Luto en las minas


Exclusivo. Mientras el mundo se conmueve con el encierro de 33 mineros en Chile, en Bolivia se sufre en silencio la inseguridad en los socavones. Este año han muerto 12 en el Cerro Rico

image Riesgo. Un fotógrafo y un periodista de EL DEBER ingresaron en el interior del Cerro Rico y a otros socavones potosinos. Allí registraron los problemas de seguridad que enfrentan mineros como el de esta gráfica



El Debe. Roberto Navia Gabriel

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Dentro del Cerro Rico  pasan cosas difíciles de creer:  se respira un aire caliente y duro, saturado de sílice; y por las paredes de los socavones brotan corrientes de agua que luego, cuando topan el suelo, se convierten en un lodo plomo y frío. 

En las entrañas de ese yacimiento de estaño, plata y zinc, cada día hay por lo menos 300 detonaciones de dinamita que sacuden ese ‘hormiguero’, en el que se ha convertido la mina a lo largo de más de 500 años de explotación. En esa catedral de la minería internacional existen 112 bocas por donde ingresan cada día 10.000 hombres que no saben si saldrán enteros, vivos, o muertos.

No es exagerar. El propio presidente de la Federación de Cooperativas Mineras de Potosí (Fedecomin), Julio Quiñones, desenfunda un dato duro: en lo que va del año hubo 350 accidentes en el interior y exterior de la mina, y 12 trabajadores perdieron la vida. La culpa, dice, la tienen varios factores: la humedad del terreno hace que las rocas se caigan y las estructuras añejas se desplomen, la carga de minerales sepulta a los que están en la zona de impacto, la dinamita detona antes o después de tiempo y los gases tóxicos aprisionados en un lugar escaso de ventilación asfixian y matan.  “Muchas veces no podemos rescatar a los accidentados. La minería en Bolivia está retrasada”, dice Quiñones, que lamenta que la actividad que tanto dinero ha dado a Bolivia y al mundo (se habla de 20.000 toneladas de plata) siga operando como hace 500 años, cuando llegaron los españoles.

Aquí no es como en Chile, dice, refiriéndose al plan de rescate para salvar a los 33 hombres que quedaron atrapados a 700 metros bajo tierra en la mina San José, de Copiapó.
Quiñones se refiere a que, por lo menos en el Cerro Rico, no existen accesos para meter aire natural al interior de la mina y hay deficiencias para introducirlo artificialmente, puesto que no hay suficiente diésel para hacer funcionar las compresoras.

El dirigente dijo que la lista de las personas fallecidas está en poder la Policía, dado que se encuentran, por cuestiones legales, en etapa de investigación. “Sobre los 350 accidentados no hay ningún informe, puesto que se trata de lesiones que ocurren a menudo y que ya son parte de una actividad a la que los mineros se dedican sabiendo que no es seguro volver a casa”. 

En la empresa minera Huanuni trabajan 5.000 personas. Ahí, fueron bajando los índices de accidentes desde que en 2006 se fusionaron los cooperativistas con los asalariados de la Comibol después de que ambos sectores se enfrentaron a dinamitazos por la disputa de un área de explotación del cerro Posokoni. Pese a los esfuerzos se registran sucesos que van desde los accidentes leves hasta los letales.

En el Sindicato de Trabajadores de la Mina de Huanuni informaron de que uno de los principales problemas es que no existe ventilación para expulsar los gases tóxicos. Ejecutivos del sindicato también afirmaron que hay sectores donde están agotadas las estructuras que soportan el peso de las rocas y los sacudones de los explosivos.

En la mina del cerro Posokoni, al igual que en el Cerro Rico, no existen las suficientes chimeneas de ventilación natural. Pero hay algunas esperanzas de mejores días. Miguel Zubieta, minero de 54 años y miembro del Sindicato de Trabajadores de Huanuni, dijo que para el próximo año está prevista la compra de un equipo de perforación moderno conocido como Raise Borer, similar al que está utilizando el Gobierno chileno para rescatar a los 33 hombres atrapados en el subsuelo. “Este equipo, que cuesta $us 1,7 millones, nos servirá para hacer excavación de chimeneas para llegar con aire fresco hasta los 320 metros debajo de la superficie y donde el aire es un bien escaso. La maquinaria también servirá para salvar posibles tragedias, como la ocurrida en Chile”, anticipó este minero que tiene tres hijos y también soportó tres accidentes dentro de los túneles. 

Zubieta y otros miembros del sindicato minero de Huanuni señalaron que a comienzos de año casi semanalmente había accidentes mortales y que hasta la fecha por lo menos diez mineros nunca más llegaron a casa.

Eugarte Choqueyate Quispe, inspector de seguridad industrial, pone paños fríos a las cifras rojas. “Cada vez hay menos accidentes. Estamos trabajando para que, a pesar de tener limitaciones técnicas y operativas, las desgracias disminuyan. Yo he visto morir a varios compañeros. Es algo muy feo”, dice Choqueyate que está en las mismas entrañas del Posokoni dando instrucciones sobre seguridad física.
Ahí adentro, otros mineros le rinden culto al Tío -el diablo tutelar que habita en el interior de los socavones- y al que le suplican que les conceda el filón más rico de estaño y los proteja también de las enfermedades y los peligros.  

Miguel Ángel Mamani, secretario de la Central Obrera Departamental de Potosí, es de los que cree que no todas las fatalidades ocurridas en las entrañas de las minas salen a la luz y que muchas muertes son ocultadas, puesto que algunos familiares de desaparecidos prefieren evitar líos con los dirigentes de las cooperativas.“Muchas personas llegan del campo y son recibidas en las minas alejadas de las leyes laborales”, indica. Julio Quiñones, de Fencomin, dice lo contrario y asegura que todas las tragedias son dadas a conocer a la Policía. 
Pero la alerta no sólo está puesta en los bronquios del centro minero de Potosí. “El Cerro Rico se está derrumbando.

En su superficie hay 200 hundimientos, lo que pone en riesgo la vida de quienes trabajan adentro”, denunció el presidente del Comité Cívico Potosinista,  Celestino Condori.

El ejecutivo de la COD también ha salido al paso señalando que desde los 4.400 metros hasta la cima del Cerro Rico que llega a los 4.780, existen hundimientos y que se deben tomar medidas urgentes para evitar una catástrofe mayúscula. 

El Gobierno ya se ha pronunciado. En la reunión que sostuvieron el pasado jueves los ministros de Culturas, Zulma Yugar, y de Minería, José Pimentel, con autoridades cívicas y políticas de Potosí, firmaron un acuerdo en el que se establece que el 16 del presente licitarán los estudios topográficos y geofísicos para tener una visión real del estado del Cerro Rico y, en función a ello, definir las acciones de preservación, a las que todos los que trabajan en el yacimiento deben someterse.
Pero mientras llegue ese estudio, los mineros tienen una certeza: saben cuándo entrarán a los túneles en busca de vetas de minerales, pero desconocen si saldrán enteros, vivos, o muertos, porque allá adentro ocurren cosas difíciles de creer.

Las cifras  

1.900
Es la cantidad estimada de bocaminas que existen en el Cerro Rico desde la época de la colonia. De esa cantidad, 112 están siendo utilizadas en estos momentos.

3.500 t
Es la cantidad de roca que los mineros  extraen desde el Cerro Rico cada día y que luego se la procesa para obtener estaño, zinc y plata, los minerales apetecidos en mercados externos.

350
Sería el número de mujeres que enviudaron desde el 2006 en Huanuni. Sus esposos fallecieron en accidentes dentro y fuera de los yacimientos y a causa de enfermedades pulmonares.

48
Son las cooperativas afiliadas a la Federación de Cooperativas Mineras de Potosí. En todo el departamento existen aproximadamente 23.000  personas que extraen minerales.

Un ‘queso suizo’ que sigue dando de comer
Socavones. Desde la cima del Cerro Rico se ven las perforaciones que tiene esta mina en su superficie. Mujeres tomaron la posta de sus maridos muertos. La vida de quienes protegen los minerales

image Potosí. Dos mujeres payiris hacen un alto en su labor. Dejan las piedras a un lado y se quedan mirando su ciudad

El Deber. Roberto Navia Gabriel

Desde afuera, el Cerro Rico parece una tierra lunar y un queso suizo con cráteres de diferentes tamaños. Por dentro, se asemeja a un cascarón con más de 90 km de túneles, o a un hormiguero por donde cada día 10.000 mineros le extraen 3.500 toneladas de piedras untadas con minerales que siguen apareciendo por más que hayan pasado 500 años desde la primera penetración en sus entrañas. 
Adentro y afuera la actividad no cesa. Tras poner el primer pie en la cresta del mayor orgullo potosino se abre ante los ojos un agujero parecido a esos que se ven en los programas de televisión sobre el universo.  “Este coloso de la humanidad se nos está hundiendo”, advierte el presidente del Comité Cívico Potosinista, Celestino Condori, que el pasado martes acompañó al equipo de EL DEBER a evidenciar las huellas de una incesante actividad que no para desde 1545.
El camino angosto y desportillado, por donde circulan motorizados a marcha lenta no llega hasta la cima. Termina 200 metros antes de su punto máximo (4.700 metros)  y desde ahí se debe caminar por una ruta empinada que bordea el precipicio.
A lo largo del trayecto se ve un defensivo de piedra cubierto por una malla olímpica de metal, como ésas que hay en las orillas de los ríos para evitar inundaciones. “Son para evitar que algún derrumbe caiga hasta las faldas del cerro”, dice un miembro de la Central Obrera Departamental de Potosí, que también acompaña. 
Muchos metros más abajo, en pleno cuerpo del Cerro Rico, se abren paso las bocaminas y afuera de ellas hay casitas de adobe donde vive una guardiana de las minas, que por lo general es alguna viuda que está ahí para impedir que los pillos de minerales osen meter sus manos en las vetas que los mineros han descubierto a dinamitazos.  En los bordes de los caminos, donde hay montículos de piedras pequeñas están las payiris. Muchas de ellas también son viudas que han tenido que tomar la posta de sus esposos y buscar la riqueza  que quedó prendida en las piedras que fueron desechadas en los ingenios mineros.  Basilia Mamani es una de ellas. El pasado miércoles estaba en un punto del Cerro Rico, junto a Dionisia Ramírez, también payiri. A las 15:00 hacían una pausa en su jornada, cubiertas por sombreros de tela que las protegían de un sol que a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, pica y muerde.
“Todas las que vivimos de este trabajo tenemos a nuestros maridos muertos”, dice una de ellas y se queda mirando lo que está debajo, una fila de casas y ese suelo café, sin plantas ni flores, por donde circulan personas que desde la altura en la que están ellas se las ve diminutas. Esos seres humanos que caminan despacio, son dueños de historias que develan a quien tenga la paciencia de escucharlos y el gusto de meterse unas hojas de coca a la boca. “La hoja nos protege de los gases tóxicos que hay en  las minas”, dicen.

   La jornada de un minero   

Cada minero imprime una rutina de acuerdo a sus costumbres y labores que desarrollan dentro o fuera de los yacimientos. Sin embargo, por lo general llega hasta las habitaciones de barro con techo de calamina que están a un costado de las bocaminas para acullicar las hojas de coca. Existe la creencia que ante la falta de barbijos para protegerse del polvo que reina en los túneles, la coca impide envenenarse. Después, se visten con overoles, se ponen el casco y preparan las dinamitas que harán detonar en las entrañas de la mina. En la tarde retornan y por el cerro se los ve caminar en fila rumbo a sus casas.

Historias

Pedro Coro
Villa Imperial
Yo ingreso a la mina a las nueve de la mañana. Al mediodía salgo y retorno a a las 13:30 y me quedo hasta las cinco. Ahí adentro uno no está pensando en accidentes. Yo tuve uno, leve, y lo cierto es que cada uno debe tener cuidado. El trabajo es duro y cuando llega el fin de semana ocurre que si ha encontrado buena cantidad de minerales, logra ganar algo para la familia.

Amalia Aro
Portera de mina Morena
Trabajo cuidando la mina. La protejo de día y de noche de los ladrones de minerales. Por ese trabajo gano 400 pesos, con ese dinero, y el de mi esposo, que es minero, crío a mis seis hijitos. Aquí vivo en un cuarto de barro que me dan los de la cooperativa que me contrataron. La vida es dura, el viento sopla y el calor también nos hace sufrir a veces.

Dionisia Ramírez
Payiri
Hace mucho tiempo que trabajo como payiri. Mi actividad consiste en golpear las piedras que fueron desechadas y evidenciar si les queda algo de mineral. Mi esposo se ha muerto. En la mina trabajaba y en la mina  ha muerto. Muchas de las que trabajamos aquí somos viudas. Los maridos se enfermaron o se accidentaron.

Freddy Cóndor
Minero de 19 años
Hace un año que soy minero. Ahora mi trabajo consiste en ingresar al interior de la mina y empujar, junto a mis dos hermanos, el vagón cargado de piedras. Esa rutina la repito durante 30 veces al día, es decir, entre entrar y salir del socavón recorro 60 veces la ruta, que tiene una distancia de 200 metros desde la bocamina hasta donde está la carga.