Las elecciones peruanas


Juan Claudio Lechín

Juan-Claudio-Lechin-Weise---Foto Comparativamente con Venezuela y Bolivia, las elecciones municipales peruanas tienen la virtud de ser democráticas. Ninguna facción está apoyada descaradamente por un caudillo absolutista que hace campaña utilizando fondos públicos y controlando a la corte electoral, ni nadie quiere eliminar totalmente al contendor.

Parecería un reconocimiento infantil y obvio de la democracia peruana, como obvio es tener dos piernas hasta que una falla. Ahí se comprende la poca obviedad que significa estar sano y la necesidad de mantener la salud que en el caso del sistema político consiste en darle mayor eficacia a la democracia.



Concordemos que la ambición de los candidatos es un requisito del empleo, como standard es prometer (mentir) pues de otra manera no se tiene el menor chance. Así lo asegura un experto venezolano del marketing político. Aunque la tendencia, con la maduración del sistema, es penalizar a los falsos prometedores. Parte integrante de estos “engaños lícitos” es que cada candidato encarne grandes valores como la moral, la familia, la justicia, etcétera.

La corrupción es cosa complicada y merece un tratamiento complejo y no respuestas sicarias (¡muerte a la corrupción!), o beatas (¡somos los éticos!) o leyes sin aplicabilidad.

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Existen, entonces, atributos políticos que criticamos por deporte, como la ambición y la mentira; otros de fondo como la corrupción que resolvemos con clichés pero hay otros que podemos combatir exitosamente. Uno es el pernicioso concepto del carisma político.

Comencemos diciendo que el carisma es el disfrute retórico de uno mismo, y por tanto tiene que ver más con la egolatría que con el servicio. Mientras necesitamos gobernantes eficaces, votamos por carismáticos. La empresa privada jamás cometería este desacierto al nombrar gerentes. Los busca estudiados y capaces, ante todo.

Otro elemento de reciente contundencia política es pertenecer a razas y culturas ancestrales que más que una verdadera reivindicación histórica me parece una astucia que concede un amo a un siervo para canibalizarlo. Finalmente está el rico que cuenta con inagotables fondos para su campaña. Evidentemente, no se puede cerrar el sistema a los carismáticos, ni a culturas ancestrales ni a los ricos como tampoco a la ambición pues caeríamos en otra forma de absolutismo. Pero sí se les puede exigir a cada uno de estos atributos que sean eficaces en la gestión pública, pues el más perjudicado con la ineficacia administrativa es el pueblo y no las élites.

En una futura sociedad democrática solo los graduados de una Escuela Municipal (que se debe construir), podrán lanzarse como alcaldes luego de años de tesonero estudio; y solo los graduados de la Escuela Nacional de Estado podrán aspirar a las magistraturas nacionales. La variopinta composición racial del país reclamará que los alumnos sean también variopintos. Si no podemos controlar la moral, la corrupción y la retórica de los políticos (por ahora), debemos garantizar su eficacia, previniendo con ello que poco a poco aumente el desaliento del pueblo por la democracia y un día venga el lobo y ¡zás!, nos coma la patita, chacabun chacabum, cabum chacabum.

El Comercio – Lima