Santa Cruz, 200 años de rebelión


Daniel A. Pasquier Rivero

pasquier El 24 de septiembre se festeja el Bicentenario de la sublevación del pueblo cruceño en 1810 contra la dependencia colonial de España, aunque en la realidad el levantamiento argumentaba la defensa de Fernando VII frente a la invasión napoleónica de la Península Ibérica. Acorde al sentimiento irradiado desde Charcas, en esa fecha se convoca a Cabildo Abierto y se elige una Junta de Gobierno, que pasaría por muchos avatares, incluyendo la Republiqueta de 1814 comandada por Ignacio Warnes hasta su muerte en los arenales de El Pari en 1816. La independencia cruceña se uniría a la suerte de la marcha emancipadora de Bolívar y Sucre, consolidada finalmente en los campos de Ayacucho. Desde entonces, Santa Cruz de la Sierra, la pequeña y orgullosa avanzada fundada un 26 de febrero en 1561 a orillas del Sutó (San José de Chiquitos) se convertiría en fundadora de la nueva República Bolívar (después Bolivia) desde el 6 de agosto de 1825.

Pasaron 249 años en los que Santa Cruz luchó, sola la mayor parte, para sobrevivir y consolidar su identidad territorial que alcanzaría al Chaco, Chiquitos, Mojos y Matto Grosso, y combatió por igual contra pueblos indígenas, como a los avanzados desde la Audiencia de Charcas o invasores portugueses del Norte y el Este. Ese aislamiento reafirmó su identidad cultural, y sin embargo supo enriquecer progresivamente con las experiencias de convivencia comunitaria en tiempos de la Colonia y de las Misiones Jesuíticas, en el intercambio comercial establecido con los centros mineros de Sucre y Potosí, y las rutas al Sur hasta Buenos Aires. Así, Santa Cruz se define extensa en territorio, agrícola ganadera en economía, generadora de un sin número de pueblos herederos de tradiciones y costumbres, convertida en avanzada civilizatoria y cultural.



La gesta independentista iniciada en 1810 buscaba el reconocimiento jurídico y político a su vieja tradición de conquistar y poblar ese inmenso territorio desde el Acre verde hasta las áridas tierras chaqueñas. La gesta libertaria continuaría dos siglos más, pues viejos yugos fueron suplantados por nuevos igual de pesados, a pesar de las declaraciones republicanas. Santa Cruz fue territorio para exilios, sirvió para repartijas entre favorecidos locales y extraños, siempre maltratada por gobiernos de cualquier tinte o definición ideológica, celada sin amor y sin motivo por un poder central que fue inclemente, sea que el poder esté en Sucre o en La Paz.

Hoy se reeditan prejuicios, frustraciones, complejos, etiquetas trasnochadas para calificar negativamente a todo emprendimiento cruceño. Coincide un gobierno con vocación de poder y dogmatismo ideológico, inclinación antidemocrática, que no respeta y que manipulada la voluntad popular. Su inclinación doctrinal anticapitalista y estatista hacen crujir a las instituciones privadas y a las mismas estructuras del Estado. Sigue una ruta a pesar de que está a la vista el fracaso, impuesto a la fuerza, como en Cuba, o por la vía “democrática del socialismo siglo XXI”. No parece bastar que el propio Fidel Castro haya tenido el coraje de denunciar públicamente que “el modelo no sirve ni a los cubanos”. 50 años ensayando todo para sostenerlo y se tiene que dar marcha atrás, fijando a corto plazo el despido de 500.000 empleados públicos “sin solución”, a esperar que la magia del instinto de supervivencia les encuentre el camino para resolver, como decía un autor, sus tres problemas básicos: desayuno, almuerzo y cena. La otra vía ha puesto al quinto productor de petróleo del mundo en los últimos puestos en desarrollo económico, con los mayores índices de corrupción, de criminalidad y ausencia de libertades ciudadanas.

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No bastan buenas intenciones. El presidente manifestó en New York su preocupación por el cumplimiento de las Metas del Milenio. Citó la lucha contra el analfabetismo como logro positivo, la disminución de la pobreza extrema y algunos índices sociales, pero reconoció que falta todavía mucho; es que la miseria es visible en las calles y en el campo, la corrupción no ha podido ser controlada y el narcotráfico extiende a ojos vista sus redes y su influencia. La inversión de los beneficios de la nacionalización de los hidrocarburos no da señales todavía en proyectos productivos, que garanticen beneficios a mediano y largo plazo; la industrialización se ha convertido en un verso de todos los discursos oficiales, pero no marcha y la promesa se posterga para los próximos mandatos del presidente. Propuso la creación de una institución financiera del Sur, para superar la dependencia del FMI, pero incluyó a la economía capitalista China e India, sin la cual el tal fondo puede quedar sin fondos. Apuntó, con razón, al despilfarro en armamentismo, fenómeno no sólo de países ricos, como tampoco es el gasto suntuario.

En toda circunstancia la fuerza del espíritu cruceño superó limitaciones naturales y supo lidiar en cada caso con el poder central hasta alcanzar el sitial de privilegio que ostenta en su Bicentenario. Desarrollo material innegable, también notorio avance cultural, aunque quizás no de la magnitud requerida para sostener con fortaleza un proyecto que desde Santa Cruz sea capaz de irradiar filosofía, ejemplo, y soluciones para el resto del país. Pero no hay duda que desde la década del cincuenta, siglo XX, el destino de Bolivia está indisolublemente ligado al destino de Santa Cruz, hoy convertido además en baluarte defensor de la forma republicana de gobierno, en defensor de una convivencia nacional integradora bajo cánones democrático liberales, y que se abre, lentamente, a la revisión y actualización de nuevos paradigmas político culturales que hagan posible el ejercicio de multietnicidad y pluriculturalidad, reflejo de la realidad geográfica, histórica y cultural del país. Con más luces que sombras hay sobrados motivos para festejar el Bicentenario de la rebelión del pueblo de Ñuflo de Chávez.