Dante N. Pino Archondo
Como si a estas alturas del proceso importara si lo dijo o no. La realidad, esa que, Lenin calificó de “testaruda”, está gritando su verdad. El modelo cubano de producción, se cayó hace mucho tiempo. La razón es tan simple que ya fue explicada allá por la década de los ochenta, cuando un muro se derrumbó, enseñando que la economía no puede estar en manos de unos cuantos, que deciden por todos el qué, cómo y para quien se produce.
Ese Estado que todo lo puede, nunca existió. Nos enseñan que lo básico para entender porqué la producción de bienes y servicios, es limitada, es porque los recursos son escasos y que su transformación para satisfacer las necesidades requiere de un uso eficiente de los factores de producción.
Esto qué, es tan simple y básico en el estudio de la economía, nunca pudo comprender el Comandante, al punto que llegó a nombrar al Che Guevara Ministro de Economía y luego a cualquiera, que siguiera la receta del “todo el poder en mis manos”. Al final no existe incentivo alguno para hacer las cosas más y mejor, ¿para que esforzarse por hacer las cosas bien si al final vas a recibir lo mismo que aquel que habla todo el día de la revolución pero que no trabaja?
Y en este punto está toda la explicación de esa pobreza agigantada en nombre de los pobres. El pueblo demanda bienes y servicios, el Estado no tiene capacidad para satisfacer esa demanda, y además es tremendamente ineficiente.
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Lo triste es que, cada vez, que la economía se achica, la represión para contener el descontento se agranda y los mecanismos que se ofician tienen que contar con la centralización de todos los poderes en una sola mano. Es cuando la libertad se hace añicos y la soledad tiene una sombra muy grande.
En su locura por dominar todo y decidir cada día por todos, la urgencia de adquirir armamento postergando el alimento se convierte en una pesadilla que no logra corresponderse con el discurso de la igualdad y de la justicia social.
Es cuando la protesta toma la forma de huelga de hambre. Hambre que es real y que adquiere una simbología de enormes dimensiones. Ante ella, el todopoderoso del Estado tiembla. Pero no se compadece, porque la compasión puede demostrar su debilidad, su fracaso, por eso decide que mueran y los acusa de contra-revolucionarios, ocultando su miedo en el gesto que trata de disminuir el impacto de la rebeldía.
Que importa si lo dijo o no, cuando la libertad encerrada en su propio nombre está pidiendo que se acabe la dictadura, esa que nunca fue del proletariado, porque nunca pudo lograr, la economía socialista, que se formara un mínimo ejercito de proletarios.
Bolivia en la mira