El posneoliberalismo es una forma de capitalismo, pero creemos que contiene un conjunto de fuerzas y de estructuras sociales que, con el tiempo, podrían devenir en poscapitalistas” .
Esas aseveraciones se basaban en una constatación anterior, que aún genera diferencias políticas/ideológicas entre García Linera y miembros más “comunitaristas” del colectivo Comuna, como el actual viceministro de Planificación estratégica Raúl Prada Alcoreza, quien, de todos modos, se mueve en un plano infinitamente más abstracto.
“Recuerdo que, desde 2002, vamos teniendo una lectura mucho más clara y hablamos del carácter de la revolución, como democrática y descolonizadora. Y dijimos: no vemos aún comunismo. Por doctrina, la posibilidad del comunismo la vimos en un fuerte movimiento obrero autoorganizado, que hoy no existe, y que, en todo caso, podrá volver a emerger en 20 0 30 años. En los años ‘90 se produjo una reconfiguración total de la condición obrera que desorganizó todo lo anterior y dejó micro núcleos dispersos y fragmentados de identidad y de capacidad autoorganizativa. En el mundo campesino indígena vimos la enorme vitalidad en términos de transformación política, de conquistas de igualdad, pero la enorme limitación y la ausencia de posibilidades de formas comunitaristas de gestión y producción de la riqueza. Eso lo comenzamos a observar con el tema del agua en Cochabamba en 2000 y, más tarde, en 2003, con las dificultades para el abastecimiento de garrafas en El Alto”.
Finalmente, el segundo mandatario de Bolivia, intelectual e ideológicamente muy incidente en el proceso actual, se distancia de ciertas visiones pachamámicas/poscoloniales que apuestan a una cosmovisión otra, diferenciada de la modernidad capitalista:
“Aquí yo sería un poco duro. Hay una lectura romántica y esencialista de ciertos indigenistas. Estas visiones de un mundo indígena con su propia cosmovisión, radicalmente opuesta a occidente, es típica de indigenistas de último momento o fuertemente vinculados a ONGs, lo cual no quita que existan lógicas organizativas, económicas y políticas diferenciadas. En el fondo, todos quieren ser modernos. Los sublevados de Felipe Quispe, en 2000, pedían tractores e Internet. Esto no implica el abandono a sus lógicas organizativas, y se ve en las prácticas económicas indígenas. El desarrollo empresarial indígena tiene una lógica muy flexible. Le apuesta a la acumulación pero nunca lo arriesga todo en la acumulación. Primero trabajo solo, con mi entorno familiar, núcleo básico último e irreductible, me va bien, contrato personas y sigo trabajando, me va muy bien, contrato más personas y dejo de trabajar. Me va mal, vuelvo al segundo piso, me va muy mal, vuelvo al mundo familiar donde soporto todo. Nunca se acaba de romper con la lógica familiar… Quieren modernizarse pero lo hacen a su manera. Pueden exportar, globalizarse, pero el núcleo familiar sigue siendo la reserva última, que es capaz de sobrevivir a pan y agua. Cuando crece la actividad económica a 10, 15 trabajadores, en lugar de avanzar a 30 o 40, 50, paran, surge otra empresita, del hijo, del cuñado, hay una lógica de no apostarle nunca a una sola cosa. Es distinto a una acumulación más racional weberiana, con economías de escala, más innovación tecnológica. En este caso, la familia nunca es el sustento último de la actividad productiva, es un sustento de los vínculos, de las redes, de mercados, de lógicas matrimoniales… Hay una lógica propia del mundo indígena pero no es una lógica antagonizada, separada, con la lógica ‘occidental’. Quienes han participado de los últimos movimientos fácilmente se dan cuenta de eso .
Con todo, Evo Morales convirtió recientemente a esta formulación a geometría variable (los esfuerzos por definir “socialismo comunitario” dan lugar a una suerte de keynesianismo multicultural) en una suerte de “ideología oficial” del proceso de cambio. Pero ello no quita que, no obstante, el actual proceso de cambio haya reactivado los principales significantes del Estado del 52: Estado fuerte benefactor—productivo, movilidad social popular, integración física del país, alianza de clases – aunque no se utilice ese término de los 5: (el pueblo, los militares nacionalistas, y los empresarios patriotas) y fuertes ilusiones desarrollistas, junto con dosis moderadas de multiculturalidad, junto a escenificaciones tácticas de la etnicidad como las mencionadas ceremonias de toma de posesión de Evo Morales en Tiwanaku, cargadas de unos tintes new age bastante externos al movimiento indígena realmente existente, aunque útiles para plasmar la reversión de estigmas que vive Bolivia. Quizás por ello, la nueva reforma educativa descolonizadora (proyecto de ley Avelino Siñani-Elizardo Pérez) no pasa de una serie de generalidades y buenas intenciones (educación única y diversa, unidad en la diversidad, etc.) no carentes de contradicciones y ambigüedades. El neoliberalismo de los 90, como ya indicamos, integró el pluriculturalismo en la educación, lo que reduce notablemente la creatividad pedagógica para hacer una verdadera “revolución educativa”.
En realidad, las diferencias en relación con los años cincuenta parecen verificarse antes en un registro eminentemente político/sociológico (los indígenas ocupando cargos claves en el Estado, en una progresiva descolonización de facto), que estrictamente ideológico, donde se perciben notables continuidades, al menos en cuanto al modelo económico y ciertas lógicas políticas nacionalistas, especialmente la división del espacio político entre la nación y la antinación, lo que resultó muy productivo a la hora de derrotar al movimiento autonomista/desestabilizador liderado por la élite agroindustrial de Santa Cruz.
Es la nueva Constitución el eje del nuevo Estado plurinacional (plena de derechos individuales y colectivos, reconocimiento de “usos y costumbres originarias”, incluyendo la justicia comunitaria y las autonomías indígenas). No obstante, las rupturas producidas por la nueva Carta Magna conviven con fuertes inercias en la cultura política nacional, caracterizada por una mentalidad rentista que ve en el Estado –como ocurre desde el siglo XIX– uno de los pocos espacios de ascenso social. Y a menudo, el MAS es percibido –aún más después de la reelección de Evo Morales con el 64 por ciento de los votos en diciembre de 2009– como una vía de acceso al Estado, más que como un partido de transformación del orden social. Ello explica parte de su éxito para articular a diferentes sectores populares y clases medias, mediante una lógica de equilibrios corporativos/territoriales que sin duda responde a una serie de dinámicas (inercias) “comunitarias” –incluyendo el rol de la asamblea como mecanismo de elección de candidatos– pero muy articuladas a la colonial, republicana y ahora plurinacional percepción “rentista” del Estado, como una suerte de Estado mágico . En verdad, hoy ningún sector política ni socialmente relevante levante estandartes socialistas en su sentido clásico y el anticapitalismo suele confundirse con una crítica al neoliberalismo (reducción del Estado) de los 90. Y no seda de ser llamativo que cuando el vicepresidente García Linera anunció en una entrevista –que en la práctica fue una suerte de clase universitaria— por el canal estatal que el objetivo del gobierno era el socialismo comunitario, las reacciones, a izquierda y a derecha fueron casi inexistentes. Todo lo cual pone de relieve que la interpretación más corrientes del socialismo es el posneoliberalismo, idea fuerza que sin duda constituye en núcleo duro de la legitimidad oficial y la única vía realista de avance hacia un nuevo modelo económico—social—institucional.
Empero, la idea de un proceso refundacional sin entronque histórico tiene cierto auditorio y es funcional a las lecturas binarias, incapaces de reconocer a anteriores procesos de cambio político y social (siempre caracterizados como liberales/neocoloniales) en tanto condiciones de posibilidad de las reformas actuales, como si la historicidad indígena/popular hubiera quedado suspendida desde Túpac Kakari hasta el triunfo electoral de Evo Morales, cuando el gigante dormido despertó, al fin, de su largo sueño.
Como hemos visto a lo largo del recorrido por las ideas sobre lo indio y la etnicidad a lo largo del siglo XX, antes y ahora, las fuentes del indigenismo y del indianismo son generalmente “occidentales” y, como ya hemos visto, su incidencia al interior de Bolivia depende de una serie de condiciones, soportes institucionales y relaciones de fuerza ideológicas a nivel internacional.
Para decirlo de otro modo, los actores intervinientes en la constante recreación de la etnicidad son múltiples y variados. Desde sindicatos campesinos –que “cogobiernan” desde posiciones fuertemente corporativas con el Poder Ejecutivo–, una intelectualidad aymara, formada en Bolivia y en el exterior, y vinculada a un discurso etnicista “global”; hasta ONGs bolivianas y europeas, la cooperación internacional e instituciones internacionales como el Fondo Indígena de la ONU, constituyen un complejo entramado que incide en la actual construcción de la etnicidad y de la propia idea de nación, incluyendo a quienes dan por superado al Estado nacional como espacio para las transformaciones sociopolíticas.
Al final, como recuerda Silvia Rivera, muchos de los discursos descolonizadores provienen del “centro”, marcados por “una versión logocéntrica y nominalista de la descolonización. Neologismos como ‘de—colonial’, ‘transmodernidad’, ‘eco—si—mía’ [en vez de eco—no—mía] proliferan y enredan el lenguaje, dejando paralogizados a sus objetos de estudio –los pueblos indígenas y afrodescendientes– con quienes creen dialogar”. Como ha señalado Pedro Portugal, director del periódico indianista Pukara (cercano a Felipe Quispe), “las rupturas descolonizadoras se iniciarán siempre como una toma de identidad. Ese reasumir una identidad es drástico, radical. Se acentúa un retorno al origen; se exalta el pasado; se ensalza, incluso, el color de la piel discriminada. Pero todo esto es solamente un episodio inicial en la descolonización. Constatar las diferencias y enorgullecerse de lo que antes uno se avergonzaba, es el preámbulo que predispone al combate político y social, el único que conquista derechos y que logra victorias” . Pero, como también enfatiza Portugal, esa etapa debe ser superada para lograr el acceso al poder, y en ese tránsito el considerar al indígena “sinónimo de cosmovisión diferente, de universo cultural exótico, curioso y delicado que puede salvar a la humanidad”, termina siendo contraproducente. Además de desviar la reflexión teórica y política de muchos cuadros e intelectuales indígenas, terminan por alejar a los indígenas (previamente exotizados) del ejercicio efectivo del poder.