¡Qué tal raza!


Es el título de un trabajo del doctor de la Universidad de San Marcos Aníbal Quijano, en el que señala que la idea de raza es el más eficaz instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años e impuesto a la población del mundo como estrategia de la dominación colonial de Europa. Se funda en las diferencias fenotípicas entre seres humanos, se los diferencia por colores, luego por la cultura o el nivel educativo. El racismo es un mal que puede atacar a cualquier ser humano y hacerle creer que es superior a otro nada más porque se encuentra ejerciendo el poder.

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En los últimos años, el proceso de cambio se ha fundado en resaltar las desigualdades de la sociedad boliviana y no en buscar factores de igualdad de la nación: indio–no indio, izquierda–derecha, ricos–pobres, oriente–occidente, urbano–rural. Todo bajo el supuesto de que lo indio es superior a lo no indio (son la “reserva moral”), que la izquierda es mejor que la derecha (como si no hubiera izquierda autoritaria), que todos los ricos explotan al pueblo (hoy inventan y venden microchips), que los cambas son todos oligarcas y que todo lo que viene del área rural es perfecto (como los usos y
costumbres).



Resulta que una ley basada en la idea de raza es validar el mejor instrumento de dominación del colonialismo, y así se la usa también ahora, porque racistas hay de todo lado: en la crisis de octubre se obligaba a los transeúntes a quitarse los tacos o las corbatas a chicotazos; el uso del término q’hara es absolutamente racista, el reconocerle más derechos y garantías a una parte de la población por ser indígena es también racismo, la lista es larga.

El discurso político oficialista casi cotidianamente expresa manifestaciones racistas y discriminatorias. Cuando se critica al Gobierno ya está decidido que el crítico tiene que ser un neoliberal de derecha, oligarca y corrupto del pasado. El discurso machista y patriarcal es moneda corriente entre dirigentes sociales cuando dicen que no quieren que el Gobierno los trate “como a su chola”. El que se descalifique a un profesional por estar muy capacitado es tan discriminatorio como descalificar a un ciudadano por no tener título profesional.

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Sin embargo, los decisores no son indios, ni vienen del campo, ni son pobres y algunos hasta tienen título.

La ley contra la discriminación es necesaria, pero más necesaria es una reforma ideológica, intelectual y moral para combatir la discriminación desde la cuna, desde la escuela, en las oficinas, en las universidades y en los parques. De otro modo, los únicos beneficiados serán los abogados que procesen los incontables casos que se presentarán cada que alguien abra la boca. ¿Tal vez lo que busca la ley es generación de empleo?

Lo peor de todo es que las reformas son nada más vehículos para “filtrar” ciertos instrumentos necesarios para continuar con el proyecto de poder. Como en la Ley Transitoria de Autonomías se “filtra” la suspensión de autoridades, en la Ley del Régimen Electoral ya se “filtraron” varios artículos que atentan contra la libertad de expresión. La Ley Contra el Racismo hace lo propio, claro, los guerreros del siglo XXI —los periodistas— son peligrosos, por eso el poder necesita un instrumento para —en nombre del racismo— callar a los medios, quitarles la licencia para que sólo hablen los que hablan bien del proyecto de poder. Si no es a través de las “filtraciones” en las leyes, será en los cambios tecnológicos para impedir la renovación de licencia de aquellos medios que les sean inconvenientes. La guerra contra pollitos y vuvucelas está declarada.

Politóloga. Jimena Costa Benavides

Fuente: La Prensa


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