Elecciones, democracia y alternancia


Marcelo Ostria Trigo

OSTRIA En el bienio 2009 – 2010, se han sucedido, con inusual frecuencia, elecciones presidenciales y congresales en varios países de nuestra región: Argentina (2009), Bolivia (2009), Brasil (2010), Chile (2010), Colombia (2010), Costa Rica (2010), El Salvador (2009), Honduras (2009), República Dominicana (2010), Perú (2010), Uruguay (2010), Venezuela (2010). En éstas hubo luces y muchas sombras, es decir algunas fueron ejemplares y otras estuvieron marcadas por el fraude y el ‘ventajismo’ electoral. En realidad, el fraude no solamente se manifiesta en el escamoteo de votos, lo que ciertamente se da, sino también en la manipulación de las reglas eleccionarias para favorecer al oficialismo.

Ciertamente, hay algunas condiciones para que el ejercicio electoral sea la expresión de la “soberanía del pueblo”. Las elecciones deben ser “periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo” (Carta Democrática Interamericana). Esto recoge un precepto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada ya en diciembre de 1948, es decir hace más de sesenta y un años: “La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrá de celebrarse periódicamente por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto (Art. 21, numeral 3).



Por supuesto que las elecciones periódicas contribuyen a afianzar un proceso democrático, pero también es cierto que, si se tuercen las reglas a favor del caudillo y se abusa de la frecuencia electoral, se trata del camino que han elegido quienes están empeñados en perpetuarse en el poder y consolidar regímenes autoritarios.

Todos los gobiernos de los países que integran la ALBA, han cambiado –el nicaragüense acaba de hacerlo- las reglas electorales, afectando el principio de la alternabilidad. Se trata de un nuevo empeño de disfrazar a las autocracias con el ropaje electoral para asegurar su continuidad.

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En esto no se sigue el modelo cubano; es decir las reglas del marxismo-leninismo del partido único, puesto que presumiblemente el partido –el comunista por supuesto- es la expresión de la única clase: el proletariado que edifica su dictadura. En efecto, este sistema que consagró la ‘patria socialista soviética’ desacreditada por las violaciones a las libertades democráticas y la negación de elegir a sus autoridades entre más de una sola opción –hasta ahora vigente en Cuba- ya no funciona. Pero persisten en este empeño autoritario los que se sienten sus herederos, y se acomodan a los tiempos, creando nuevas versiones de acción: la trampa electoral. Se pretende hacer olvidar que las elecciones, por sí solas, aun siendo indispensables, no garantizan el respeto a la diversidad y a la libertad de pensamiento.

Así como “con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, excepto sentarse sobre ellas” (Talleyrand), tampoco se puede, con el engaño y la represión, forzar indefinidamente la voluntad de un pueblo, por oprimido que esté. Esto lo demostraron las elecciones parlamentarias de Venezuela. Pese a las maniobras, éstas marcaron nomás una derrota política para el populista que juega a una revolución que no entiende.

Claro que hay otros ejemplos edificantes que se dan fuera de nuestras fronteras, pero cerca de nosotros…

El Deber – Santa Cruz