Manuel Malaver
Tanteo tres hipótesis para tratar de explicarme la sorprendente declaración de Fidel Castro, al periodista norteamericano, Jeffrey Goldberg, The Atlantic Monthly, en el sentido de que “el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”.
La primera es que, “regresado de la muerte” (como el mismo le confesó una semana antes a Carmen Lira, directora del diario La Jornada de México), algo o mucho de su razón se le quedó en “el más allá”, y ahora es un anciano que puede disparatar sobre lo que quiera, como un cuentacuentos que no puede evitar que de su maltrecho inconsciente fluyan sus pensamientos más oscuros, reprimidos y asfixiantes, y los suelta ahí, no para que nadie se preocupe por ellos, sino para que se entere del verdadero estado de su salud mental.
Creo en ese orden, que la manía que disfrutó durante el primer mes de su resurrección “de que el mundo estaría al borde de una guerra nuclear” promovida por Barack Obama, y ejecutada por Mahmoud Ahmadinejad y Benjamín Netanyahu (como si la “Guerra Fría” no fuera una desgracia del pasado y no existiera un mundo multipolar con la capacidad y disposición de evitarlo), así como su arrepentimiento por haberle insinuado a Jruschov en el fragor de la crisis de los cohetes que no se oponía a un holocausto mundial aunque la primera víctima fuera Cuba y ser el inspirador y factor de la hórrida represión de los homosexuales en la isla hasta fecha muy reciente, juegan a favor de este argumento o mea culpa.
No se me escapa, sin embargo, que de seguidas surgen como fuegos fatuos, señales intermitentes, luces que me inclinan a moverme en la dirección contraria, como puede ser la de que en Castro vagan aun briznas de racionalidad y las utiliza, tanto para el relanzamiento de su carrera política, como para revelar que “regresado de la muerte”, “del más allá”, se ha encontrado con una Cuba que pide a gritos un cambio en el liderazgo y en el modelo económico y político, y que la gerontocracia, no solo sea separada de los altos mandos. sino que se dedique “a un buen morir”.
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O sea, que como escribió ayer, Ana Julia Jatar, en un excelente artículo en El Nacional (¿Que quiere Fidel?), la frase tendría que verse como la puerta franca para una solución negociada del problema cubano, que empiece permisando los cambios capitalistas que viene implementando su hermano Raúl y el inicio de conversaciones con el gobierno de Barack Obama para regularizar de una vez por todas las relaciones Cuba- Estados Unidos.
Y liquidada la segunda, voy con la tercera, que es la que más comparto, y que no contradice básicamente la tesis de Ana Julia Jatar, sino que más bien la complementa, pero eso si, poniendo como principal destinatario extranjero de la frase, no a Barack Obama, sino a Hugo Chávez.
¿Y por qué a Hugo Chávez? Porque siendo el jefe de un estado rico a causa de su inserción en el mercado capitalista mundial vía sus exportaciones petroleras, se ha prestado a sustituir a la Unión Soviética en el subsidio que permitió durante casi 40 años que los Castro sobrevivieran, pero que justamente se derrumbó por ser socialista y comunista, y los Castro, quieren ahora hermanos y cofrades que los subsidien, pero no pobres, inmensamente pobres y mucho menos condenados a colapsar y derrumbarse.
De ahí que Castro sea tan enfático con el periodista de The Atlantic, no solo en sostener que “el modelo cubano no funciona”, sino, igualmente, en que “no funciona ni siquiera para los cubanos mismos”.
O sea, que cualquiera que se ponga a imitarlo, a replicarlo, debe entender que se dirige al fracaso, a la pobreza, al hambre, a la desigualdad y las injusticias más absolutas y extremas, a una versión del infierno que quizá visionó Castro durante el tiempo que estuvo en el “más allá” y a cuyas puertas no pudo dejar de leer el verso que estampó Dante en la “Divina Comedia”:
“!Los que entráis, dejad toda esperanza!”
Extraña y tardía compasividad en un ser humano tan impío que no debe explicarse por una suerte de solidaridad, afecto y simpatía por el pueblo venezolano, sino por el convencimiento de que, una Venezuela convertida por obra y gracia del fanatismo de Chávez en otra Cuba, concluiría con la teta de la vaca lechera responsable de que los hermanos Castro hayan llegado con su satrapía hasta hoy día (Carlos Alberto Montaner dixit)
En este orden, no hay duda de que ya Castro hizo sus cálculos: una Venezuela que ya da síntomas de escorarse hacía un naufragio que en menos de un año podría convertirla en la segunda economía en ruinas del continente (con su infraestructura en vías de destrucción, cero crecimiento en el 2010, inflación del 30 por ciento anual, la empresa petrolera estatal al borde del colapso con su producción en declive y una deuda de 20 mil millones dólares, y una deuda nacional que ya pasa los 100 mil millones de dólares) sería lo menos deseable para una Cuba que necesita del subsidio venezolano como una vez necesitó del soviético, y que de fallarle, ahora si significaría el fin.
De ahí que el mensaje subliminar del “modelo cubano no funciona”, es también: “Chávez déjate de loquear y olvídate del socialismo en cualquiera de sus versiones, para pobres y socialistas nosotros que llevamos más de medio siglo en este trajín; en cambio Venezuela, con sus enormes reservas de petróleo no tiene más remedio que depender e insertarse en la economía capitalista mundial, siendo un país capitalista más y ayudando a los pobres de Venezuela y del continente que tanto lo necesitan, pero de la única forma que puede hacerlo: siendo rica”.
De acuerdo a ello, creo que Castro no es tan optimista sobre el futuro de la apertura de Estados Unidos hacia Cuba y de Cuba hacia los Estados, pues no debe escapársele que Obama y los demócratas no repetirán en las próximas elecciones presidenciales gringas y que un regreso de los republicanos a la Casa Blanca, retrocederían las relaciones al punto en que las dejó George Bush.
Un cambio que no sería solo en el orden político sino también económico, ya que significaría el fin de las recetas neokeynesianas para sacar a Estados Unidos de la recesión y la vuelta a políticas económicas de mercado, competitivas y neoliberales que pondrían de nuevo en auge los planes que se quedaron dormidos (El Consenso de Washington, el ALCA), luego de la irrupción de la retroizquierda en el continente, con Chávez a la cabeza, por allá en 1999.
De modo que una Cuba aun en agonía, pero viva y una Venezuela con la producción petrolera sin posibilidad de atender, incluso, la demanda interna y menos de exportar, pero sobre todo, una Venezuela sin suministrarle a los hermanos Castro los 100 mil barriles diario de crudo con que se medio alumbra la isla y revenden en el mercado internacional, eso es ciertamente, en lo que no quiere pensar y menos admitir el comandante en jefe resurrecto.
No se si Castro habló con Chávez de este tema la última vez que se vieron, pero está claro que en lo que siempre lo ha apoyado, es en su permanencia en el poder y no de que lo haga copiando y revalidando el modelo cubano.
Empeño en que el que Chávez ha arreciado en los últimos años y como Castro sabe que, de lograrlo, no haría otra cosa que precipitar a Venezuela al desastre, y entonces ya no habría un muerto, sino dos.
En otras palabras: que el socialismo cubano no conoce otra posibilidad de vida que la que le capitalismo venezolano le suministra a través de continuas transfusiones de petróleo y petrodólares; y el capitalismo venezolano no sobreviviría a menos que desaparezca el socialismo en Cuba y en todo el continente.
¿Puede imaginarse paradoja más terrible, asfixiante e inabordable?
¿No es cierto que parece elucubrada por Mefistófeles, aquella versión de Satanás que magistralmente nos dejó J. W, Goethe en “Fausto”?
La Razón / Noticiero Digital